Capítulo 4.

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Capítulo 4.

Conducía como un loco por las carreteras de las afueras de Madrid. Llegaba tarde a una reunión importante a la que tenía que acudir sí o sí.

Habían pasado dos días desde que la insoportable, pero deseable diseñadora, me dejó en el parking del hotel, sin tan siquiera molestarse en ayudarme. Dos largas horas esperé por la maldita grúa. Después de un día en el taller mi Aston Martín estaba preparado para volver a la carretera.

No me había molestado en ponerme en contacto con la “simpática” señorita Rivas, sería ella quien acudiría  mí. Estaba completamente seguro que tarde o temprano lo haría, la otra opción la descarté para que mi orgullo saliera intacto.

Subí a Muse y su Panic Station tan alto como pude, librando a mi mente de pensar en la diseñadora, que últimamente no podía quitarme de la cabeza. Suponía que al ser rechazado, las ansias de tenerla crecían. Aún así no lo entendía, durante dos noches disfruté de las atenciones de Karina y no me encontraba relajado, al contrario. Tendría que volver a llamarla, que pasara por el hotel y que obrara magia. 

–No. No. NO… ¡Mierda! – Golpeé el volante en cuanto el coche comenzó a perder fuerzas hasta detenerse.

“¿Podría pasarme algo más hoy?” Me pregunté. Brandon me sacó de la cama a la seis de la mañana para asistir a cuatro entrevistas, mi hermana no paraba de agobiarme con que la fuera a visitar a Barcelona, donde vivía con su marido y los dos niños. Y para colmo, me iba a perder la maldita reunión porque el maldito Aston Martín me había vuelto a dejar tirado.

Cogí el móvil para pedir ayuda, dado que me encontraba en mitad de la nada, lo único que se ojeaba en el horizonte era carretera y descampados. Ni rastro de vida humana.

–¡Como no! – Grité tirando el Iphone contra el asiento del copiloto. Estaba sin batería.

Si hubiera estado en una película de terror habría cumplido todos los tópicos.

No me quedaba otro remedio que ensuciarme las manos. Salí del coche cerrando de un portazo y abrí el capo, dispuesto a arreglar lo que demonios le pasara a aquel cacharro. Siempre me había gustado ejercer de mecánico, arreglar viejos coches. Era una de mis pasiones. Pero el Aston Martín no tenía nada fuera de lo común, parecía estar perfecto. Obviamente no lo estaba, dado que no arrancaba.

No podía hacer otra cosa que esperar a que un buen samaritano pasara y me ayudara. Me apoyé contra el capó y esperé y esperé…

Y por fin, un SEAT león se detuvo.

–Esto tiene que ser una broma– Murmuré mirando al cielo, como si esperaba ver a alguien ahí arriba descojonándose de mí.

–Mira a quien tenemos aquí; Don ego inflamado. ¿Tú querido Aston Martín ha vuelto a dejarte tirado?

Definitivamente aquel no era mi día. ¿Tenía que ser justamente ella?

Miré a la diseñadora, o miss simpatía, e intenté controlarme.

–Ya ves…– Musité tragándome lo que verdaderamente quería decirle– ¿Es que piensas ayudarme con telequinesia? ¿O te vas a bajar del coche?

–¿Ayudarte? – Se carcajeó dentro de la seguridad de su SEAT– No mi niño, no. Tengo mejores cosas que hacer. Que tengas suerte.

Mi guiñó un ojo y cumpliendo lo dicho se largó, dejándome por millonésima vez atónito. Una vez más había vuelto a dejarme tirado, sin ayuda. “No soporto a esa mujer” rugí mentalmente.

¡Contigo no!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora