Unas Navidades extrañas

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Bjorn y Elsa habían decidido pasar un fin de año particular. Por sugerencia de unos amigos habían tomado un vuelo con destino hacia una zona tropical.

Desde la altura, hasta donde su vista alcanzaba, se veía un manto verde. Un mundo diferente del que vivían, veranos de 24 h de luz de mayo a julio e inhóspitos inviernos con temperaturas de hasta -30°C de noviembre a enero con largas noches en la que el sol parecía haber entrado en estado de invernación . A cambio, recibían visitas que fascinaban a nativos y extraños, nubes brillantes, fosforescentes, que se contorneaban en el firmamento y atraían la contemplación de sus habitantes.

El lugar de elección de Bjorn y Elsa distaba de lo que estaban habituados. El solo cambio de clima ya era llamativo. El sol salía a las 8:30 y se ponía a las 17:30, con poca variación durante el año. Pero lo que más los cautivaba era la infinita variedad de frutos que no llegaban a probar todos, la temperatura era pareja durante todo el día, se podía estar con solo una camisa de manga corta, fuera de noche o de día.

Embelesados por tan variada vegetación, hicieron recorridos por los montes con la ración del día, cada mañana salían a un lugar distinto, allí trataban de adquirir los alimentos de esas pequeñas localidades a las que visitaban. No todas tenían un restaurante donde pedir un menú, pero para esas ocasiones tenían la ración que llevaban a cuestas.

Como se avecinaba la Noche buena, decidieron pasarla en un pueblo donde habían hecho amistades. En la gente apenas se notaba el día festivo, con su ritmo lugareño, hacían todo pausadamente, y los vecinos se juntaban para compartir sus deliciosos alimentos. Bjorn y Elsa habían llevado varias cajas de pan dulce de estilo artesanal,

Cuando el sol se puso, los lugareños fueron llenando la pequeña plaza, pusieron largas mesas cubiertas con coloridos manteles; las mujeres traían bandejas de alimentos de los más aromáticos sabores, todo se prestaba para una noche excepcional. Los niños traían banquetas y armaron un pequeño escenario en medio de la plaza. Fueron acudiendo los músicos, comenzaron con dulces melodías. Todo ese clima invitaba a un momento de regocijo y paz en los corazones.

Cuando llegó la media noche, lanzaron fuegos artificiales, provistos por Bjorn y Elsa. La alegría se hizo tan contagiosa que los niños corrían y saltaban intentando atrapar uno. Los viejos estaban atemorizados, sabían que, cuando se producían celebraciones en el pueblo, los camuflados, como fantasmas, brotaban entre los árboles, los carapintadas traían su pertrecho y un arma entre las manos.

Esa noche, como lo habían presentido los ancianos, hicieron su aparición luego de que la última bengala había sido lanzada. La gente del pueblo se paralizó, todos permanecieron en su lugar, un hombre de bigote ingresó hasta la plaza, los otros permanecieron en círculo rodeándola, desde un extremo llegó otro camuflado, caminó entre el pueblo, miraba detenidamente a los más jóvenes; el pueblo permanecía inmóvil.

Un niño se acercó y le dijo: «Señor, señor, pruebe el pan dulce, le gustará». Un destello se desprendió de la mirada tenebrosa del carapintada; el pequeño al no oír una respuesta corrió hasta la mesa tomó la bandeja y se lo alcanzó al hombre. «Por favor, tome una, son deliciosas», insistía con una sonrisa y ojos angelicales. Con una penetrante mirada quiso intimidar al niño, pero este permanecía firme con los brazos extendidos.

Tomó uno y, al primer mordisco, los aromas del pan penetraron en lo profundo de sus recuerdos, relegados por la vida del monte y la milicia. Era un día navideño, la madre había hecho un delicioso chocolate con el cacao que el padre había traído de la finca. Con los escasos recursos de la familia, apenas podían darse el lujo de un único regalo para todos, la mamá, con buen tino, había elegido un bonito envase colorido que contenía un pan dulce. Los niños habían disfrutaron de esa compra con cada bocado hasta la última miga.

El pequeño que sostenía la bandeja vio como cambiaba la expresión del hombre de monte. Este hizo unas señas y se aproximaron cuatro hombres con sus armas y se llevaron las cajas de pan dulce, el niño miraba perplejo como sin decir una palabra desaparecían en el monte, puso la bandeja en la mesa y se retiró. Los viejos del pueblo estaban arrobados de gratitud a los visitantes por el regalo que habían traído.

Esa noche ningún muchacho había sido capturado por los fantasmas que se llevaban a los jovencitos para engrosar sus filas, como lo habían hecho durante los últimos ocho lustros.

Una abuela trajo una olla con un líquido que desprendía un exquisito aroma, les parecía reconocerlo pero cuando les alcanzaron un vaso, notaron que no era lo que ellos esperaban, pero el sabor era inconfundible, era chocolate al estilo tropical, hecho con semillas de cacao recién cosechados. La algarabía retornaba a los corazones de los lugareños.

Bjorn y Elsa apenas llegaban a comprender lo sucedido. Como todos los lugareños, habían permanecido inmóviles y los relatos navideños se sucedieron hasta el amanecer. Cuando decidieron retornar a la ciudad, un hombre les alcanzó un puñado de semillas cuya sola fragancia permitía reconocer ese inconfundible producto que rebosa los corazones de los enamorados.

Cuando apareció el transporte que los llevaría hasta su hotel, contaron el incidente de esa noche al conductor, él no entendía cómo había podido pasar eso sin más que una sustracción de las cajas de pan dulce.

—Aparecieron de la nada entre el monte —contaba Bjorn.

—No es común que no ocurriera nada —Negaba con la cabeza el conductor.

—El niño le ofreció el pan dulce y luego desaparecieron —replicó Elsa.

—¿Cómo era el niño? —Incrédulo indagaba.

—Era como de nueve o diez años, tenía una bata blanca y un cordel en la cintura, tenía una bonita sonrisa que me llamaba mucho la atención —dijo Elsa.

—Conozco a todos los habitantes de estos lugares, hasta sé cuando nació cada niño, pero no ubico a ninguno de esa edad en ese pueblo. El que tendría esa edad murió hace un año de una picadura de serpiente. De cada diez niños, apenas la mitad alcanza la adultez, muchos son capturados cuando son jovencitos por esas patrullas. Muchos padres deciden enviar a sus pequeños a vivir a la ciudad cuando inician la escuela, y no vuelven más al pueblo, es la razón por la que no puedo entender de quién se trata —Permanecía con la mirada fija en el camino que zigzagueaba la montaña.

—No volvimos a ver al niño luego del incidente, quizá se fue a su casa —respondió Bjorn.

Cuando llegaron a la ciudad, lo único que atinaron fue a buscar su habitación y descansar. El comentario del conductor los persiguió durante los días que siguieron, pero lo dejaron pasar al continuar con sus recorridos ya que solo les quedaban dos días para retornar a sus hogares y pasar allí el Año Nuevo.

El ambiente festivo en su pequeño poblado era muy distinto, la nieve cubría todo, las familias de Elsa y Bjorn se juntaron en el amplio salón en las que celebraban los natalicios y bodas. No eran más numerosos que el pueblo en el que habían pasado la Noche buena.

El relato de los viajeros cautivó a todos, surgían muchas intrigas, otros observaban atentos como lo hacía la matriarca de la familia. Como prueba de que su relato era cierto, Bjorn puso en la mesa el puñado de semillas que habían recibido, Elsa alcanzaba algunas semillas para que todos las olieran, y, decía: «Es esta la semilla con la que se elabora el chocolate, en la tierra donde el café se calienta con plomo».

Era tan distinta a lo que consumían, pero su sabor era inconfundible.

La matriarca levantó las manos y dijo: «Si nadie conocía al niño en el pueblo, solo puede ser el niño que nació para redimir a los hombres, ese pequeño obró a favor de esa gente y también de Elsa y Bjorn, demos gracias por el Salvador, nacido en Belén».

Elsa y Bjorn se apretaron las manos con fuerza y una cálida energía corrió por sus cuerpos.

Historias de fin de añoWhere stories live. Discover now