Little lion man

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Era normal que la gente se parase a mirar. No todos los días te encontrabas semejante enormidad de casi dos metros plantada delante de tu facultad escudriñando los rostros de la gente como un perro nervioso en busca de su dueño. Sin embargo el chico se mantenía ajeno a las miradas y cuchicheos que levantaba su presencia. Su mente estaba fija en una persona, e iba a encontrarla. Aunque ni él tuviese muy claro el porqué de aquel empeño. Y es que su relación no había comenzado bien.

De hecho, no había muchas maneras de que hubiese podido causar una peor impresión.

Cuando entró por primera vez en el pabellón reservado para el club de vóley de Nekoma, su mirada vagó por el brillante espacio de techos altos y madera reluciente, con una maravilla tal que cualquier observador habría jurado que era su primera vez en un gimnasio, hasta que su atención fue atraída por las voces de quienes en adelante serían sus compañeros. Concretamente, sus ojos se quedaron pegados al chico que se encontraba frente al grupo de candidatos de primer año.

Sonrió sin darse cuenta ante aquel novato de cabellos claros que, a pesar de su corta estatura, mantenía una pose firme y resuelta delante del grupo. Su sonrisa se acentuó cuando sus ojos castaños se posaron en él.

—¡Hola! No seas tímido, grandullón, ven y preséntate.

—¡Hola! Soy Haiba Lev. Tú también eres de primero, ¿no? ¿En qué clase estás?

Todo pareció congelarse. Los estudiantes de segundo y tercero se sumieron en un silencio expectante. Eso debería haberle puesto sobre aviso.

—Dis-disculpa —la sonrisa del más bajo titiló como una vela—, ¿crees que soy de primero?

Lev vaciló apenas una fracción de segundo antes de abrir la boca... y la caja de los truenos.

—Lo siento, es que al ser tan bajito...

Aún tendrían que pasar algunas semanas antes de la primera patada –un golpe en la espinilla que lo hizo cojear día y medio- y los ocasionales pescozones –menos frecuentes porque la nuca de Lev no solía estar muy a mano-, pero aquel día el medio ruso tuvo el dudoso honor de batir el récord en colmar la paciencia de Yaku Morisuke. Con una impresionante marca de siete segundos con ocho centésimas, pulverizó los veinticuatro con tres de Kuroo Tetsurou.

Nada mal para un primer día.

Con semejante historial, era difícil explicar por qué estaba allí, en el campus de la Todai, como un cachorrillo perdido sobredimensionado. Cualquier otra persona se hubiese despedido de su senpai en la graduación, le habría deseado lo mejor, y ya sólo se habrían visto en las reuniones de exalumnos y tal vez en algún partido.

Pero Lev no era cualquiera.

Había muchas cosas que lo caracterizaban, como su naturaleza ruidosa, enérgica e ingobernable, o el hecho de no tener un solo filtro entre el cerebro y la boca. No obstante había algo mucho más elemental y definitorio del medio-ruso: su testarudez. Una vez se empeñaba en algo, detenerlo era como intentar parar un camión sin frenos; requería de una enorme pericia, sangre fría y cierta tendencia suicida.

Un terremoto interno pareció sacudir a Lev de pies a cabeza y sus ojos se iluminaron como soles de jade cuando una figura menuda se detuvo unos escalones por encima de él, mirándolo con confusión.

—¡Yaku-san! —Una enorme sonrisa se expandió por su rostro.

El castaño abrió la boca para responder, pero un tercero se le adelantó.

—Vaya, ¿qué tenemos aquí? ¿Un niño perdido?

Lev no lo había notado antes, pero junto al líbero estaba otro de sus antiguos senpais, con su eterna sonrisa torcida y aire despreocupado.

Little lion manWhere stories live. Discover now