*Capítulo Siete: "Te odio, en verdad" (Primera Parte)

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—Hola —respondió Madeleine, sentándose en el borde de la cama, apoyando una mano en el colchón.

—Hola, Mad ¿cómo estás? —Su voz se oía tan jocosa como en un día cualquiera—, ¿ya despertaste? —quiso saber, con esa curiosidad implícita que lo convertía en Edvino.

—Obvio, cerebrito, sino ¿quién te está contestando? —a pesar de su podredumbre anímica, ella no había perdido su incomparable sentido del sarcasmo.

—No me refiero a eso, tonta —le contestó soltando una risa divertida—. Lo que quería decir es que si ya estás lista —Edvino supuso que no se daría entender, pero no le importó, ya que todo lo que había preparado hasta ese momento, podía tomarse como sorpresa.

—¿Lista para qué? —Madeleine subió las piernas a la cama. Le dolían las extremidades por la caída, pero al menos no tenía ningún raspón que arruinara su piel.

—¿Como que para qué? Acaso no recuerdas que hoy saldremos juntos. Ayer me confirmaste que sí no veríamos —le recriminó demostrando un tono de dolor infinito.

—Sí —la joven se sintió confundida al percibir que había particularidades de esa salida que quizá no comprendió del todo—, y mi disposición sigue en pie.

—Entonces por qué preguntas ¿lista para qué? Es obvio que para nuestra salida —en un acto instintivo, Madeleine llevó una mano hacia su boca y lentamente, comenzó a morderse las uñas.

—Pero aún es temprano y nosotros...

—Te dije a las seis, duende —recordó para que despabilara cualquier otra idea discordante a su cita—, y me refería a las seis de la mañana.

—¿Estás loco? —Inquirió sintiendo que no habría una mujer tan idiota como ella. Había sido timada por ese hombre—. Es muy temprano para salir a pasear.

—No, no es muy temprano —replicó aguantando sus ganas de reír—, y ya comienza a cambiarte si aún no estás lista, porque en menos de una hora, llegaré a tu casa para comenzar nuestro día juntos.

La confusa llamada se cortó de improviso, dejando en el aire solo un pitido estridente y nada pacificador que anunciaba que Edvino estaba más cerca a su casa. Madeleine se quedó petrificada ante esa verdad puesta frente a sus ojos.

Ella y él pasarían, bajo la luz dorada del sol, la mayor parte del día acompañándose y compartiendo miradas.

Una punzante sensación, más fuerte que el dolor que minutos antes la mataba, eclipsó en todo su ser hasta convertirla en una especie de muñeca sin voluntad. Ella no supo cómo ingresó al cuarto de baño con el propósito de alistarse, ni tampoco tuvo noción de cuánto se demoró. Lo cierto es que estaba envuelta en una toalla blanca, con pequeñas gotas de agua resbalando por el largo de su espalda, cuando escuchó que tocaban su puerta. La comprensión se volvió a encender y el miedo se apoderó de lo que antes había sido su buen juicio.

—Mierda, mierda —dijo resaltando los nervios adormilados en su desequilibrada alma, a medida que corría hacia una cómoda blanca en la que guardaba su ropa interior.

Secándose el agua que aún recorría su cuerpo, se puso su lencería azul favorita. Amaba el azul con locura y eso se debía a su extraño fanatismo por una banda coreana, que curiosamente, tenía el azul perlado como color oficial de su fandom. La desesperación se acrecentó cuando volvió a escuchar el golpeteo en la madera.

Madeleine tomó los primeros pantalones que encontró en el cajón inferior, junto con un polo estampado con una imagen de Viktor y Yuuri, los personajes principales de uno de sus animes favoritos. Por un momento creyó que lo había dejado en Alemania, pero se alegraba de verlo junto con sus demás cosas.

Con la cabellera mojada, la chica salió de su habitación sin ordenar y corrió hacia la entrada, aunque en el camino se golpeó los pies descalzos, eso no le impidió detener su paso. Guardando la compostura y pareciendo lo más casual posible, Madeleine se detuvo un segundo, abrió la puerta y se encontró con Edvino, que sostenía una sonrisa cálida.

