Prólogo

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El día que comencé a madurar, fue cuando decidí dejar Los Ángeles. Recuerdo que estaba muy enojada y que, en parte, lo hacía por cobardía; en ese momento no quería enfrentar mis problemas. Y si, no es un motivo muy válido de madurez, pero en ese momento era lo que yo necesitaba.

Para comenzar, ¿Qué es la madurez?¿Un síntoma?¿una decisión?, madurar es, en mi punto de vista, crecer como persona darte cuenta de tus errores y virtudes. Hay personas que logran hacerlo cuando tienen quince o dieciséis, y hay otras que lo hacen cuando tienen treinta, cuarenta o tal vez nunca (podría dar varios ejemplos).Crecer es obligatorio madurar es opcional.

Yo creí madurar cuando mi madre abandono a mi padre (yo solo tenía seis años) también estaba muy enojada y frustrada, y le pregunte mil veces a mi padre si yo tenía la culpa de su separación, el solo me decía que: mamá se había ido por que encontró algo mejor, ¿y que nosotros no éramos lo mejor? Me culpe una y cien veces, hasta que caí en la cuenta que, no podía pasarme la vida lanzando culpas. No podía pasar toda mi vida siendo víctima todo el tiempo.

Desde entonces me prometí que viviría al máximo mi vida, pero –en ese entonces– mi papá ganaba el salario mínimo en una patética fabrica textilera, era mensajero. Había veces que pedíamos los víveres fiados; vivíamos en un departamento 4 x 4 en uno de los peores barrios de la ciudad. Al no tener dinero, mi padre llego a trabajar doce horas continuas; sin embargo, cuando legaba siempre tenía energía para abrazarme y darme un beso de buenas noches. Una vez escuche una conversación de el con el viejo Bob, el encargado de la renta de los cuartos de la zona.

–Estas muy jodido, George. Siempre te veo cuando regresas de la fábrica, si continuas así tu hija va terminar sin padre. –escuche la voz del viejo Bob, me lo imaginaba fumado en su mugrienta pipa de hace cien años.

–Tú crees que no lo sé –susurro mi padre–.Cada vez que regreso, los pies me tortura y que se diga de la espalda. Pero con solo ver la carita de mi Dalia, cierto dolor desaparece.

El viejo Bob suelta un bufido, solo a él le salía ese tipo de sonidos cuando reprobaba una acción.

–Tú sabes que no hablo de tu trabajo, ¿ya has ido a ver al médico?

–Dalia necesitaba unos libros en la escuela.

Escuche como golpeaban, la puerta. Y después de eso no logre oír nada más, el viejo Bob se había llevado a mi padre muy lejos de mí, para que no pudiera oírles.

En ese tiempo, y ahora, mi padre sufría de diabetes. No teníamos el dinero suficiente para pagar la renta (y que solo eran veinte dólares mensuales) mucho menos teníamos para pagar ese tipo de medicamentos. Pensé seriamente en trabajar, pero una vez que le propuse la idea a mi padre me dejo muy claro que no estaba en sus planes el dejarme trabajar.

–Estas lunática si crees que voy a dejar que trabajes– me sermoneo mi padre, mientas serbia el cereal del desayuno–. Además, ¿en qué piensas trabajar con seis años?

Yo solo me limite a ver mi plato vacío de cereal, cuando una lágrima se resbalaba por mi mejilla.

–Escuche lo que le dijiste al viejo Bob. Sé que por mi culpa no viste al doctor. – levante los ojos hacia él, quien me miraba incrédulo– Ciento que si algo te pasa va ser por mi culpa, y lo que menos deseo es perderte.

Las lágrimas me traicionaron y cuando menos me di cuenta ya estaba sollozando. Me causaba terror el perder a mi padre a esa edad, donde yo solo era un ser indefenso inerte de la realidad del mundo.

–Oh mi pequeña –dijo mi padre mientas se acercaba a mí– esto no es culpa tuya. Nada, escúchalo bien, es tu culpa. Te prometo que nada malo nos va a ocurrir.

Por primera vez, tuve una esperanza; y esta si era verdadera.

Mi padre decidió –una semana después de esa conversación– renunciar a lo que se podría decir su trabajo (donde te torturas mucho y cobras poco) ya que se dio cuenta que eso no era para él. Mi padre tenía muchas visiones y proyectos, lo único que le faltaba era el dinero para realizarlos; mientras que muchos riquillos tienen el dinero, pero no la inteligencia para invertirlo.

De trescientos o más boletos que se sortean en una lotería solo hay un ganador. Mi padre decidió probar suerte y compro uno, los números sorteados eran el día de mi cumpleaños. Los juegos de azar son muy engañosos y por muy ridículo que suene mi papá ganó. Un boleto, una oportunidad y más de cien mil personas queriendo ser ganadoras y él venció, ante todas.

Un millón de dólares en menos de un día. Casi nos da un infarto por la sorpresa. Llore, reí y grite de la emoción. Lo que más me motivo fue que ya podríamos comprar el tratamiento de mi papá. Pero no todo era miel sobre hojuelas, ya que debimos pagar nuestras antiguas deudas (con un alto interés de retaso) pero aun así si sobro para cumplir el sueño más ambicioso de mi padre, abrir su propia empresa.

No fue fácil, mi papá tuvo que tomar varios cursos de contaduría y administración de empresas para saber cuál era la mejor opción de inversión.

Después de casi seis meses de duro trabajo la empresa Kahler Company Industry United LLC se fundó. De ser una pequeña familia, que vivía en los barrios bajos de Los Ángeles pasamos a ser los nuevos ricos de la ciudad.

Pero estar expuesta a tanta publicidad causo varios problemas: uno de ellos fue que mi padre ya casi no tenía tiempo para mí, el segundo fue que a cualquier lugar donde fuera tenía que llevar guardaespaldas, y tercera comencé a subir de peso. Llegue a pesar ochenta kilos.

No me importaba mi apariencia y a mi padre, bueno, me ama como soy. Estar gorda o flaca daba igual. Me tenía sin cuidado.

O Bueno no hasta que conocí a Owen. El rehilete perfecto que necesitaba para destrozarme la vida.

Gotas de amorWhere stories live. Discover now