Capítulo 2

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Varios años después

-¡Por Dios Delia! ¿¡Quieres levantarte de una vez!?-chilló una voz al otro lado de la puerta de su habitación. 

-Ya voy...ya voy...-contestó Delia con una voz cansada y perezosa.- Tan solo déjame 5 minutos más. 

-¡No! De eso nada, hace media hora me dijiste eso mismo. Delia por favor, tenemos que zarpar en dos horas y aun ni te has vestido. 

En cuanto oyó la palabra zarpar, algo en Delia hizo que pegara un brinco fuera de la cama. 

-Ya me he levantado, ahora salgo papá. 

-A buenas horas...-gruñó el capitán Kingstone al otro lado de la puerta. 

Delia se apresuró a vestirse con unos pantalones negros y una sencilla camisa blanca, que a la luz del sol transparentaba un poco y dejaba ver una exuberante figura propia de la muchacha de 16 años que se había convertido. Una vez en el tocador, cepilló su larga melena rubia y la recogió en una alta y voluminosa cola de caballo. Una vez se hubo calzado, se miró en el enorme espejo de su aun más enorme vestidor, para dar el visto bueno a su imagen. Sin duda alguna, Delia era una preciosa muchacha que irradiaba felicidad por donde quiera que pasara. Su cabello rubio, que ahora llevaba recogido, era una autentica cascada de tirabuzones rubios que caía hasta un poco más abajo del pecho. Hacía ya un par de años que se había quitado el flequillo, cosa que la favorecía notablemente, pues de esta manera se podían apreciar mejor sus grandes ojos verdes y sus arqueadas cejas. Su rostro, se había alargado durante su adolescencia, y ahora se podían apreciar mucho mejor sus altos pómulos y su redonda barbilla. Sus labios siempre habían sido finos, al igual que su nariz, que por cierto aun conservaba alguna de las pecas de su niñez. En lo referente al cuerpo, no era demasiad alta, pero  tampoco se llegaba a considerarla baja, era de una estatura que la gente llamaría media. Su vientre estaba completamente plano, y esto se debía a que siempre estaba moviéndose y quemando todas las calorías que engullía, sin darla tiempo a echar tripa. El peso nunca le había importado demasiado, nunca le habían preocupado sus exuberantes muslos o que la camiseta marcara sus brazos, para ella la apariencia física siempre había sido una estupidez. En definitiva, Delia era hermosa, tanto como por fuera como por dentro. Por esta razón, siempre tenía pretendientes, muchachos que le regalaban su corazón día tras día, pobres ilusos. Y es que por mucho que lo intentaran, nadie podría conseguir su amor, pues este ya tenía un dueño. 

Delia salió de la habitación veloz y bajo las escaleras hasta el enorme comedor. Una larga mesa estaba situada en medio de la habitación, y en uno de sus extremos, se encontraba su desayuno. Engulló rápidamente las tostadas  con tomate y se bebió de un sorbo su vaso de leche fresa, que la criada había conseguido tras ordeñar a una de las innumerables vacas de su  establo esta mañana. Una vez hubo terminado de comer, comenzó a correr en busca de su padre. Por el camino, se encontró a multitud de personas, y a todos los saludó con una sonrisa y un amable ''Buenos días'', pero a su padre no consiguió hallarlo por ningún lugar. Cuando ya empezaba a desanimarse, alguien pasó unas manos por detrás de su cabeza y la tapó los ojos. 

-Caleb, para de intentar asustarme.-rio ella y dio un leve codazo al muchacho que se encontraba detrás suyo. 

-Aburrida-dijo él tras soltarla y comenzó a reír junto con Delia. 

En el mismo instante en el que Delia se dio la vuelta y contempló el rostro de su amigo, su corazón comenzó a acelerarse alocadamente. Sus rostro era la viva imagen de  el amor juvenil. Delia no estaba segura de en que momento habían cruzado la fina línea que separa el amor de la amistad, en que momento se había sentido más segura entre los brazos de Caleb que en el fuerte bajo su cama y en que momento el helado había sido remplazado por los besos y las sonrisas de él como su cosa favorita del mundo. Apenas compartían momentos románticos ni mostraban su afecto en ese sentido, pues su relación era, y debía seguir siendo secreta. Delia aun buscaba el valor suficiente de hablar con sus padres sobre sus sentimientos hacia Caleb, pero aquello la asustaba, ya que cuando eran críos ya habían tratado de separarlos por la simple razón de tener una amistad. Ni se imaginaba las medidas que sus padres tomarían cuando se enteraran de que ya no era solo amistad lo que su corazón albergaba. Y es que la vida es así, le gustan las telenovelas y por eso hace que nos atraiga lo prohibido, lo difícil y lo inalcanzable. 

I'll came backWhere stories live. Discover now