Capítulo 1: Cómo lograr que te lleven a caballito

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—Sabes que prefiero que me llamen Jayce.
Aeryn asintió. ¿Desde cuándo los personajes secundarios de su libro preferido salían de la historia para hacerse sus amigos? ¿Desde cuándo las palabras cambiaban, eliminando a Jayson por completo de la narración?
—Tiene que ser un sueño —murmuró para sí misma, aunque no pudo evitar que Jayce la oyera.
—Estoy de acuerdo contigo —reconoció él—. Es demasiado bonito para ser real —tras unos segundos de silencio, añadió—: ¿Te llamas Aeryn?
—Ajá.
—Aeryn —repitió Jayce, saboreando cada letra—. Me gusta.
—Pues claro. Es un nombre precioso.
Iba a explicarle que su nombre era otra de las cosas que le gustaban de sí misma, pero el timbre que anunciaba el final de la clase lo impidió. «¿Tan rápido se ha acabado la hora?», se lamentó Aeryn; «apenas he podido leer». Aunque, pensándolo mejor, aquel día había descubierto algo mucho mejor.
En clase de educación física, Jayce no se separó de Aeryn.
—¿Qué se supone que hay que hacer?—preguntó el muchacho, como si nunca hubiese ido al instituto. Y así era, de hecho.
—¿Ves a esa mujer de ahí? —le explicó Aeryn, señalando a una mujer joven y atlética que se encontraba en el centro del gimnasio, observando a los alumnos con aire de suficiencia—. Es la profesora. Dedícate a obedecerla.
Jayce parecía asustado.
—¿Es una Amazona?
—¡Claro que no! No estamos en Mulier. La señorita Harlan es... —se acordó de todas las veces que la había regañado por ser la más lenta de la clase— simpática. Escucha, Jayce —continuó—. Aquí las mujeres son buenas. Yo me porto bien contigo, ¿no?
«Aunque antes creía que Jayce era estúpido», pensó Aeryn.
—Tienes razón. Lo siento —se disculpó Jayce—. A veces olvido dónde estoy y...
Les sobresaltó el pitido repentino que inundó la estancia, resonando en las amplias paredes del gimnasio. Aeryn y Jayce se volvieron hacia la profesora, que aún tenía el silbato en la boca.
—Agrupaos por parejas —ordenó con una sonrisa divertida—. Vamos a hacer una carrera de caballitos.
Aeryn agarró el antebrazo de Jayce sin pensárselo dos veces. Era la primera vez en mucho tiempo en la que no acababa siendo la única chica sin compañero, sin contar las ocasiones en las que eran un número par y alguien se veía obligado a ser su pareja.
—¿Aeryn? —murmuró Jayce—. No veo ningún caballo aquí.
La muchacha puso los ojos en blanco.
—Lo sé —explicó, mirando a Jayce con una sonrisa traviesa—. Tú eres mi caballo. Tienes que dejar que me suba encima de ti y correr mientras cargas conmigo —miró por encima de su hombro, observando cómo los demás se preparaban—. Además, ya lo has hecho antes, ¿no? Cargaste con Ronnie cuando resultó herido en la Aldea de... —se calló, pensando que tal vez Jayce no había vivido esa parte aún.
Por suerte, él no parecía haberla oído. Miraba a los demás alumnos, como si intentara memorizar lo que hacían para imitarlos después.
—Vale —afirmó—. Lo intentaré.
Se encaminaron hacia la línea de salida, y Aeryn se colocó justo detrás de Jayce, apoyando una mano en cada hombro y lista para impulsarse hacia arriba.
—¿Listo? —preguntó.
—Una —contó Jayce—. Dos... ¡Tres!
Aeryn saltó, y el muchacho agarró sus rodillas con rapidez para evitar que cayese al suelo; ella se aferró con ambos brazos a su cuello, mirando al frente con actitud desafiante.
—Si no recuerdo mal, corres muy rápido.
—Afirmativo. No es por ser presumido —dijo Jayce (con aire presumido)—, pero a mi lado el mismísimo Ronnie parece una tortuga.
—Tienes que presentármelo. Estoy loquita por él —confesó Aeryn.
—Claro —Jayce giró la cabeza hacia ella y le guiñó un ojo.
