Prologo

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Mi respiración se acelera al notar su aliento en mi nuca. Sé que está aquí, sé que ha venido a por mí, como siempre. Ensancho mi sonrisa al saber que está detrás de mí, y con la idea de besarle, me giro poco a poco. Saboreando el momento.

― Creí que no vendrías… ―dije mirándole a los ojos, unos ojos oscuros como la noche.

―Siempre vengo. Siempre ansío la noche para volver a estar contigo… ―dijo acortando la distancia para besarme.

Sus manos envuelven mi cuerpo con cuidado, sus besos son ardientes y me encienden como una cerilla en pleno verano. Escucho su respiración cerca de mi oreja cuando sus besos empiezan a descender por mi cuello dejando un reguero de fuego a su paso. Mis manos no se detienen y empiezan a explorarle. Un cuerpo que ya me sé de memoria. Cada centímetro de su piel ha sido revelado por mis ojos, mis manos, mi lengua. Es mi mejor amigo, mi amante, mi compañero, mi… secreto.

―Ojala pudieras quedarte para siempre… ―dicen sus labios contra mi piel desnuda.

― Pues… hagamos de este instante un para siempre… ―dije ofreciéndome a él.

Con un movimiento que conocía a la perfección, elevó mis caderas y me hizo llegar al cielo de una sola embestida. Ese lugar era mi lugar favorito. Con él. Para siempre.

Mis labios se separaron y gritaron de placer. Lo último que escuché fue el gemido contra mi oreja cuando él llegó al mismo tiempo que yo al clímax.

― ¡Fira! ¡Fira!

Mis ojos empezaban a abrirse al escuchar esa voz cercana a mí. Sin embargo, todavía sentía sus manos en mi cuerpo y no quería despertar. No ahora.

― ¡Zafira! ¡Despierta! ―repitió la voz―. ¿No era hoy que tenías la entrevista de trabajo más importante de tu vida?

Mis ojos se abrieron al instante. Sólo hacía falta decir esas palabras para que aterrizara a la realidad en un santiamén. Me incorporé apresuradamente asustando a mi compañero de piso, Peter. Corrí en ropa interior, como me había ido a dormir, hacía el baño que compartíamos. Sin cerrar la puerta me apresuré a lavarme los dientes y preparar una toalla para ducharme. Salí del baño con el cepillo todavía en la boca, aparté a Peter del medio y cogí la ropa que me pondría después de la ducha. Luego entré y cerré con pestillo.

― ¿Otra vez soñando con el cañonazo de tus sueños, querida? ―dijo su voz desde el otro lado del baño.

― ¡Cállate Peet! ―dije quitándome la ropa apresuradamente para emprender la ducha más rápida de la historia.

― Solo digo que, con lo cachonda que te pone un tío que ni siquiera existe, no entiendo cómo puedes seguir con el hijo de… de tu novio ―dijo suprimiendo la palabra para evitar el insulto.

― ¡Pues precisamente por eso, porque es una fantasía! ―dije mientras terminaba de enjabonarme―. Y no es ningún hijo de…

Salí del baño justo cuando la última burbuja de espuma se desprendió de mi cuerpo y me sequé a una velocidad digna de recordar. Sequé mi cabello con el secador, pues no podía permitirme el lujo de dejar que se secara al aire libre, y salí del baño para coger mi bolsa de maquillaje.

― Por supuesto que lo es, cariño. Ese hombre no puede ni considerarse eso. ¿Cuándo verás el daño que te hace?

Me giré con el neceser en la mano y puse los brazos en jarra.

― Peet, sé que lo dices por mi bien, pero Daniel me pidió que le perdonara por ese desliz. Solo ha sido uno. No voy a dejarle después de cinco años por una tontería así ―dije dirigiéndome al baño de nuevo. Sin embargo, esta vez no cerré la puerta.

― Una infidelidad no es una tontería, amor. Es una brecha enorme en vuestra relación. ¿Sabes por qué?

― ¿Por qué? ―pregunté mientras me ponía el rímel y me pintaba los labios suavemente con un tono rojizo.

― Porque se termina la confianza, mi amor. Una relación se basa en la confianza. Y él la ha perdido.

Sin prestar mucha atención a sus palabras, salí del baño ya arreglada, cogí mi chaqueta y me dispuse a salir, con el bolso ya en la mano, por la puerta. 

― No te preocupes tanto Peter, hablamos luego, ¿vale? ―dije mientras salía por la puerta.

― ¡Recuerda que esta tarde me prometiste acompañarme a la feria medieval! ―escuché que decía mientras llamaba al ascensor―. ¡Cinco y media en el mercado!

― ¡Recibido! ―grité.

Y así empezaba una mañana más. Mis noches eran perfectas… Mi realidad, sin embargo, era harina de otro costal…

Mi zapatito de cristalWhere stories live. Discover now