l a в e ѕ т ι a

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—¿Y tú a dónde vas? —sabía que el ciervo no iba a contestar a su pregunta, pero de todos modos la lanzó al aire, se levantó del suelo y sacudió la tierra de sus ropas, para después comenzar a seguir al animal.

Presenciar aquella escena tan cruda le había dejado una presión bastante molesta en el pecho y un sabor triste en la boca, había visto a cientos de animales morir desde que tenía memoria, y él se encargaba de que el bosque consumiera sus cuerpos para darles un descanso apropiado. Pero era la primera vez que veía a un humano de esa manera.

Y de alguna forma, sintió pena por aquella chica.

Continuó caminando junto al ciervo hasta que ambos llegaron al arroyo, el animal inmediatamente comenzó a beber agua mientras que él se quitaba las botas y metía sus pies sin importarle el frío. La corriente del agua le hacía cosquillas en los dedos, no tardó mucho tiempo en comenzar a chapotear y salpicar agua por todos lados, lo que ocasionó que el animal se alejara de él.

Quería quitarse ese sentimiento del pecho y esos innecesarios pensamientos de la cabeza. Pero es que ya no podía, la imagen de aquella chica se paseaba una y otra vez por su mente, imágenes y fragmentos de ella sentada bajo el árbol leyendo un libro, y luego, imágenes y fragmentos de ella en ese mismo árbol, pero muerta.

Negó con la cabeza, no importaba ni el lugar, ni dónde, ni cómo, pero la chica seguía ahí. Esos pensamientos perduraron en su ser por varios soles.

Una mañana decidió regresar al lugar en donde había encontrado el cadáver de la chica, pero al llegar, se quedó quieto cuando notó que no estaba completamente solo. El ciervo lo acompañó todo el camino, pero al escuchar el llanto de un niño se asustó y corrió en la otra dirección.
No supo muy bien qué hacer, el niño estaba hecho ovillo debajo del árbol, llorando de manera desconsolada. Sus ropas se veían limpias y bien cuidadas, probablemente el niño provenía del reino cercano, y se había perdido.

No quería interferir, quería irse de ahí de la misma manera en la que lo había hecho el ciervo, pero un paso en falso hizo crujir una rama y llamó la atención del niño. Sus ojos se encontraron, y de pronto, el llanto cesó.

Se quedó quieto en su lugar, esperando a que el niño reaccionara, que gritara y corriera en otra dirección. Pero nada de eso sucedió.
Quería irse de ahí, quería... Pero él tampoco lo hizo.
Lentamente comenzó a caminar hacia el pequeño, y el niño no se movió de su lugar. Llegó hasta donde estaba y se agachó hasta ponerse a su altura.
El niño estaba asustado, confundido. Los humanos no tenían el instinto de supervivencia que tenían los animales, y mucho menos los cachorros. En este punto, ya no podía dejarlo por su cuenta.

Se levantó, el niño retrocedió por instinto por el miedo, pero no emitió sonido alguno. Su mano sobre salió de su capa, una mano blanca con algunas raíces rodeando su delgada muñeca. Extendió su mano hacia el pequeño y éste la miró confundido, levantó su mirada, tratado de que sus ojos se encontraran de nuevo.

—¿M-Me vas a ayudar...? —preguntó, y él asintió.

Después de unos segundos pensando si aceptar o no la ayuda, acercó su mano y la estrechó en contra de la suya, Bakugou le ayudó a levantarse mientras el niño se limpiaba las lágrimas con su puño cerrado, no esperó demasiado cuando comenzó a caminar.

—Eres la bestia del bosque... —El niño dijo sin soltar su mano, caminando a su lado—. ¡Eres real!

No respondió, en lo único que pensaba ahora era en hacer que el niño retomara el camino a casa, si se quedaba mucho tiempo en bosque quién sabe qué tipo de cosas podrían pasarle. Continuaron su camino y podía sentir la curiosa mirada del menor junto a él, al principio sorbía por su nariz a causa del llanto, pero unos cuantos segundos más tarde, se había detenido. Se quedaron en silencio hasta que el niño lo rompió.

La BestiaWhere stories live. Discover now