En una esquina del gimnasio, la voz de la señorita Harlan anunció la cuenta atrás para comenzar la carrera. Aeryn miró a su alrededor y vio, en su mayoría, a chicas tontas que se reían, agarradas al cuello de chicos que prometían ganar por ellas. Se preguntó si parecería una de esas chicas, y Jayce uno de ellos.
—Si te caes no me haré responsable de ello —anunció el muchacho—. Y no pienso servirte de colchón —añadió después.
No, no lo parecemos; pensó Aeryn con una sonrisa.
—¡Preparados...! —gritó la profesora— ¡Listos...! ¡YA!
El gran estruendo que provocaban las pisadas de los alumnos inundó el gimnasio, rebotando en sus paredes, mientras las primeras parejas se desplomaban y los primeros alumnos se quejaban.
No era el caso de Jayce y Aeryn, que avanzaban a buen ritmo y sin pararse. La chica se reía a carcajadas cada vez que él estaba a punto de tropezar. ¿Qué más daba? Jayce amortiguaría su caída.
Finalmente y sin poder creérselo, llegaron los segundos a la meta.
—¡Pesas mucho para ser tan pequeña! —exclamó Jayce, masajeando su espalda.
Aeryn se llevó una mano a la tripa, fingiendo estar disgustada, cosa que no era en absoluto cierta.
—Nunca llames gorda a una chica —advirtió, estirando el labio inferior.
Jayce la miró con una sonrisa pícara.
—Bueno, ya sé cómo vencer a Keira y sus Amazonas. Daré vueltas por la Aldea con una gran pancarta en la que ponga: “ESTÁIS GORDAS”. Gracias por tu idea.
Aeryn soltó otra carcajada, que ni siquiera el timbre del instituto fue capaz de silenciar.
La siguiente clase transcurrió con normalidad, exceptuando a Aeryn, que por primera vez no estaba sola. En el recreo se fue a la biblioteca, como siempre, y Jayce se dedicó a admirar las estanterías llenas de libros. Aeryn observó en él instantes de melancolía al recordar que él pertenecía a uno de ellos. También se sentó al lado de ella, y simplemente observó cómo leía.
—Antes tenía una amiga, ¿sabes? —dijo ella—. Lo digo para que no pienses que soy una marginada o algo así.
—Pero lo eres —apuntó Jayce.
Aeryn lo ignoró y siguió hablando.
—Se llamaba Elina y le gustaba leer tanto como yo —explicó—. No estaba en mi clase, pero todos los días nos reuníamos en la biblioteca y hablábamos de libros. La gente nos miraba raro. Era fantástico —dijo, suspirando.
—¿Y qué pasó?
Aeryn se encogió de hombros.
—Se mudó una semana antes de Navidad. No he vuelto a saber nada de ella.
—Lo siento —dijo Jayce, aunque Aeryn estaba segura de que él sabía que no iba a servir de nada.
Se hizo el silencio.
—Jayce —dijo Aeryn al cabo de unos minutos.
—¿Qué pasa?
—¿Crees que podrías llevarme contigo a Mulier?
Jayce la miró con los ojos muy abiertos. Aeryn podía imaginarse sus pensamientos sobre por qué narices querría ir a un mundo tan horrible.
—No estarás pensando convertirte en Amazona... —dijo él con actitud preocupada.
—¡Claro que no! —Aeryn negó con la cabeza—. Sólo quiero salir de aquí. No sabes lo aburrido que es esto... Siempre he querido visitar un mundo mágico, correr riesgos, vivir una aventura. ¿Me entiendes?
Jayce arqueó una ceja.
—Claro, y conocer a Ronnie.
Aeryn sabía que la gente solía sonrojarse con esos comentarios, pero ella esbozó una sonrisa.
—Obviamente —afirmó.
—No sé —dudó el muchacho—. Acabo de salir de Mulier, y no creo que una vez dentro podamos regresar aquí de nuevo.
—¿Cómo saliste de allí? —preguntó Aeryn.
—Me ayudó el Creador —explicó—. El hombre que dio vida a nuestro mundo.
—¿Te ayudó...? —dijo la chica, incrédula—. ¿Mi tío?
Jayce hizo una mueca.
—¿Qué?
