Parte única

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No sabía qué hacer, por lo que decidí escribirte esta carta. Fui todo un iluso, un insensato, y un cobarde. Deseaba volver a verte a cada momento, abrazarte y oler tu pelo. Aquí ya no hay de eso, aquí no hay nada más que paredes, gris... y rutina. Una despiadada rutina.
  Me siento un imbécil por no haberte dicho lo suficiente que te amaba, por no haberte besado lo suficiente. Por haber tenido siempre los guantes puestos.

—Acromo. —Fue interrumpido.
—¿Qué quieres ahora, Ghechis?
—¿Le estás escribiendo otra vez?
—Cállate. Sé que nunca la leerá.
—Deberías dejarlo, ya es la... Joder, he perdido la cuenta. Dudo mucho que las lea, o que siquiera le lleguen —. Ghechis caminaba en círculos. Ya todos los días hacía lo mismo.
—Me da igual, Ghechis. Este bolígrafo es todo lo que tengo.
—Haz lo que quieras, pero es en vano. Lo más proba...

Acromo dejó de prestar atención y asió el bolígrafo negro de nuevo. Las palabras de un Ghechis cada vez más metido en sus desvaríos se habían convertido en nada más que un murmullo de fondo. Si antes le causaban pesadillas por la remembranza de sus actos, ahora no eran nada más que el sonido de una estática en la radio, como el sonido de los motores de combustión de los coches en las calles de ciudad Porcelana al que, ya acostumbrados al bullicio, sus ciudadanos no prestaban atención. Ghechis había envejecido tanto en tan poco tiempo que no era más que el harapo de las lujosas telas del monarca que creyó ser alguna vez, en los anales del tiempo del Equipo Plasma. Se podría describir como el viento que ulula entre las rajas de una ventana quebrada por heladas invernales y calores veraniegos a lo largo del tiempo. El grito del vidrio rompiéndose.

El tiempo aquí pasa despacio. Muy despacio. No te haces una idea. Su, no sé si lees mis cartas, siento que todas estas palabras que te escribo caen en los sacos rotos de lo que fue nuestro recuerdo. No sé si a veces te olvidas, o me piensas. Yo no me olvido de nada, y menos aún de ti. Tampoco sé si las lágrimas de tinta que escribo te llegan o no, y si lo hacen... Solo deseo que no te canses de ellas. Ghechis cada vez gana la locura que yo pierdo cada día recordando mis errores. Llevo tantos "lo siento" escritos que he perdido la cuenta. Cada vez queda menos para irnos de aquí, pero creo que siempre estaré aquí atrapado. Juro que ya no siento, Dalia. Ya no siento el agua fría, ya no siento el color de los objetos. Ya no siento los quejidos de Ghechis. He dejado de tener, y de temer, al frío de las noches. Me di cuenta cuando nos vimos por última vez, y lo temí durante meses. Temí al verdadero hielo, temí a la sangre de mis venas. Como todo, mi ineptitud la había helado. Ahora continúa helada, porque siento aún tus ojos, llorosos, viendo en la distancia a mi sombra, clavados en mi nuca. Aún los siento, como las agujas del verdadero hielo que ahora me invade. Es irónico, sí. Echo de menos el calor de tus ojos fríos. El eco de tu voz riendo en los pasillos, y ser juntos el color del verano. Te echo de menos, Dalia Suzuki.
  Atentamente, Acromo C.

  Soltó un suspiro. Acromo detestaba sus cartas. Llevaba ya un tiempo sumido en la más absoluta de las miserias. Encarcelado, agotado, abatido; escribiendo nada más ni nada menos que su vacío. Las primeras cartas que escribía, eran las que aún mantenían el poco brillo que le quedaba. Ahora, sin embargo, sólo quedaba amargura.
  Pasaron los meses, y también su esperanza. Escribió más cartas entre los lamentos y quejas de Ghechis, hasta que la tinta del bolígrafo se agotó. En medio de un texto. En medio de un "te quier". El carcelero pasó al cabo de un rato, y Acromo reclamó un nuevo bolígrafo.

—¿Para qué? —Preguntó el carcelero, harto de su pesadez con las cartas.
—Para hablar del mal gris.

  El boli le fue negado, y continuaron sus días de miseria. La apatía le consumía los huesos, y la desidia solo se dignaba a besar su alma en las noches más oscuras. Aún quedaba medio año para salir de allí. Era el precio a pagar por todo el daño realizado. Le torturaba, pero no le era suficiente.
  Un buen día a mediados de marzo, temprano en la mañana apareció el carcelero y despertó a los dos reclusos. Ghechis comenzó a quejarse. Cuan más tiempo pasaba, más viejo se hacía.

For Those Old DaysWhere stories live. Discover now