—Veo que te has cambiado a la velocidad de la luz —expresó con ese aire de masculinidad que en muy pocas oportunidades se hacía presente en su bella cara de ángel. No es que Edvino fuera poco atractivo, al contrario, sus facciones talladas con una delicadeza extrema lo convertían en una estatua perfecta; pese a ello, en escasas excepciones, demostraba que podía ser tan sensual como otros hombres—, y estás usando el polo de esos homosexuales —añadió mirándola con diversión.

—Cierra la boca, maldito insolente —resopló exacerbada por un comentario que apuñalaba sin piedad, sus sentimientos de fangirl. Nadie se metía con sus dos niños favoritos, ni siquiera el hombre que adoraba con desesperación—, con mi OTP no te atrevas a entrar en fiera y desigual batalla —ella citó al Quijote, justo antes de que este luchara contra los molinos de viento—, porque sabes muy bien que saldrás perdiendo.

—Vas a empezar con tus tonterías —preguntó levantando una ceja e ingresando a la casa de su mejor amiga con largos pasos, y quedándose a un lado del sillón, agregó—. Tienes casi treinta, ya madura —tres décadas de las cuales, una pasaron juntos—. Mujer, ya no eres una adolescente que puede juguetear viendo tonterías.

—Todavía faltan ocho meses para eso —clarificó que la celebración épica de su cumpleaños, no estaba a la vuelta de la esquina—, así que puedes ahorrarte tus palabrerías hasta ese momento —la sola idea de la aparición de arrugas en su cara, la aterró más que los libros y videos que solía ver de noche.

—Cuando cumplas treinta continuarás con la misma cantaleta —ella hizo un ademán para que se callara, mas no terminó de escucharlo porque se encerró en su habitación para completar la bonita combinaran de su indumentaria—, seguirás viendo romances gay que no te llevarán a nada bueno —gritó lo suficientemente alto para que ella lo escuchara.

Edvino creyó que saldrían a las nueve de la mañana; sin embargo, no tuvo que esperar hasta convertirse en un muerto putrefacto para contemplar el cambio final de su aspecto intrépido y despreocupado por la vida. Ella salió a los pocos minutos, completamente lista. Peinada, con zapatos cómodos y una chaqueta negra abierta, con la intención de que el diseño de su polo pudiera apreciarse.

No obstante, él creía fervientemente que sin zapatos y con los cabellos enredados, ella conservaba una beldad que nunca vería en otra mujer.

Se recriminó a sí mismo, no era oportuno que comenzara a prestarle atención a los susurros de la vocecilla que lo instigaba a hacerle cosas poco sensatas a la mujer, que en medio del llanto lo abrazó como si ellos dos fueran los únicos en la Vía Láctea. Era una tortura merecida el avizorar los movimientos de gacela hechos por sus bellas piernas. Madeleine no llevaba ni una semana en Nayerú y él ya era un hombre renovado, capaz de recuperarse del abandono de Cristina.

Le quemaban las palmas de las manos al imaginarse tocando a esa mujer, que se veía tan hermosa mostrando ese lado lindo y dulce que solo él quería conocer.

—¿Qué sucede?—las mejillas pálidas de Madeleine, se encendieron en un intenso color escarlata al notar que Edvino la mirada con una exigencia que ningún otro utilizó sobre su ser. No, ella se equivocaba, un hombre sí la miró hasta deshacerla en una nevada de confusión y, justamente, ese tipo tenía la misma sangre que su amor—, me veo tan mal —la chica se examinó de pies a cabeza para encontrar algún desperfecto.

—Al contrario —suspiró y detuvo la inspección minuciosa de sus ojos enturbiados por el deseo en cierta suavidad pequeña del cuerpo menudo que se ofrecía delante de él, que jamás, antes de esos días, admiró con segundas intenciones. Edvino se tomó la compleja tarea de descubrir los miedos, alegrías, sueños de la mujer que por años consideró una hermana menor a la que debía proteger con la fiereza de un hermano obstinado y gruñón, pero ahora se atrevía a mirarla con el despertar apasionado que ni siquiera su esposa, a la cual amó hasta la pérdida de la cordura, logró avivar con las caricias vehementes de sus manos—, te ves muy hermosa —añadió ante la expectativa de Madeleine—, demasiado hermosa —musitó desplazando a patadas la fotografía latente de Cristina, que ya no volvería a resplandecer en su memoria. 

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora