II *Yuri Plisetsky

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Con veinticuatro años sobre el cuerpo, el hada rusa (o vándalo ruso, según a quién se le preguntara) Yuri Plisetsky era uno de los personajes del momento en la moda estadounidense. Con un porte elegante, rasgos casi andróginos y un temple de acero poco visto entre sus pares, Plisetsky se había hecho un lugar en el exigente mercado laboral dominado por personajes que le llevaban al menos unos diez años de experiencia. Pero él había trabajado duro demostrando su valía, se quemaba las pestañas en pos de la revista y en el año y medio que llevaba como editor jefe había logrado elevar a GO a los puestos más altos de la industria, sacándole ventaja a la competencia. Un ingenio brillante unido a una mezcla de belleza y mal carácter era la imagen que proyectaba entre sus pares y colegas. Yuri Plisetsky era el corazón de GO, aunque pareciera que él mismo no tuviera corazón.

Mentiría si dijera que no era consciente de los rumores que le rodeaban. La mitad del mundo de la moda lo admiraba por su talento, la otra mitad lo detestaba. O ambas cosas a la vez, que era lo que usualmente ocurría. Veían en él al chico talentoso con una personalidad asquerosa (sí, había escuchado eso salir de las bocas de varios cuando creían que él no los oía), al ruso que "seguramente había llegado a ese puesto haciendo sabe dios qué clase de favores", al joven que parecía tener al mundo servido en una bandeja de plata y, como suele suceder con esos casos tan famosos, se valían de esa imagen para limpiar sus propias frustraciones sobre su persona. Se había convertido en la comidilla y la toalla de mano de aquellas personas alrededor que, imposibilitadas de avanzar al mismo nivel, se dedicaban a menospreciar sus aciertos.

Pero nadie veía el trabajo de fondo. No sabían de esos días lejanos en su adolescencia donde se quedaba estudiando noches enteras, no tenían ni idea de la cantidad de rechazos, lágrimas y frustraciones que cimentaron su camino; no podían comprender la soledad que le generaba ostentar un cargo tan reconocido en un país extranjero, sin familiares, sin amigos... porque Yuri podía contar con los dedos de una mano, literalmente, las personas a las que podía llamar amigo, y seguramente le sobrarían dedos.

La gente solo veía lo que le convenía y se quedaba con ello, juzgándolo como se hace con un libro cuya portada no nos acaba de encajar, omitiendo todo lo demás. Pero no le importaba en absoluto. Había aprendido ya a esas alturas a tener la madurez suficiente para afrontar las opiniones externas como deben afrontarse dichas cosas: con una indiferencia absoluta. ¿El mundo quería juzgarlo? Pues bien, que lo hiciera; incluso se encargaría de proporcionarles material de sobra para eso. Se convertiría en el mejor editor conocido y les callaría la boca a todos esos vejestorios celosos y de mentes estrechas que opinaban que alguien como él no debería estar a la altura a la que se encontraba actualmente.

Cruzó a pasos rápidos, concentrado en sus asuntos, los pasillos elegantes de la oficina mientras en los cubículos el personal se movía con aparente precisión trabajando al unísono. Pero Yuri lo sabía mejor, era consciente de las miradas a hurtadillas dirigidas a sus espaldas, de los cuchicheos a media voz, del chisme a medio contar entre las secretarias mientras colocaban su mejor pose de concentración frente a monitores vacíos. Vacíos como sus cerebros, pensó el ruso.

Al grito de su apellido, Yuri volvió la cabeza. Un hombre de anteojos corría tras sus pasos llevando consigo un hato de papeles bajo el brazo. Parecía faltarle el aire, aunque quizá el cansancio fuera producto de los kilos de más sobre su anatomía que el mismo Yuri no había dejado pasar sin un comentario sarcástico que incluía la comparación del joven con un cerdo.

—Necesito que revise esto, por favor.

Yuri miró la carpeta verde que el otro le extendía y luego sus ojos esmeraldas subieron hasta el rostro del mayor, otorgándole una mirada que habría helado a cualquiera que estuviera en su lugar. El moreno tragó saliva de forma inconsciente.

—¿Y Dave?

Titubeante, el empleado trató de justificar la ausencia del editor y la urgencia del trabajo debido a la insistencia de los proveedores. Yuri fue consciente del momento en que su paciencia explotó haciendo un ruidito nervioso en sus sienes, cruzando de un oído al otro y remeciendo la jaula de su mal humor. Con un gruñido estiró la mano para quitarle los papeles extendidos y avanzó a grandes zancadas hasta su oficina personal. El de anteojos se quedó de pie en el pasillo, indeciso, hasta que el grito del ruso lo hizo reaccionar y mover los pies con rapidez hacia adelante.

Apenas un minuto después, la voz ronca, maltratada por la furia, de Yuri Plisetsky cruzó el cristal que separaba su oficina de las demás mientras maldecía en ruso al irresponsable editor al otro lado de la línea telefónica. "¡Estás fuera de esta empresa!", rugió, y las secretarias saltaron de sus asientos, con sus ojos delineados muy abiertos.

El teléfono chocó con la mesa y el ruso resopló, tratando de calmar en algo el mal humor que amenazaba con desbordársele a través de los ojos a las diez de la mañana. Empuñó las manos sobre el escritorio y cerró los ojos con fuerza. Frente a él, el otro lo miró con angustia. No era bueno ver a Yuri Plisetsky enojado.

—Desde hoy ocuparás el puesto de ese idiota. Haz un buen trabajo y te compensaré. Equivócate y te largarás de aquí al igual que él. ¿Entendido?

Con un asentimiento rápido, el hombre tomó la carpeta del escritorio y salió rápido rumbo a su ahora nueva oficina. No esperaba recibir un asenso bajo esas circunstancias, pero Plisetsky era impredecible. Más le valía ganarse su confianza y hacer un buen trabajo, si quería conservar el cuello y pagar la renta.

Yuri se dejó hacer en la silla de forma pesada, mentalmente agotado. Si había una forma de comenzar la semana con el pie izquierdo él lo estaba experimentando justo ahora. Del mismo modo, debería haber sabido que las leyes del universo son una mierda y cuando creemos que ya nada puede salir (más) mal, aparece algo peor.

La llamada que el ruso recibiría apenas unas horas después acabaría por hacer de su día un perfecto desastre laboral, poniendo en jaque su trabajo de años. 

GO, marry me!   ||Pliroy||Onde as histórias ganham vida. Descobre agora