Madre.

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Ocurrió todo tan rápido... Tanto queme pilló completamente desprevenida, de un momento a otro el mundose tornó en una confusa vorágine de formas y colores difusos. Antesde que pudiese darme cuenta un grupo de enfermeras me estabanllevando en camilla hacia la sala de partos a velocidad de vértigo.Entonces todo a mi alrededor se convirtió en un caos de figuras,voces y luces girando a mí alderredor. Habían comenzado lascontracciones, pronto rompería aguas.

Era mi primer hijo, estaba aterrada, apesar de que los médicos me habían hablado en un sin fin deocasiones sobre el proceso del parto hasta tal punto de que ya loconocía a la perfección y sabía con todo detalle el papel que metocaba representar, hicimos todo lo posible para que enfrentara conseguridad y positivismo este momento, pero aun así no pude evitarpensar en todo aquello que podría salir mal. Sentía como el miedose apoderaba de mí, cada contracción era como si se me clavaranagujas en el útero. El dolor recorría toda mi espina dorsal.

Los médicos y enfermeros me hablaban,pero yo no podía comprender sus palabras, de repente noté como sehumedecía la fina bata que me cubría y sentí como un líquido merecorría los muslos, esto me sobresaltó. Afortunadamente en esemomento llegó el doctor Montgomery, el era un hombre ya mayor perosin embargo desprendía vitalidad. La camilla frenó forzosamente yel doctor me agarró con fuerza por los hombros. El dolor meembotaba la cabeza por lo que no pude comprender sus palabras, perola forma en la que me agarró, su expresión facial, su mirada...Todo en él transmitía fuerza. Me sentí revitalizada, con renovadasfuerzas para enfrentarme a la odisea que se presentaba ante mi.

Entonces entramos en la sala de partos,una rutilante luz blanca se encendió sobre mi y lo que parecían unmillar de médicos vestidos con su típica indumentaria compuesta poruna bata verde, una red para el pelo y una mascarilla comenzaron amoverse a mi alrededor. Las convulsiones se hicieron cada vez másfrecuentes, cada vez más duraderas, cada vez más dolorosas. Por unmomento pensé que no podría soportarlo.

No sabría decir si pasaron ocho horasu ocho minutos, pero sentía que agonizaba en la sala de partomientras se producía la dilatación del cuello uterino. Escuché unavoz que me gritaba "empuja, empuja". La obedecí sin rechistar,en el fondo era algo instintivo. El miedo se disipó por completo yme quedé a solas con el dolor. Perdí toda noción de mis otrossentidos, no veía nada, no escuchaba nada, no olía nada, no sentíani frío ni calor, solo dolor, dolor y más dolor. Me concentré enempujar y finalmente lo conseguí.

No puedo describir el alivio que sentíen ese momento. Fue por tan solo un instante pero puede ver a mibebé, vi como lo sujetaban, parecía una masa de carne arrugada ysanguinolenta, pero era hermoso. Puede escuchar sus lloros antes deque se lo llevaran, quise abrazarlo, sostenerlo entre mis brazos,sino hubiese estado tan exhausta no tengo dudas de que lo habríahecho, sin embargo sentía que todo mi cuerpo estaba entumecido, ytras notar un pequeño pinchazo en el hombro, finalmente caí dormidasucumbiendo ante el cansancio.

Desperté a la mañana siguiente. Saltécorriendo de la cama de hospital sobre la que descansaba con unasonrisa de oreja a oreja ansiando ver a mi hijo. Tras tanto dolor ymiedo por fin la felicidad me embargaba. Ya había pensado un hombrepara el, Heliodoro, regalo del sol. Me parecía un nombre precioso,estaba segura de que sus amigos le llamarían helio. Podía imaginarcon facilidad un futuro junto a el.

Salí a toda prisa de la habitacióndel hospital, con tal descuido que me choqué de golpe con unenfermero en el pasillo.

-¿Dónde esta mi hijo?- Le preguntéalgo excitada.- Quiero verlo.

-Lo siento Ana.- Me dijo. En cuantoescuché estas palabras el pelo de mis brazos se erizó.- No me gusta tener que ser quien te diga esto, pero meordenaron ser directo, su hijo ha muerto.- Esas palabras megolpearon, fue como si algo dentro de mi se hubiera roto.

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⏰ Last updated: Aug 10, 2020 ⏰

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