Recuerdos bajo las estrellas

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La brisa marina acarició su rostro surcado de arrugas, ella se dejó envolver por el reconfortante abrazo oceánico. Hacía más de cincuenta años que no visitaba aquella playa, fue como volver a reencontrarse con un viejo amigo. Admiró el horizonte con la inocencia de una niña al observar el mar por primera vez. Se descalzó y sumergió los cansados pies en la orilla. Caminó despacio hasta el espigón, y cuando lo pisó no pudo evitar que las lágrimas se escapasen de sus ojos, resbalando por sus mejillas hasta caer sobre las rocas. Al llegar al final contempló cómo el rojizo sol se ocultaba en las profundidades marinas. El color del atardecer le devolvió recuerdos, recuerdos que creía haber enterrado en lo más profundo de su alma.

—¿Quieres otro trozo de tarta de cerezas? —le dijo ella con una gran sonrisa.

—Creo que si comiera un poco más explotaría —contestó él, pasando su mano por la barriga.

Un rato después de la merienda, la pareja se encontraba abrazándose. Ambos disfrutaban de la calidez que les brindaba ese instante, sencillamente eran felices sintiendo el palpitar de sus corazones.

—Ver el crepúsculo desde el espigón es muy romántico —suspiró ella.

—Rosa, el atardecer no tiene comparación con tu belleza.

Volvió a suspirar ante sus cumplidos, embriagada de amor quiso manifestar sus emociones con un beso. El contacto de sus labios los sumergió en oleadas de una ternura vibrante. La pareja no se imaginaba que esa noche sería la última vez que visitarían aquella playa.

—Mira el cielo estrellado, es casi tan bonito como tus ojos verdes.

—Por favor. Me estás poniendo como un tomate, Mitchel.

—Soy tan feliz a tu lado... Estaremos juntos para siempre.

Evocar el pasado le produjo una inmensa tristeza. En su juventud había sido demasiado ingenua, y ahora no era más que una anciana amargada que se arrepentía de sus errores. O eso era lo que pensaba de sí misma. Alzó su rostro hacia el cielo y se percató de las estrellas que aparecían con timidez. Había pasado el resto de su juventud lamentándose de su pasado por no haber aprovechado su vida. Desde que él se fue, no volvió a ser la misma. Se sentó como pudo en una roca, reprimiendo los quejidos de su maltrecho cuerpo. Algunas olas al chocar salpicaron su rostro. «¿Hasta cuándo vas a seguir lamentándote?». La voz de la culpabilidad resonaba en su cabeza, y los malos recuerdos volvieron a inundar cada rincón de su mente.

Era una tarde de invierno, hacía más frío de lo normal. Rosa leía relajada frente a la chimenea, estirada sobre su cama. Pero el sonido de unos pasos la desconcentraron.

—Rosa. ¿Puedo hablar contigo? —Su padre entró con brusquedad en su habitación.

—Claro, padre —respondió inquieta al ver el nervioso gesto en la cara de su progenitor.

—Quiero hablar contigo de ese chico con el que te ves mucho —comentó con voz trémula.

—¿¡Mitchel!? —Se temió lo peor.

—Sí. Ha tenido un accidente de tráfico, y está ingresado en el hospital. Su familia me acaba de llamar hace un rato. Dicen que es poco probable que sobreviva.

El alma se le enredó en los pulmones y su corazón estalló en miles de pedazos, fue como sentir millones de cristales desgarrando sus entrañas, al mismo tiempo que su respiración se tornaba lenta y pesada. Su padre la abrazó para transmitirle apoyo, pero ella tuvo que hacer acopio de sus fuerzas para no desvanecerse del disgusto.

—Por favor, llévame ante él —suplicó sollozando.

—Por supuesto, cariño.

Cuando entraron en la estancia vieron a los padres de Mitchel que se hallaban junto a su inconsciente hijo, los recién llegados saludaron con respeto. Fue una sacudida muy fuerte para Rosa, le impresionó ver a su amado en aquel lamentable estado, debatiéndose entre la vida y la muerte.

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⏰ Last updated: Nov 08, 2017 ⏰

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¡Levántate y vuela! (Muestra)Where stories live. Discover now