Prólogo

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Aquella pequeña cafetería de la que era parte la más prestigiosa preparatoria de Tomoeda, se encontraba realmente abarrotada a la hora del desayuno. Tantos alumnos y profesores compartiendo un mismo aire; era sofocante al mismo tiempo que castrante.

Otro pisotón en mi pie derecho con la leve exclamación de un "lo siento" de un estudiante primerizo tan solo logró que volviera a maldecir a Tomoyo por haber querido venir por su desayuno porque; según ella, no tuvo tiempo en su casa para tomar un mísero pan.

Pero eso no era lo que más me molestaba; no. Era el hecho de que ya habíamos pedido desde hace un rato, y no nos habían entregado nada en todo este tiempo. Cruce los brazos frustrada hasta los huesos.

—Esto es el colmo.— saque mi celular del bolsillo delantero de mi suéter azul marino perteneciente al uniforme escolar, y tan solo haberme dado cuenta de que hora era, logró que se me bajaran los colores al suelo.— ¡Diez treinta y nueve! Mierda.

Regrese mi vista a la pelinegra a mi costado, no pareció escuchar mi maldición. Es más, parecía no haberse dado cuenta que obstruía el paso hacia la caja registradora, molestando a medio alumnado de por medio.

—¡Tomoyo!— jalandola hacia mí, conseguí que dejara un hueco para la gente a un lado. Más no saco su vista de su celular último modelo y menos se había percatado de como su hombro fue empujado con fuerza por una chica al querer entrar en el pequeño espacio de la fila.

¡Oh vamos!, ¿es enserio?

—¿Tommy?, ¿te encuentras bien?— levante la ceja esperando una respuesta.

—¡Rebana de pastel de chocolate!— gritaron desde la cocina del local, llamándome la atención, pues esa era la orden que mi mejor amiga había pedido.

Sabiendo de sobra que no se iba a acercar, decidí abrirme con el alumnado, llegando como podía a la barra donde el exquisito manjar estaba a mi disposición.

Pero, justo cuando mi mano tomó aquel plato desechable de unicel, otra ajena hacia lo mismo, quedando cada uno con un extremo del postre.

Observe que el responsable era un joven de cabello castaño, más alto que yo como por tres cabezas, portando el uniforme representante del último año y unos ojos ambarianos completamente brillantes a la luz de la lámpara sobre nuestras cabezas.

De verdad que estaba sorprendida por su llegada. Él, en cambio, no hacia más que abrir y cerrar la boca como un pez fuera del agua.

—Disculpa.— sonreí nerviosa, no era normal que algo así sucediera.— Pero creo que esta es mi orden.

—¡Rebanada de pastel de chocolate!— otro grito frente a nosotros nos aturdido, logrando que el misterioso chico soltara el plato y se limpiaba las manos sobre el pantalón.

—Como lo siento.— murmura inclinándose rápidamente, tomando de esta forma su pedido y corriendo como bala de cañon lejos de la muchedumbre.

...

¿Que acababa de suceder?

—¡Hola!— la voz de la amatista a mis espaldas no logró que apartara la vista de la dirección en donde don Juan había escapado. Extrañando a mi amiga también el que no le contestará.— ¿De que me perdí?

Oh Tommy, si supieras.

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