—Mi tío es escritor —explicó Aeryn—. Estaba a punto de publicar El Bosque de la Noche Eterna, y para comprobar si gustaba a los jóvenes me regaló el primer ejemplar por Navidad. Creo —sonrió— que lo va a publicar dentro de un mes. Aunque tal vez se abstenga ahora que tú estás fuera y la historia ha cambiado.
—Menuda invasión de nuestra vida privada —gruñó Jayce.
—Pero, la cuestión es, ¿cómo has...?
—No lo sé —confesó el muchacho—. Una noche, dando un paseo por los alrededores del Bosque, encontré el libro —explicó—. Leí algunas páginas y vi que contaba nuestra historia. Antes de que pudiera leer el final, tu tío apareció y me lo quitó de las manos. A cambio de que no se lo contara a nadie, me prometió sacarme de aquel horrible mundo; se reunió conmigo a la noche siguiente, pronunció algunas palabras con los brazos extendidos hacia mí y... de repente, me desperté en una extraña habitación. El Cread... tu tío —se corrigió— estaba allí, y me ofreció algo de beber. Me contó que la gente de mi edad viene al instituto y me mandó expresamente a esta clase. Creo... —balbució— que sabía que tú estabas en ella, que me reconocerías y te ocuparías de mí.
—¿Yo? ¿Ocuparme de ti?
—Bueno, obviamente sé valerme por mí mismo. Nací en el Bosque.
—Lo sé, ¿te acuerdas? —recordó Aeryn—. Pero tengo una duda.
—¿Cuál?
—Si la historia ha cambiado cuando has venido, ¿cambiará si yo entro en el libro?
—¿Preguntas o afirmas? —dijo Jayce—. Pues claro que cambiará.
—¡Ajá! —exclamó Aeryn, provocando que la bibliotecaria la mirara llevándose un dedo a los labios—. Acabas de admitir que me llevarás contigo dentro del libro.
—Yo no... —empezó Jayce, pero Aeryn le señaló con el dedo con actitud acusadora—. Está bien, está bien.
—Júralo por el Bosque —ordenó la chica, que conocía muy bien las costumbres de su gente.
—Oh, vamos... —Jayce se interrumpió—. Espera... ¿tú sabes el final de la historia?
Aeryn asintió, y le narró cómo Ronnie iba a la Aldea con él, conocía a Lorette y acababan profundamente enamorados (se lamentó un poco en esa parte, ya que la muchacha quería al protagonista para ella sola). Le contó cómo, gracias a la ayuda de Jayce, Ronnie regresaba al Bosque vivo tras un ataque de las Amazonas. Le explicó cómo Ronnie lograba poner fin al reinado de Keira retándola a uno de sus combates nocturnos.
Cuando acabó, Jayce la miraba incrédulo.
—¿Hablas en serio? —exclamó—. ¿Ronnie vencerá a esa imbécil?
Aeryn abrió la boca para contestar, pero la bibliotecaria les llamó y señaló la puerta, dando claramente a entender que hacían demasiado ruido.
Una vez en el exterior, Aeryn habló, pero no fue para responder a la pregunta de Jayce.
—Nunca había pasado un recreo fuera de la biblioteca —confesó.
—¿Aeryn? —dijo Jayce.
—¿Qué pasa?
—¿Nos vamos a Mulier?
—¿A qué viene tanta pris...?
Aeryn miró a Jayce. Sostenía El Bosque de la Noche Eterna entre sus manos, y observaba una página, pálido. Antes de que ella pudiera preguntar qué ocurría, Jayce le mostró el libro: desde un punto de la obra, todas las hojas estaban en blanco, sin ninguna palabra escrita en ellas.
La muchacha abrió los ojos como platos y le arrebató el libro a Jayce. Comenzó a pasar las páginas con una rapidez impresionante hasta que, hacia la mitad del libro, vio palabras escritas. Cuando leyó lo que ponía, su rostro se volvió blanco como las demás hojas.
—Es... lógico —balbució Aeryn—. El libro se acaba ahí porque no hay más que contar. Si tú no estás el día en el que va a la Aldea y le hieren... Ronnie morirá a manos de las Amazonas.

El Bosque de la Noche EternaWhere stories live. Discover now