Josafat, Café y el Coatl

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Él era un niño

Ella era una bestia

Él no era un Dios

Pero caminaron juntos

Josa salió del salón de clases con la mochila botando contra la espalda seguido por sus mejores amigos: Luis y Pedro.

—Mañana hay que traernos los trompos otra vez. —Pedro sentenció con una sonrisa enorme, era el mejor haciendo que los trompos de los demás quedaran por el suelo.

—Mejor un libro de aventuras. —Luis, más calmado, trató de hacerlo cambiar de opinión.

—Pues yo traeré mi nuevo rompecabezas. —Josa anunció sin hacer caso a las sugerencias de los demás, era muy común que todos hablaran al mismo tiempo y por eso ponerse de acuerdo solía ser difícil.

—¡Trompo!

—¡Libro!

—¡Rompecabezas! —Los tres gritaron mientras reían y corrían a sus respectivas casas, desde que habían cumplido ocho años los dejaban volver solos si regresaban juntos ya que la escuela quedaba a dos cuadras.

—¡Cuando termine de comer salimos en las bicicletas! —Josa, quien vivía más cerca, entró corriendo a su casa gritando a modo de despedida. Su casa en realidad no era una "casa normal", de hecho a veces Josa no sabía muy bien qué era. Todo el tiempo había gente entrando y saliendo porque el primer piso era un negocio, sus padres vendían y arreglaban bicicletas, motocicletas y juguetes, así que no fue una sorpresa qué, mientras le sacaba la vuelta a los rines colgados del techo, un manubrio le rozara la mejilla hiriéndolo.

—¡Ay! —Josa se quejó, pero lo único que se ganó fue la mirada curiosa de un hombre gordo que esperaba le parcharan una cámara. Josa se ruborizó (le pasaba con demasiada facilidad), para esconder su rostro rojo se metió en medio de las bicicletas nuevas abriéndose paso por detrás de las cajas de muñecas que empezaron a chillar todas al tiempo: "Mamá, quiero teta".

—Josa, —desde una mesa cercana su hermana mayor, Catalina, lo observó por encima de la montura de sus gafas—, ¿qué haces? —Tenía una muñeca destripada en una mano y un desarmador en la otra, su hermana mayor era quien se hacía cargo de los juguetes y —quizás por eso— era su hermana favorita, ella siempre podía arreglar sus carritos e incluso una vez habían hecho funcionar entre los dos una vieja caja de música; cuando no estaba en la trastienda arreglando juguetes estaba leyendo, así que cuando Josa tenía una duda no había más que preguntarle, ella era como una enciclopedia ambulante.

—Me he cortado. —Josa puso su voz más adolorida, pero Catalina sólo le giró el rostro con los dedos, murmuró que no era nada y lo mandó a comer. Josa bufó y bajó los escalones que lo llevaban al patio, pero en cuanto puso el primer pie sobre el pasto tres perros se le fueron encima haciéndole cabriolas, como era de esperarse cayó al suelo; porque además de ser tres negocios en uno su casa también era algo así como un refugio para animales, tenían tres perros, diez jaulas con canarios, dos peceras y una tortuga de tierra.

Clavel, su hermana de catorce años, era quien se encargaba de alimentarlos (aunque Josa a veces le ayudaba dándoles a los perros lo que no quería de su comida). A su madre no le gustaban los animales, pero no podía decir que no cuando uno de sus hijos llegaba con un cachorro abandonado y lloriqueaba que si lo dejaban fuera se moriría. La última adquisición de la casa era Café, una cachorrita que Josa había rescatado de un contenedor de basura con ayuda de su hermano mayor.

—Ya basta. —Josa se sacó a los perros mayores de encima y caminó hacía la cocina con Café pescada fuertemente de sus agujetas. A pesar de que intentó evitarlo Café se metió en la casa antes que él y empezó a olisquear por el piso en busca de un pedazo de tortilla, como la habían encontrado hacía muy poco aún se le notaban las costillas y siempre tenía hambre.

Josa y los 7 sellosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora