VI: Posada llena

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—¡Aquí viene un caballero que ha jurado protegernos! —Tenya frunce el ceño—. ¡Caballeros de los Pueblos los llaman! ¡Protectores de cada raza! ¿Pero quién puede enfrentarse ante un Señor de los Dragones? Kronos lo ha dicho. Son seres magnánimos, devastadores y que leen los pensamientos. ¡Son criaturas de todas las épocas, dueños del fuego y del sol! ¡Son la plaga personificada! ¿Quién podría pararlos?

Tenya suspira. Se detiene a un lado de la fuente en la que el hombre está encaramado, con su ropa vieja y sucia que le quita autoridad, su barba espesa y revuelta, sus ojos perdidos.

—Señor, voy a tener que solicitarle que se baje de ahí...

—¡Bakugou va a devorarnos!

—... Las fuentes son propiedad pública y...

—¡Los días de sangre se aproximan!

—... está usted creando pánico entre los ciudadanos, y eso no lo puedo permitir...

—¡Ha llegado el día final para la mayoría de nosotros!

Tenya vuelve a suspirar.

—¡Gente, se ha acabado el espectáculo! —exclama el joven caballero, elevando la voz por encima de los griteríos del loco y alzando las manos. Con su altura, no es sencillo pasarlo por alto. Apenas habla, la gente se empieza a dispersar. Al menos hay algunos sitios en los que ser un Caballero de los Pueblos todavía tiene cierto peso y autoridad y la gente los respeta. Rasaquan es uno de ellos. Gracias a él, principalmente.

El alborotador se calla cuando ve que su público se retira y entonces finalmente se baja de la fuente, observando a Tenya.

—Chico, no lo hacía con mala intención —le dice tras un momento, parpadeando. Tenya frunce el ceño—. Mira, te regalo mi libro. Léetelo —y le extiende su libro putrefacto. Tenya hace una mueca suave con los labios, sintiendo casi pena por él.

—Tranquilo, sé que no quieres perjudicar a nadie, pero este tipo de espectáculos puede alterar a las personas sensibles. Vete a casa. Y no te preocupes por el libro, acabo de conseguirme una copia en Guántamo.

El hombre sonríe. Entonces, sin decir más, se da la vuelta y se va. Tenya le vigila mientras se aleja y, sólo cuando está seguro de que ya no causará problemas, al menos por hoy, retoma su camino a casa.


———


—¡Tenya! —el grito de Tensei resuena en la cocina. El señor y la señora Iida, la nueva señora Iida y Tenya miran a Tensei, quien acaba de aparecerse repentinamente en el comedor de la casa familiar. Son ya las seis, por lo que no es raro que esté de regreso. Lo que es raro, es su urgencia al llamar a su hermano menor.

—¿Qué pasa, Tensei? —pregunta la esposa de su hermano, quien se acaricia el vientre engrandecido quizá de forma inconsciente. Tensei tiene el ceño fruncido.

—Alguien ha llegado.

Tenya arruga el entrecejo. Se pone rápidamente de pie.

—¿Alguien? ¿Qué quieres decir? —pero, aunque lo pregunta, Tenya ya se ha alejado de la mesa y está caminando hacia la puerta de la casa. Tensei se voltea y le sigue.

—Un grupo de personas. Al parecer están liderados por un Caballero de la Orden del Dragón...

—¡¿Qué?!

Justo lo que le faltaba. Como si la gente de la ciudad no estuviese lo suficientemente alterada por el espectáculo de la mañana, ahora llega alguien más a sumarse a sus preocupaciones. Tenya suspira por la vez número treinta del día y se dirige hacia la puerta. Ahí está su armadura desarmada en pedazos. La mira e, impaciente, decide que no tiene tiempo realmente para ponérsela, así que sale de la casa con su sencilla camiseta desmangada de algodón y unos pantalones cómodos grises. No porta ningún aire de autoridad así, pero de igual forma necesita encargarse de ese asunto lo más pronto posible.

Mi Señor de los DragonesWo Geschichten leben. Entdecke jetzt