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Salí de la sala de reuniones con los comienzos de una jaqueca. Odiaba esas reuniones. No eran más que palabrería sin sentido en la que los viejos empezaban a indicar todo lo malo que estábamos haciendo, por supuesto, sin ofrecer ningún tipo de solución. Y no olvidemos las amenazas tácitas de José Carlos, indicando muy claramente que de no encontrar a su hijo pronto, yo dejaría de ser un miembro útil del equipo. Una manera muy linda de decir que mi condena de muerte estaba casi firmada.

—¿A dónde vas? —preguntó Sergio, trotando para alcanzarme.

—Quiero hablar con Lorena. —Lo cual no era mentira.

—¿Ya se abuenaron?

Hice una mueca.

—Por eso quiero ir.

Me tomó de la mano.

—Ya entenderá.

Lorena no se había tomado a bien su encierro domiciliario, y me echaba toda la culpa a mí, lo que era comprensible aunque no justo. Esperaba que la idea que tenía en mente satisficiera su deseo de acción y que me ayudara a llevarlo a cabo. Ella era la única que podía guiarme de aquí en adelante. Bueno, no la única, pero no quería tener que estar a solas con él.

—¿Quieres que te acompañe? —se ofreció.

Negué.

—Creo que es mejor si estamos solo las dos. —Hizo una mueca—. Si empieza a insultarme, te sentirás tentado a defenderme, preferiría que no lo hicieras.

—¿Desde cuándo he peleado yo por ti?

Lo pensé.

—Buen punto.

—Pero no quieres que te acompañe.

Le pedí disculpas con la mirada.

—Está bien, te buscaré después. —Me dio un beso en la frente y se alejó. Había fallado épicamente en no verse decepcionado y me sentí culpable.

Pero quité eso de mi mente y corrí hasta uno de los ascensores. Apreté el botón de la tercera planta y el tiempo que tardé en llegar allí se me hizo eterno.

La oficina a la que entré estaba cerrada y tapiada con ventanas oscuras. Abrí la puerta apenas lo suficiente para entrar. Lorena estaba en el centro con un visor que le cubría la cara y unos guantes sintéticos que le llegaban hasta los codos. Sus pies tenían zapatos especiales, con sensores de movimiento y presión, y el piso sobre el que estaba era de goma, un círculo de no más de tres metros de diámetro. Una luz infrarroja la atravesaba, cubriendo su rostro de una sombra rojiza. Tenía el cabello atado en una cola de caballo y unas gotas de sudor pegaban unos mechones a los laterales de su rostro. Giró hacia mí y lanzó algo en mi dirección. No me inmuté, porque lo que sea que fuera, era virtual. Afortunadamente.

Las luces se encendieron y Lorena se quitó el aparato. Me miró con furia.

—¿Qué haces aquí?

—Tengo una idea y necesito tu ayuda.

Sus ojos se iluminaron, pero se dio la vuelta, intentando disimularlo.

—¿Qué idea?

—¿Estás o no interesada?

Esta vez cuando giró, sí tenía algo en la mano, y me agaché antes de que me golpeara. Era uno de los guantes, que quedó pegado en la pared detrás de mí.

—¡Te estoy ofreciendo algo que hacer!

—¡Algo que deberías haber hecho antes! ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Tres meses?

Conquista (Resistencia #3)Where stories live. Discover now