Otro día de Picnic

30 5 30
                                    

Como cada día desde que había comenzado el verano, reinaba la paz en casa de los Smith, una paz que se vio interrumpida cuando la niña de 6 años: Marie, se despertó. Luego fue corriendo hasta la habitación de sus padres, se subió a su cama y comenzó a saltar.

- ¡Arriba, arriba, arriba! –chilló la pequeña.

- Un poquito más.

- ¡Arriba, arriba, arriba!

- Cinco minutos más, cariño.

- Pero hoy vamos de picnic, mamá. Hoy es un día muy, muy importante –dijo la niña, como si no cupiera lugar a discusión.

- Cariño, tenemos todo el verano para ir de picnic. El parque no se va a mover de allí.

- Pero... –Volvió a protestar Marie–. Seguiré saltando hasta que os levaaaaantéis. –Y soltó una gran carcajada mientras su padre la atrapaba y comenzaba a hacerle cosquillas.

- De acuerdo, ¡arriba!

El Parque de Manson, en Londres, llevaba allí desde mucho antes que alguien pudiera recordar su existencia. Algunos comentaban que antes había sido un cementerio a las afueras de la ciudad, es más, algunos hasta comentaban haber encontrado alguna pequeña lápida entre el césped y los árboles que lo rodeaban. Por lo que respectaba a los Smith, la familia de Marie, no estaban interesados en éste tipo de leyendas urbanas. Mientras pudieran seguir acudiendo a aquel sitio tranquilo, en donde su hija podía correr y chillar libremente, por ellos, perfecto. Ocuparon su parcela de césped, cerca de un olmo situado en uno de los extremos del parque, colocaron su manta y se prepararon para disfrutar de otro día de picnic.

- Mami, mami, ¿puedo comer un helado?

- ¡Claro, cariño!

- ¿Y puedo jugar con Lucy?

- ¡Claro, cielo! –contestó mamá, que en aquel momento estaba más preocupada por poner ojitos al vecino de enfrente, sin que su marido se diera cuenta.

- ¡Wiiiiiiii! –comenzó a chillar la niña, mientras comenzaba a saltar.

Poco podían sospechar los que disfrutaban de aquel día de verano que cerca de allí había ciertas personas no tan contentas y tranquilas con toda aquella fiesta en el parque, como era el caso de Alexanger Berg, a quien habían despertado una millonésima, sino billonésima vez, de su larga siesta.

- ¡Malditos vecinos del Ático! ¡Siempre armando jaleo! Un día de estos, un día de éstos...– Protestó levantando un puño hacia el cielo.

- ¿Quieres callarte, Alex? Un día de estos, ¿qué? ¡Estás tan muerto como yo!

- ¡Hombre, pero si es Richard-ya-no-me-queda-tumba!

- ¿Cómo has dicho? –dijo Richard echando mano de su maltrecho revolver o intentándolo, pues poco quedaba de su cadáver. Si había algo que molestara a Richard más allá del jaleo organizado por sus vecinos o el no poderse rascar la nariz cuando le picaba, era que se hiciera mención a su féretro, del que se sentía muy orgulloso, realizado en madera noble. Estaba más que dispuesto a contar a todos cómo lo había ganado jugando una timba de póker y cómo había sido su propio funeral, al que asistió desde primera línea.

- ¡Oh! ¿Otra vez discutiendo? –Intervino Rosie: la vecina del C.

- ¡Son ésos malditos cretinos de ahí arriba! ¿Cuándo dejarán de armar jaleo? –soltó Alex.

- ¡Cuando se mueran! –le espetó Richard y comenzó a reír–. Entonces sí que verán...

- ¡Oh! Esperad, esperad –dijo Rosie, intentando imponer silencio–. ¿Ésa que habla no es la señora: "quiero ir al pajar con..."?

OTRO DÍA DE PICNICWhere stories live. Discover now