1. Cauce

154 8 4
                                    

Saevek iba a ser abandonado y por eso vestía su mejor ropa

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Saevek iba a ser abandonado y por eso vestía su mejor ropa.

Llevaba en una mano un bolso de viaje con el resto de sus cosas y en la otra llevaba agarrado a su abuelo. No era la primera vez que viajaba por una Puerta de Agua pero sí la primera que lo hacía sin su papá. Y eso le encogía el estómago más que la idea de viajar en el vacío para llegar al otro lado del Imperio.

Pero al final saltó y cuando salió por el otro extremo estaba seco. Como debía de ser. Los había acompañado durante el camino un hombre de mediana edad con tatuajes en el cuello, en las manos y en toda la longitud de los brazos. Se llamaban canciones de sangre y la que tenía en el esternón le causó un cosquilleo al acercarse a ese hombre. A esa Ave de Humo.

A su futuro hermano.

Habían llegado a un pueblo nombrado como él, a Vekwel, con sus torreones blancos resguardando su futuro hogar. La noche era apenas atravesada por la linterna que llevaban los tres, haciendo más difícil para él vislumbrar las construcciones que iba dejando atrás. Solo podía mirar las tallas más cercanas al suelo, que no por eso eran menos bellas que las que seguro estaban sobre los tejados y balcones.

Saevek miró al cielo y solo vio sombras blanquecinas que se recortaban del cielo reflectando la luz de la linterna. Pero era todo. Más allá se extendía el manto de la Noche Negra, sin estrellas, sin lunas. Los Auteri no salían en una Noche Negra y por eso él y su abuelo se aprovechaban de la oscuridad para llegar al palacio de la Corte de Humo, la cuna de todas las mañanas: Iskash, la Fortaleza Nublada.

Podía verla desde donde andaban, a pesar de las casas de dos pisos y altas aceras que distinguían a Vekwel. Alta, imponente y tan blanca como Thea y Vandra. Había lámparas en su fachada que le permitían ver, con cada recodo que doblaban, más y más detalles de la construcción. A sus costados, dos muros gemelos se extendían en cada dirección como dos alas interminables que resguardaban el Valle. Era una visión arrebatadora.

El camino adoquinado los llevó fuera de Vekwel y una vez despejado el camino, cuando tuvo en frente a la fortificación más famosa después del Palacio Imperial, tuvo que reprimir las ganas de llorar. Era una suerte que su abuelo no pudiera verlo, no quería que le dijera nada, o que tuviera vergüenza de que su nieto era un llorica. Así que reuniendo toda la fuerza que pudo en esa noche oscura y sin estrellas, alzó el rostro y todo su orgullo para encarar las paredes níveas que aguardaban por él como una bestia con las fauces abiertas.

Saevek iba a ser abandonado y tenía miedo a pesar de que tenía doce años ya. Saevek iba a ser abandonado y tenía vergüenza a pesar de llevar sus mejores ropas. Iba a ser abandonado y tenía ganas de llorar a pesar de las promesas que le habían hecho.

Iba a ser abandonado y no podía hacer nada para evitarlo, a pesar de lo mucho que gritaban las canciones dentro de su cabeza.

Esas malditas voces y los sueños desquiciados lo habían llevado hasta ahí.

Los portadores del albaWhere stories live. Discover now