Recordaba el beso de Poe y sentía un cosquilleo en todo el cuerpo. Me seguía pareciendo irreal. ¿Lo mejor? No estaba ni un poco arrepentida. Todo lo contrario, era la primera vez que me sentía así, que quería algo con tanta intensidad.

—Lo siento mucho, Alena —dijo Adam de pronto, sacándome de mis pensamientos.

No aparté la vista de la carretera.

—Como siempre, ¿no? —repliqué, seca.

—Sabes que no es mi culpa.

—Supongo que no será tu culpa cuando me mates.

Abrió la boca para decir algo inmediato, pero solo balbució. Al final tomó aire y aseguró:

—Nunca haría eso.

Entonces giré la cabeza y le dediqué una mirada dura, reclamante.

—Anoche pareció que sí. ¿Y si Poe no hubiera aparecido? ¿Has pensando en dónde estaríamos ambos ahora? Necesitas controlarte. No sé cómo, pero lo necesitas.

—No es que no quiera, Alena. —Su mano se tensó sobre el volante—. Claro que lo he intentado.

—Estás más agresivo de lo normal —le hice saber, sonando todo lo dura que podía.

—Pero ¿qué hago? ¿Me encadeno todo el día?

—Pues considéralo, porque llegará el momento en el que ni siquiera me reconocerás, y cuando lo hagas ya no estaré para escuchar tu disculpa.

No dijo nada más, pero supe que eso había sido un golpe bajo. Pasamos un largo rato en silencio hasta que volvió a hablar:

—¿Por qué no te compras algún libro nuevo hoy? Mientras yo hago la entrega puedo dejarte en la librería. Así aprovechas y vas al supermercado.

—Está bien —me limité a contestar.

El resto del camino a Senfis la pasamos sin decirnos nada. Tal fue mi aburrimiento que me quedé dormida. No tuve ni idea de cuanto, pero fue lo suficiente para soñar algo que no había soñado antes.

En mi sueño, Poe estaba de pie frente a la cama. Yo estaba tendida sobre el colchón. Me miraba con esos ojos fieros, capaces de enviar corrientes a cada parte de mi cuerpo. Él estaba completamente vestido y yo completamente desnuda. Ni siquiera me sentía avergonzada. Solo quería, no, necesitaba que me besara. Pero él lo único que decía era:

—Tócate, Alena, quiero ver que lo hagas.

Me desperté porque la camioneta pisó una grieta en la carretera y sentí que todos mis sentidos estaban alterados, que tenía que calmarlos. Solo que, ¿cómo lograba eso?

Cuando llegamos a Senfis, Adam me dejó en la librería y aseguró que me recogería en una hora. Primero entré a la librería con la idea de comprar algo interesante, pero mientras recorría los estantes leyendo títulos, mi mirada se topó con lo que se veía a través del gran ventanal de la tienda.

Al otro lado de la calle había una boutique. En el aparador se mostraban unos vestidos y conjuntos impresionantes. Alterné la mirada entre los libros y la ropa, y se me ocurrió que podría, solo quizás, ir a mirar.

Siempre que acompañaba a Adam a hacer alguna entrega, terminaba en lo mismo: buscando libros o haciendo compras de supermercado. Ahora se me antojaba otra cosa. Así que la idea me ganó. Salí de la tienda y crucé la calle.

Apenas atravesé la puerta de la boutique, me sentí en territorio nuevo. Todo tenía un aire juvenil y fresco, sin dudas muy alejado del mío. Avancé entre las secciones mirando desde los shorts perfectamente doblados hasta los jeans colgados y ordenados por tallas. Esos jeans eran ceñidos y de tubo. Los que yo solía usar eran algo holgados, simples, básicos. Los shorts eran de corte alto y de un estilo urbano que jamás había usado. También había top cross y de pronto me pregunté cómo me vería con alguno. No tenía pechos enormes ni caderas anchas, era de contextura normal, ni siquiera era tan alta, pero habría usado algo de esa ropa.

Mi semana con Poe ©Where stories live. Discover now