Hacía lo que el tanto odiaba.

¿acaso era un castigo? ¿por qué se caso con una hokage, si tanto los odio?

Comprendió ese sentimiento hacía los hokages, pero aún así sabía que existía resentimiento en el, podía ver como su mirada se apagaba cuando se tenía que ir o cuando llegaba cansada y no podía prestarle atención.

Ambos tenían obligaciones, pero el siempre sacaba tiempo para ella.

El decía que no le importaba, pero intuía que sí.

Ella no estaba en su hogar para recibirlo cuando llegaba como cualquier otra esposa...

Ella no le tenía preparado un baño de agua caliente cuando llegaba y estaba agotado, tampoco tenía la cena lista, el la hacía o simplemente compraba comida rápida, pocas veces la hacía ella y de ello se arrepentía.

Ella no le preguntaba sobre su día, el lo hacía.
Ella no era la cariñosa de la relación, el lo era.
El la consentía, la mimaba, le daba cariño y apoyo cuando lo necesitaba, Sarada igual lo hacía, pero sentía que no era suficiente.

No sabía que estaba haciendo, si algo tenía claro es que no actuaba como una esposa.

Simplemente no tenía tiempo, y eso era lo único que su esposo quería, no se lo pedía, pero podía ver esa frase escrita en sus ojos cada vez que se despedían, podía sentir que quería gritarle que no se valla cada vez que movía la mano en señal de un hasta pronto.

Podía ver que le ocultaba cosas y eso le dolía, no le pedía nada por culpa, la misma culpa que sintió con su padre, le dolía tanto ver que el daba y entregaba todo y no recibía nada, si lo hacía, no era lo que merecía.

El podría tener a alguien mejor, fue lo que pensó y también lo que dijo, esas palabras desataron una furía en el rubio, nunca lo había visto tan enojado, entonces... ¿era cierto?

- No puedo darte lo que quieres - susurró debilente mientras su corazón se estrujaba en su interior.

- Lo único que quiero es a ti

- Por eso - lo miró, podía ver como esos ojos azules ardían, no tenía esa mirada tierna y dulce de siempre - Nunca estoy contigo.

- Me basta con verte unas horas, unos minutos o segundos.

- Deja de autoconvercerte

- Y tu deja de meter esas ideas en la cabeza - alzó la voz - me importa un bledo lo que piensen, a la mujer que amo es a ti ¿tan difícil es de entender?

- Mereces más.

Jamás creyó verse en esa situación, pero se sentía tan humillada, el solo pensar que alguien podía ocupar su lugar y hacer las cosas que ella no podía...

- No merezco nada y aún así te tengo- la miró - ¿qué más podría pedir?

- Una esposa de verdad.

Eso fue lo último que pudo tolerar el Uzumaki, odiaba ver que se sintiera menos cuando el era el falló, ella siempre hizo todo bien, el fue que cometió errores, no era perfecto y ella aún así lo amaba.

Sarada nunca creyó verlo tan enojado, incluso paso por su mente, por un leve y dimuto segundo, el miedo.

Se puso como loco a maldecir a gritar, arrojó varias cosas, no la tocó, el sería incapaz de dañarla, pero ella creyó por un momento que lo haría, explotaba de ira tanto que creía que si alguien se le cruzaba en el camino lo haría pedazos.

El salió, quería estar lejos de cualquier cosa material porque sentía que lo destrozaría.

Intentó calmar su estrés recostado en el césped cerca de ese pequeño arrolló en donde solía descansar, el sonido del agua agitándose lo relajaba, los grillos sonar y la luz de la luna directo en su rostro acompañado de la suave brisa que removía sus cabellos con suma delicadeza.

Eres mía en cuerpo y alma ✓Onde histórias criam vida. Descubra agora