*Capítulo Diez: "No"

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—Era obvio que iba a obtener trabajo —Madeleine le dio un largo sorbo a su cerveza antes de proseguir con su respuesta, quería acabarla cuando antes, si se calentaba más, su sabor le resultaría desagradable y eso la llenaría de molestia—, ellos sabían que nunca encontrarían una profesora de gramática tan buena como yo —recalcó teniendo en cuenta que no se escucharía nada humilde en esa afirmación.

—Te contrataron porque no conocen lo histérica que eres cuando algo no te sale bien —comentó Carlos, soltando una leve risa—, ya me imaginó lo desquiciada que te verás intentando lidiar con un grupo de niños, ¿no crees, Ángela? —sin pena ni gloria, él intentó entablar una conversación con Ángela, que desde luego, lo ignoró por completo, dejándolo desolado por la nula cordialidad recibida. Ella no tenía la noción, pero su actitud estaba matando a Carlos, lentamente y de forma literal.

—No comprendo por qué quieres quedarte enseñándole a un montón de niños que ni siquiera saben cómo llegar a su casa —tratar con personas pequeñas era un problema que no todos podían manejar con facilidad, y peor si se tenía el temperamento tan desequilibrado de Madeleine—, podrías haber ido a dictar seminarios con gente que te prestaría atención sin titubear —David meneó la cabeza de lado a lado en señal de negación a esa apresurada decisión, nada complacido por tener que soportar las locuras de aquella mujercita, que muchas veces lo sacaba de sus casillas—. No comprendo tu afán de irte a la guerra...

En cierto modo, nadie que la conociera más de un año comprendía el motivo que orillaba a Madeleine a cometer semejante idiotez, de la que no podría librarse por un año. Era una tontería colosal, grande, titánica, y criticada por su gran círculo de amigos. Desde luego, enseñar a niños no era malo; sin embargo, el carácter de Madeleine no servía para ayudar a fortalecer las personalidades de la gente diminuta. Ella resaltaba por ser retorcida y mal pensada, y su modo de proceder, solo causaba desconcierto en quien la conociera. Su querida amiga y los niños restaban de ser compatibles. Eran una mala combinación que ni un científico loco se atrevería a unir.

—Me gustan los retos —habló utilizando la autosuficiencia propia de una mujer que contaba con su amorfo sentido del poder—, y ser profesora de primaria, es un reto para mí.

—Es un reto muy infantil —manifestó John, jugando con el borde de su bebida y sin dejar de observar a las mujeres que bailaban cerca de ellos—, ¿qué pretendes probar? ¿Qué puedes ser lo mejor en lo que quieras? —inquirió cuidando no parecer retador ni maleducado, aún quería conservar sus dientes, y de buena fuente sabía que meterse con las decisiones de esa mujer, significaba perder al menos dos caninos.

—Exacto —concordó una de sus amigas, mientras terminaba de fumar un cigarro—, quiere probar que puede con cualquier cosa, es un reto más estúpido que se te ha cruzado por la mente —expresó Isabel, sacando su celular del bolsillo de su pantalón para enviar un mensaje que en la tarde olvidó redactar. Su jefe la iba a matar si no le enviaba su aprobación para el nuevo libro de texto.

—Me importa un carajo lo que ustedes piensen —una respuesta previsible para los que estaban allí, no interesaba lo que dijeran, Madeleine jamás se arrepentía de lo que decidía en la soledad de su habitación—, mientras a mí me guste enseñar, seré feliz así todos ustedes digan una sarta de pachotadas —David soltó un suspiró mientras cruzaba las piernas y torcía los labios—. Que se alegren por mí o no lo hagan, no me quitará el sueño —Madeleine volvió a darle un trago a su cerveza.

—Ustedes parecen sus enemigos —intervino Mabel, que a diferencia de la mayoría, se alegraba de los nuevos caminos que su casi hermana tomaba con la seriedad necesaria—, saben que al ofender a Mad, también me ofenden a mí —resopló la menuda mujer—, recuerden que yo también enseño a niños de primaria —por el calor del lugar, Mabel quitó la coleta que llevaba en la muñeca y se anudó una alta cola de caballo.

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora