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En medio de una horrible tormenta invernal, el treinta y uno de Diciembre de 1926, una débil, mujer que lucia enferma, y embarazada de término, entro a tropezones al Hogar de Niños de Santa Ada en Londres. Ella ya estaba en labor, y las monjas y asistentes del orfanato rápidamente la llevaron a una habitación y llamaron a una partera.

Ella no había estado allí ni siquiera una hora cuando el bebé nació. Un niño, nacido con una delgada capa de pelo negro, ojos oscuros, y preciosos rasgos. Él era un bebé hermoso – un claro contraste a la mujer que lo había parido, que nadie podía decir era una belleza. La mujer vivió justo lo suficiente para instruirles a las hermanas que llamaran al niño Tom, como su padre, y Sorvolo, como el padre de ella. Y que debería llevar el apellido de su padre. Ryddle.

Tom Sorvolo Ryddle.

Y entonces murió. Ella nunca dijo su nombre.

Cuatro meses después trajeron a otro niño al Hogar de Niños de Santa Ada. Estimaban que tendría la misma edad del pequeño Tom. El fue traído por un oficial que dijo que había sido encontrado en los brazos de una mujer muerta en el parque. La mujer no tenía identificación, y estaba vestida de forma extraña. La única forma de identificación era un bordado en la manta del bebé. Herakles.

Era un nombre extraño. Una de las hermanas lo reconoció de la mitología griega, aunque no sabia la historia que rodeaba al personaje. Solo que era hijo de Zeus.

No tenia apellido, así que una de las hermanas lo nombro Herakles Jude, por San Judas, el patrono de los casos desesperados. Herakles, siendo un nombre tan raro, fue rápidamente acortado a Heri por las monjas.

La noche que el joven Heri fue traído a Santa Ada, fue puesto en la misma cuna de Tom ya que no había otra. Ellos eran los más jóvenes, el más cercano teniendo ya dos años y medio. Con los fondos tan estrechos como estaban, la nueva adición fue dejada para compartir cama con Tom por casi dos meses antes de que pudieran comprar otra cuna. Y aun así, no había apuro. Los dos estaba bastante contentos de compartir su cuna.

Tom siempre había sido un bebé extraño. Siempre tranquilo. Nunca lloraba. Heri era diferente. Él era el mas pequeño de los dos, pero parecía tener el doble de energía. Él parecía ser también el único que se conectaba con Tom.

Era el comienzo de Julio de 1938, y Albus Dumbledore estaba caminando apresuradamente por las calles de Londres hacia un viejo edifico gris con una alta reja de hierro a su alrededor. El letrero de la entrada decía Hogar de Niños Santa Ada, Londres, Inglaterra.

El largo cabello castaño rojizo de Dumbledore y su barba se movían con la brisa. Él estaba usando un extravagante traje hecho de terciopelo color ciruela y estaba llamando la atención de toda la gente que lo veía en la calle. Él tomó el pequeño caminito empedrado y toco a la puerta. Fue recibido por una jovencita con delantal que abrió los ojos considerablemente al fijarse en la apariencia del viejo.

"Buenas tardes. Tengo una cita con la Sra. Cole, quien creo, ¿es la encargada aquí?"

Oh," dijo la asombrada chiquilla que se veía bastante sorprendida por la excéntrica apariencia del hombre. "Um. . . un moment . . . ¡SRA. COLE!" grito la chica sin moverse de su lugar.

Dumbledore entro en el raído pero impecable vestíbulo y espero con una calmada sonrisa en su rostro. Antes que la puerta terminara de cerrarse tras él, una delgada, y cansada mujer se apresuro hacia ellos. Ella tenía un rostro duro y estaba hablando tras su hombro con otra mujer en delantal mientras se acercaba a Dumbledore.

". . . y llévale el yodo a Martha, Billy Stubbs se volvió a sacar las costras y Eric Whalley estaba manchando todas las sabanas— solo nos faltaba la varicela," le dijo a nadie en especial, y cuando sus ojos se posaron en Dumbledore ella se detuvo en seco, luciendo tan asombrada como si una jirafa hubiera cruzado la puerta.

RENACER. Where stories live. Discover now