Capítulo 1: el viaje

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        —Pasajeros del vuelo G-3858, con destino el Cairo, acudan a puerta de embarque D-4.

     Me levanto del incómodo asiento y me dirijo hacia el lugar citado. Mis pasos son silenciosos. Lo que me delata es el ruido de las ruedas de mi equipaje contra el pavimiento. Suspiro, nunca pensé que una investigación podría producirme tanto estrés. Continúo andando, pero me siento intranquila y... observada. Mi instinto me hace girar la cabeza hacia la derecha y allí están ellos: tres hombres con aapecto sospechoso me miran con recelo. No los conozco de nada, pero un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Cuando aparto la vista y continúo con mi camino, voy mucho más rápido que antes.

    En la puerta de embarque, apenas hay gente: solo compañeros de la expedición arqueológica y una familia.

        —¡Hola! —exclama alguien detrás mía.

   Pego un bote y me giro hacia el que resulta ser un joven de mi edad.

        —Esto... buenas.

        —Tú debes de ser Vania, la nueva, ¿verdad?

        —Sí, la misma. ¿Y tú eres...?

        —Yo soy Mateo, encantado. Tranquila, no debes preocuparte por la expedición.  

      —Ya, lo que pasa es que estoy un poco nerviosa —aclaro mientras juego con un hilo de mi camiseta azul celeste. Él me mira y sonríe mostrando sus dientes. Se le forma un hoyuelo en la mejilla izquierda al hacerlo.

        —Eso lo entiendo perfectamente. Yo hace poco también tuve mi primera expedición.

       Suelto un gran bostezo, haciendo que se me salten las lágrimas. Me apresuro a secarme los ojos con el dorso de mi mano derecha.

    —¿A quién se le ocurre comprar los billetes para un vuelo que sale a las cuatro de la madrugada? —exclama teatralmente el joven.

Sonrío débilmente y me encojo de hombros. Veo que la gente empieza a dirigirse al avión, y le indico a Mateo que nos vamos. Él solo asiente y seguimos a los pasajeros.

        En el vehículo, que está medio vacío, me coloco en el sitio que me corresponde y resulta evidente que no tengo compañeros de vuelo. Por suerte, a Mateo no le toca en uno de los dos asientos sobrantes. Es simpático, pero seguramente no lo aguantaría con ese afán que tiene por gritar seis largas horas de viaje. 

La azafata empieza a explicar el plan de emergencia, pero no la escucho. En ese momento yo ya tengo los ojos cerrados dispuesta a dormirme...

        

        —Papá, papá... ¿Vas a contarme hoy otro cuento? —pregunto impaciente desde mi cama.

      —¡Pues claro que sí! —exclama mi padre, mientras sube las escaleras hacia mi habitación—. ¿No lo hago todas las noches? ¡Lávate los dientes y te sorprenderé con una historia mágica y misteriosa!

Entusiasmada, me levanto corriendo de la cama y me voy al cuarto de baño. Cojo mi cepillo de dientes y me lavo la dentadura con frenesí. Después, dejo el utensilio en su sitio y me dirijo de nuevo a mi cuarto. Me siento en mi cama y llamo a mi progenitor. Él aparece por la puerta en unos segundos y se sienta en una silla frente a mi cama.

        —Bueno, ¿estás lista para una nueva historia, Vania?

        —¡Sí...! —grito emocionada.

       —En ese caso, escúchame muy bien.
     Hace mucho, mucho tiempo, cuando Alejandro Magno no había conquistado aún Egipto, un faraón nunca registrado en libros reinó en el cambio de dinastías, en el año 307. Se dice que su nombre era Zenoc. Sin embargo, cuando la nueva dinastía comenzó su reinado, acabaron con la vida del faraón y obligaron a quemar todos los escritos sobre el antiguo gobernador, para dejar claro quién mandaba, además de conseguir ocultar la existencia del faraón. Sin embargo, el pueblo no lo olvidó, e hizo tanto bien en solo un año, que construyeron la pirámide de Zenoc en su honor. El nuevo gobernante dejó construir el monumento a sus súbditos, pero cuando los seguidores de Zenoz terminaron su gran obra, escondió la pirámide con un mecanismo muy evolucionado... y los restos momificados del verdadero líder se perdieron entre las dunas.
Por eso recuerda: mientras sigas a los escarabajos, todo irá bien.

    Me desperté de sobresalto en el incómodo asiento de clase turítica. El sueño había sido muy nítido; casi parecía real. Había soñado uno de mis días con cinco años. Con esa edad mi padre me contaba cuentos inventados por él, y casi siempre trataban de épocas antiguas, debido a su profesión de profesor de historia. Posiblemente él haya sido mi mayor influencia para convertirme en arqueóloga. 

     Miro la hora en mi reloj de pulsera: son las nueve y media. Sólo queda un cuarto de hora aproximadamente para aterrizar. Un silbido procedente de mi móvil me indica que he recibido un mensaje de uno de los arqueólogos, que dice así:

         Varios investigadores de la expedición llegarán desde el aeropuerto de Málaga y Valencia, por lo que llegarán después que la mayoría de nosotros. Los esperaremos en el aeropuerto de el Cairo pacientemente. Gracias.

        

        Cuarenta minutos después, me encuentro en una cafetería del aeropuerto con Mateo, tomándome una tostada y un café. Hablamos de cosas normales: de dónde somos cada uno, nuestras aficiones... Cuando terminamos, pagamos cada uno lo suyo y empezamos a dar una vuelta al aeropuerto con maleta en mano. Al cabo de un tiempo, recibo otro mensaje, solo que este es de un número que desconozco:

           Sabemos que tú tienes la clave. Cuando aparezcamos, entréganosla, o probarás el poder de las armas.

        ¿Y esto? ¿Qué clase de persona se aburre tanto como para hacer bromas telefónicas? ¿Y qué es esa clave? Decido llamar al número que me ha mandado esto, pero cuando empieza a comunicar, oigo una voz monótoma, en vez de una humana: el número que ha marcado no corresponde a ningún cliente. Suelto un bufido de exasperación, y Mateo me mira.

        —¿Qué pasa, Vania? ¿Ha sucedido algo?

      —No, nada  respondo mientras me paso una mano por mi melena corta, en un gesto de enfado—, un idiota me ha tomado el pelo con un mensaje de texto y cuando llamo a ese número para hablar con el bromista, Movistar afirma que no existe.

El chico va a decir algo, cuando su móvil empieza a sonar. Me hace un gesto con la mano pidiendo disculpas y coge el teléfono.

        —Sí, ¿quién es?

Tras una pausa, Mateo murmura un entendido y cuelga. Enfoca su mirada hacia mí y responde a la pregunta que pensaba hacerle:

       —Era el líder de la exploración. Dice que ya han llegado los arqueólogos que faltaban, tenemos que irnos a la puerta, un minibus nos llevará a la casa rural.

       —De acuerdo, pues adelante.

Sonreímos al unísono y empezamos a andar, con el ruido de las maletas acompañándonos. A pesar de la felicidad que siento por mi primera expedición, no puedo parar de pensar en el mensaje de texto que he recibido y  su significado... Deseo con toda mi alma que solo sea eso, una broma, pero tengo el presentimiento de que es algo más que eso.

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Holaa. Aquí tengo el primer capítulo de esta nueva historia. Sé que no hay mucha acción en este capítulo, pero esperad y veréis... ¿Qué creéis que es "la clave"? Una aclaración: Vania no es un nombre que me haya inventado, proviene de la India y significa regalo misericordioso de Dios. Hasta el próximo capítulo.

Entre dunasWhere stories live. Discover now