Capítulo I

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—	Dios quiere guerra —Murmuró Lucifer— Bien —Se paró de su trono observando a su hija— Le daremos lo que desea

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Dios quiere guerra —Murmuró Lucifer— Bien —Se paró de su trono observando a su hija— Le daremos lo que desea.

La gran guerra suprema se acercaba, una problemática situación que cambiaría radicalmente la perspectiva humana, pero, sobre todo, de quien en ese entonces era una dulce y pura criatura.

¡Oh! ¿Cómo pude olvidar lo? Como toda buena historia debemos comenzar por el principio ¿Verdad? Todo empezó con la creación de la vida humana en la tierra, un joven Dios iniciaba a comprender lo nefasto que podían ser sus propios hijos, si Adán y Eva lo desobedecieron al término de un par de hora, ¿Qué podía esperar del resto? Los años pasaban a transformase casi en un siglo, aquellos humanos comenzaban a mostrar el lado oscuro que él mismo implantó como un experimento, necesitaba ayuda; él era el todo poderoso, podía hacer lo que quisiera, y eso hizo.

Tomó un pedazo de cielo, al igual que un pedazo del infierno, mezclando ambos formó dos cuerpos; ahí estaban, sus dos nuevas obras de artes, había hecho los primeros ángeles en la historia del universo, los representantes del bien y el mal.

Miró a su primera creación, sus hermosos cabellos blancos, sus ojos zafiros, su delicada tez blanca, sus rosados labios, un vestido blanco la adornaba, ¿Las palabras la describirían? Divina, hermosa, perfecta, tal y como alguna vez lo fue Eva; pero en esta oportunidad se aseguraría que no fuera tentada por nada, para que así sea fiel solamente a él.

Tu belleza es invaluable —Le acarició la mejilla—.

¿Quién eres? —Apenas pronunció—.

Soy tu creador —Sonrió orgulloso— Hoy te doy la bienvenida a la vida.

¿La vida? —Encarnó una ceja en señal de duda— ¿Qué es eso?

Eres muy curiosa, musa mía —Le agarró una mano— Tienes la exquisita belleza de Eva, la delicadeza de las rosas, la originalidad de las mariposas, tienes todo lo primoroso y placentero de mi espléndido universo; tu nombre será Celestia, por lo celestial que representas, lo puro y magnífico, espero esta vez, no equivocarme contigo.

Celestia estaba confundida, ¿Por qué aquel sujeto le inspiraba desconfianza y... Temor? ¿A qué se refería con esta vez? Decidió borrar eso de su mente, mostrándole una sonrisa. ¿Podía ser más perfecta? Para Dios lo era.

A menos de un metro se encontraba su segunda creación, vestido con una camisa blanca y un pantalón negro, despertando del sueño profundo, sobando sus ojos, y captando la atención de Celestia.

¿Hola? —Su voz ronca se hizo presente—.

Si que soy maravilloso —Habló Dios para sí mismo—.

Aquel individuo se puso de pie, su cabello castaño, su tez pálida como nieve, lo hacían ver tan parecido a Dios, estaba hecho a su imagen y semejanza, lo que los diferenciaba, era que este tenía ojos morados, como si de amatistas se tratasen, en cambio Dios, él tenía los ojos idénticos a Celestia.

Las Dos Caras De Una Historia - Primera TemporadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora