Sé siempre tú mismo

9 0 0
                                    

A sus catorce años, Kirk era muy consciente de lo que pasaba en su casa a pesar de cuanto sus padres intentaban ocultarlo o su hermano hacía cuanto podía por aparentar normalidad.

Para él no era ningún secreto que a su hermano Clark le gustasen los chicos; lo sabía desde hacía tiempo e incluso lo había llegado a ver en situación íntima con algún joven en más de una ocasión. Había sido ahora, tras su marcha a Boston para estudiar Literatura, cuando tras volver por las vacaciones de Navidad, le había confesado a sus padres sus preferencias sexuales.

A pesar de que él ya lo sabía, su hermano lo citó con su padre y su madre la misma noche, en el salón. No sabía quién estaba más nervioso, si él o Clark. Y tras mucho tartamudeo, al fin confesó.

No hubo gritos, reproches, sino un completo y sepulcral silencio. Su progenitor se levantó sin decir nada, hacia la cocina, de donde tomó una cerveza, mientras que su madre agachó la cabeza y soltó un lastimero sollozo.

—¿De verdad vais a actuar de esta manera? —gritó Clark indignado—. No estoy haciendo nada malo y me indigna que el que os confiese mi orientación sexual os provoque dolor.

Ninguno dijo nada. Su padre, tras tomar otra cerveza, se marchó, mientras que su madre se marchó a su habitación en la planta superior.

—Dudo que sean homófobos —intervino Kirk—. Creo que han actuado así porque se preocupan por ti y no quieren que sufras.

—En realidad sufro más ocultando quien soy.

—Lo sé —confesó Kirk poniéndose en pie y apretando cariñosamente el hombro de su hermano—. Habrá que darle unos días y todo mejorará.

La predicción de Kirk no fue acertada. El silencio acabó rompiéndose por una sugerencia que a Clark le resultó insultante, pues sus padres insistieron en llevarlo a un psicólogo, a un siquiatra y a todos los médicos que hicieran falta. No podía creer que tuvieran una personalidad tan arcaica y sin despedirse, ni esperar a que concluyesen las vacaciones de Navidad, Clark se marchó.

Kirk se quedó solo en una casa donde su madre y su padre se reprochaban la sexualidad de Clark, culpando a uno u otro por sus sentimientos. Pero a pesar de estar en Boston, Kirk si recibió su regalo. Al abrir la pequeña caja roja vio una pulsera de cuero rojo con una placa rectangular plateada. En ella leyó la siguiente inscripción:

Amar es el mejor sentimiento que puedes sentir, sin importar a quién.

Sé siempre tú mismo, te quiere, tu hermano.

El joven se la puso de inmediato y tras sentarse frente a su escritorio, se conectó a Skype y llamó a su hermano. No fue hasta la tercera llamada cuando no recibió respuesta. Lo encontró pálido, triste, con grandes ojeras bajo sus ojos. También notó algo extraño en él y es que tenía una ceja afeitada y también su cabello. Hasta hacía poco lucía una melena corta, llena de hondas, de un intenso rubio platino... pero ahora no quedaba ni rastro.

—¿Qué tal colega? ¿Te ha gustado mi regalo?

—Sí...

—Eres fuerte, Kirk, mucho más que yo. Quiero que apliques el mensaje en cada momento de tu vida.

—¿Y tú qué?

—Yo no soy tan valiente, pero te supero en inteligencia —expresó con voz triste—. Cada uno tiene lo que tiene.

—¿Estás bien? No tienes buena cara, se te ve deprimido y extraño... —añadió. No sabía cómo preguntarle qué le había pasado a su ceja, aunque imaginaba que se debía a alguna novatada, pero pensaba que la época ya había terminado.

La muerte guarda tu secretoWhere stories live. Discover now