Esa estúpida sonrisa

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—Tu, ¿sabías que tenía esa enfermedad? ¿Por Qué no me dijiste nada? —el tono de Roger es de angustia y parte de desesperación.

—No lo sé, creí que ya lo sabías. —Tita contesta de manera despreocupada. —Además es evidente, solo mirala: se muerde las uñas, siempre está ansiosa, es algo inquieta. Y no tiene muchos problemas con su enfermedad, a no ser que tenga una presión muy fuerte.

—Eso fue lo que exactamente paso. ¡Y yo, no puede hacer nada! ¡Por primera vez en mi jodida vida, no supe hacer algo!

Y un golpe suena de la nada, asustandome y haciéndome separa mi oreja de la puerta. Mi cuerpo se estremece, los gritos me ponen muy nerviosa.

No se que hacer. No soy tan valiente como para entrar y hablar personalmente con Roger. Soy una tonta, estúpida niña caprichosa que no sabe madurar, que llora de todo y se preocupa de todo. Esto es mi culpa, mi obsoluta y gran culpa. Si Roger renuncia será por mi berrinche, por mi nada más. Yo soy el problema siempre he sido yo el problema.

Y ahí va la niña débil de siempre. A llorar. Las lágrimas caen sobre mis mejillas y me avergüenzo de mi misma maldita debilidad. No puedo ser tan débil. Tengo que ser más fuerte, más segura de mi. Dios así tengo que ser. Madura Adalia, te haría mucho bien.

Y, pensando que es la mejor decisión, salgo despavorida hacia la puerta. Necesito salir, siento que aquí me ahogo. Abro la puerta y salgo sin más. No voy a ninguna parte solo me quedo ahí, con mi espalda recargada a la puerta, mis lágrimas en mis mejillas y mis brazos abrazandome.

No duró mucho tiempo en esa posición. No puedo irme así, sin más. Preocuparia a mi padre y a Roger y también a Tita. No soy tan rebelde como para hacerlo. Lo que si hago es alejarme un poco de la casa.

Doy unos pequeños pasos, que me alejan del portico de mi casa. Y poco a poco me alejo cada vez más. Hasta llegar a la gasolinera. Esta en la última esquina de la cuadra de mi casa. Vivo a dos cuadras así que no me aleje tanto.

Me siento en una de las bancas, en donde esperas el autobús, y ahí me quedo mirando la eterna agonía de mi vida.

No me pienso quedar mucho tiempo, solo en lo que posiblemente Tita convenza a Roger de quedase. Es muy persuasiva cuando se lo propone.

Conozco a Tita desde que comparamos la casa, fue la primera persona que contratamos. Era un enfermera jubilada desde hace un tiempo que por cuestiones de la vida terminó como empleada doméstica. Al parecer le gustaba un poco más. Y con nosotros terminó siendo ama de llaves. Nunca quiere descansar, dice que está entregada a mi y a mi padre. No tuvo hijos así que ve en mi a esa hija que nunca tuvo y que hubiera querido tener. Yo igual la veo así, en parte por el abandono de mi mamá y el poco tiempo que veo a mi papá. Ella y el servicio se han vuelto mi segunda familia.

Por eso me dolería tanto que Roger se valla. Le he tomado cariño, más de la cuenta, diría yo. Si me gusta, ya lo admito. Fue mi amor platónico de niña y ahora en la adolescencia, es obvio que en la vida se va fijar en mi. No creo que baje tanto la mirada hacia mi, teniendo a tantas mujeres a su disposición.

Giro los ojos. Ya basta de insultos por favor. Ya fueron suficientes por el día de hoy.

Me quedo sumergida un poco más en mis pensamientos, cuando la bocina de un auto me sorprende más de la cuenta. Es un convertible rojo, muy hermoso, pero aún más es el conductor. Me quedo embobada al darme cuenta que el que conduce es Owen Brooks, el mejor jugador de fútbol americano de la escuela. No es guapo, es lo que le sigue, pero hasta eso siento que no es muy engreido. Que yo sepa solo ha tenido una novia Carolina y se ve que le es fiel, ella es hermosa por algo es su novia.

Gotas de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora