Capítulo 3 (editado)

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Ciudad de Eneviah, al norte del Argüell.

Belta 2003 desde la Gran Ola.

Desde el balcón, Erol contemplaba orgulloso el atardecer en la ciudad de Eneviah.  El espejo de agua, los esbeltos edificios como agujas que proyectaban larguísimas sombras. Las modestas, pero numerosas residencias unifamiliares distribuidas entre calzadas verdes. La plaza del caracol donde un nuevo centro comercial estaba siendo construido. Las nubes movedizas de congéneres que volaban en sus cielos.

—Todo un espectáculo —dijo Gaulica a su espalda.

—Casi perfecta —respondió Erol sin inmutarse. Entre todas las ciudades del norte del Argüell, Eneviah era sin duda la más hermosa y próspera—. Se apartó de la ventana y caminó hasta su despacho. Su escritorio estaba invadido de volúmenes impresos y rollos de piel y pergamino. Comparado con el resplandor del balcón, la oficina, con libreros adosados al perímetro, era oscura y olía a moho.

Gaulica permaneció en posición de firmes.  Dirigió una mirada a los mapas sobre la mesa. En estos, Erol había marcado en rojo las rutas recorridas por los expedicionarios en su intento por viajar hacia el sur de macizo.

—No tenía idea de que fueran tantas.

—Y no son todas —declaró él mientras enrollaba los mapas.

Un atisbo de comprensión se vislumbró en el rostro de la mujer. Las marcas faltantes pertenecían a exploradores de los que nunca se volvió a tener noticia.

—¿Qué nuevas me traes? —Erol sacó una caja laqueada. Al abrirla, emergieron ocho bolitas de manteca de cao envueltas en casquillos dorados, su pequeño tesoro—. Toma los que gustes.

—Gracias —acercó la mano, cogió uno de los dulces y la saboreó.

—¿Deliciosos, verdad?

Ella asintió, mientras tragaba el bocado.

—¿Y bien?

Gaulica se aclaró la garganta:

—Mi señor Haradur, los espías…

Erol levantó una mano para detenerla. Se escucharon voces y pasos en el corredor.

—Mi hermano Aron y su escolta —dijo Erol—. Parece que pasan de largo.

Gaulica frunció el ceño, se asomó por la ventana.

—El embajador de Ravagriah, mi señor.

Intercambiaron una mirada. Ambos sabían que se agotaba el tiempo. No podían arriesgarse a que otra cosa saliera mal ¡y menos a que Aron se enterara de sus planes!

—Será mejor que hablemos en otra parte. —Erol le señaló el balcón—. Acompáñame.

—Como usted ordene, mi señor.

Las comisuras de su boca se curvaron en agradecimiento a su lealtad. La dama se acercó al borde del balcón, extendió las alas y se lanzó en vuelo planeador. Sobre el uniforme militar, Erol llevaba una capa cubriendo los hombros y el pecho, la torció para dejar libres las alas y le dio alcance en seguida.

Volaron hacia el suroeste, rumbo al área reservada a los “visitantes”, justo a un lado de los despojos de su nave estelar y el cráter que esta ocasionó al estrellarse en tierras eloahnas dos beltas atrás. Mientras se alejaban del palacio, Erol recordó aquel primer encuentro con estos seres.

La isla de los eternos (en pausa)Where stories live. Discover now