Capítulo 15. ¿Nos vamos?

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Ahora subía por el ascensor del edificio de departamentos, hacia el pent-house. Dicho departamento había sido adquirido directamente por ella hacía ya un par de años, aunque formalmente era propiedad de las Industrias Thorn. La intención había sido tener un lugar seguro para quedarse cuando fueran a ajustar negocios con sus aliados locales, y también de uso cuando se requirieran de los directivos de su sede en Los Ángeles. Era prácticamente una mansión pequeña, teniendo distribuido en sus dos niveles tres habitaciones, cinco baños, una sala de estar, una sala de entretenimiento, una cocina, un estudio y biblioteca, y una enorme y acogedora terraza con su respectiva piscina privada. Algunos dirían que era demasiado considerando que era un sitio que no solían habitar seguido, pero estimaba que podría serles de mayor utilidad en un futuro; ese, y otros varios inmuebles que habían estado adquiriendo por todo el país.

Al cruzar la puerta principal del departamento, fue recibida por un abrumador silencio, que por alguna razón sentía inusual.

—¿Damien? —Exclamó con algo de fuerza esperando llamar la atención de su sobrino político, pero nadie le respondió—. ¿Dónde estás?

Dejó su abrigo y bolsa en el recibidor y caminó por el pasillo hacia la sala de estar. Luego giró hacia la derecha, en dirección al estudio. Ahí pudo al fin vislumbrar la presencia de dos hombres, altos y corpulentos, parados de pie justo frente a la puerta cerrada. Ann los reconoció de inmediato; ambos eran de su equipo de seguridad privada. Usaban trajes negros, y sus rostros tenían rasgos toscos y marcados. En cuánto la vieron, ninguno de los dos parpadeó siquiera.

Se aproximó hacia el estudio con total naturalidad, especulando que su presencia en ese sitio implicaba que ahí se encontraba la persona que buscaba.

—Con su permiso, caballeros... —Les externó con elocuencia, pero rápidamente ambos hombres se colocaron frente a la puerta, cerrándole el paso.

—Lo siento, señora Thorn —exclamó uno de ellos con tono estoico—. No puede pasar.

Anna lo miró, incrédula por el atrevimiento de ese hombre.

—¿Disculpa?

—El señor Thorn indicó que no quiere que nadie lo moleste en estos momentos —explicó su compañero, con un tono bastante similar.

—¿Eso dijo? No creo que se haya referido a mí.

—Se refería específicamente a usted... de hecho —comentó de nuevo el primero, aunque en esta ocasión dudando un poco para al final de su frase.

La mujer miró a cada uno, anonadada por lo que estaba escuchando. Su rostro de piedra difícilmente podía proyectar aunque fuera una porción del enojo que sentía en esos momentos.

—¿Están conscientes de a quién le están hablando de esta forma? —espetó con cierta furia diluida en sus palabras.

—Lo sabemos, señora Thorn. Pero fueron... instrucciones claras de...

Ambos hombres se miraron entre ellos, y por primera vez pudo apreciar una emoción real en sus rostros: miedo. Por supuesto, esos hombres no sólo eran de su equipo de seguridad, eran además miembros de su muy, muy secreta Hermandad. Y cómo tal, sabían muy bien quién era exactamente la persona al otro lado de la puerta.

Pero el que entendiera su situación, no ameritaba que la condonara. El sólo hecho de que individuos tan simples como esos dos se creyeran del nivel suficiente para hablarle de esa forma... Pero claro, eso no era más que otra muestra más de la actitud rebelde que su querido sobrino había obtenido esos últimos días.

Ann guardó silencio, contemplando sus reacciones, y luego miró fijamente la puerta.

—¿Qué está haciendo ahí adentro? —cuestionó, aparentemente más tranquila.

Resplandor entre TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora