Capítulo I: Quietud lacerante.

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Explotan en medio del negro cremoso de la inconsciencia espasmos recurrentes,  temporalmente incoherentes y adornados por aquel sonido blanco, generado por el silencio absoluto y mezclado con el tenue sonido del propio riego sanguíneo craneal; son dolorosos, interpretables como chirridos, constantes y, lo peor de todo, soportables. Con cada respiración, el cuero insensible de Hannibal se hunde entre cada costilla de su pecho, y sus manos ennegrecidas por su pobre circulación serían perfectamente comparadas con la gélida piel de aquel cadáver que ha visto la muerte hace incontables horas, y pasa sus primeros instantes de eternidad con sus venas abarrotadas de formol y sus párpados pegados entre sí,  hasta que sus huesos se conviertan en polvo.

Subestimando al más descarado de los colmos, los dientes de este desdichado hombre se tambalean bruscamente al ritmo del bruxismo cada vez que el sueño embarga su mente cada cierto tiempo; y el sonido de su respiración rasposa bordada con la que alguna vez fue su ronca voz es la única resonancia que retumba entre aquella habitación de paredes de barro, gruesas y desiguales, pintadas de un amarillo palidezco, y afirmada con columnas de madera color gris de pintura barata en las esquinas; con una sola ventana que, gracias a la textura del vidrio, opaca la vista al exterior lo suficiente como para ver la luz, pero no las formas; una mesa de aluminio coja y una sola cama individual en frente de aquella ventana, que lleva en su lomo aquel cuerpo postrado día tras día.

La cerradura de una puerta exterior al habitáculo marca el quiebre del sueño, los ojos pesados duelen al forzarlos a abrirse y sus pestañas escasas y quebradizas permiten el paso del saturado sudor frío, que rueda por su amplia frente hasta sus ojos, acarreando consigo ardor insoportable; la puerta que había escuchado se cierra con una delicadeza forzada, que sin embargo no se escapa del sensible oído de Hannibal, y culmina su despertar al fin. Entra apurado en la habitación una figura oscura, al pasar deja en el aire su aroma a madera húmeda, se retira los guantes negros y los deja sobre aquella mesa, y a continuación se retira el sombrero y la bufanda, y sin girar la vista hacia la cama, y con el abrigo aún puesto, se queda completamente quieto con la espalda hacia el inmóvil individuo.

—Buena mañana, colega; veo que ya ha amanecido para ti hoy— Retumba entre las gruesas paredes la ronca voz del raptor —tus dudas serán respondidas gradualmente, imagino que no habrá inconveniente, tu paciencia debería estar bien desarrollada a estas alturas.      

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⏰ Last updated: Dec 05, 2017 ⏰

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