El silencio reinó por unos momentos el lugar, mientras el ambiente daba paso a un aire de melancolía. "Un amor prohibido", fue el pensamiento de ambas naciones.

Y si algún día sus respectivos aliados y jefes se llegaran a enterar que se enamoraron de quien alguna vez fue su enemigo, ¿acaso se opondrían a ese amor?

El silencio, que alguna vez fue reconfortarte, ahora solo era incómodo.

Inglaterra sonrió, una idea se coló por su cabeza. Comenzó a caminar en dirección contraria a donde se encontraban, fijo a su decisión. Cuando Japón quiso seguirlo, el anglo lo detuvo.

—¿Puedes... quedarte aquí por un momento? Yo... iré a traer algo que te gustará. —sonrió no tan confiado.

Japón asintió confundido, para al instante ver como Arthur huía del lugar. Más resignado que tranquilo, sólo le quedó acomodarse en unos de los grandes sofás de aquella sala.

—A pesar de todo, Inglaterra-san debe sentirse muy solo viviendo en un lugar tan grande sin nadie que lo acompañe... Yo podría hacerlo aun si él estuviese enamorado de otra nación. —suspiró despacio, agachando la cabeza y jugando con sus manos.

Rápidamente se dio una cachetada. No era la nación francesa quien se encontraba en ese lugar junto a Inglaterra, sino él, el gran imperio japonés. ¡No debía menospreciarse de tal forma!

Sin embargo, no pasó mucho tiempo torturándose ya que unos golpes en la puerta llamaron su atención. No supo si sólo era parte de su imaginación o algún juego de su inconsciencia, pero al instante la realidad le hizo a volver a escuchar los mismos retumbos. Quería avisarle a Inglaterra, pero eso significaría interrumpir lo que estuviese haciendo dentro de la cocina. Así que, rendido, se dirigió a la puerta.

Al abrirla, se topó con una imagen que no esperaba: Frente suyo se encontraba una señorita de cabellos castaños recogidos en una cola alta y unos lentes oscuros, la cual que se hallaba de pie frente al umbral de la puerta con una enorme y muy extraña sonrisa.

—¿Buenas... noches? —resopló el oriental frente a la presencia de la mujer— Disculpe, ¿busca a alguien?

—Discúlpeme usted a mí, joven. —chilló la mujer, sonriendo aún más— No quise interrumpir el nido de amor de usted y su... —carraspeó— pareja. Sólo vengo a entregarle esta carta que ha llegado a recepción. Usted es Kiku Honda, ¿verdad?

Japón se sorprendió. ¿Por qué una carta, que iba dirigida a él había sido mandada al departamento de Inglaterra? Esto era muy extraño, tanto o igual como la chica que sonreía cada vez más perturbadora, y quien ahora leía la carta que le supuestamente pertenecía.

—¡Espere! ¿Acaso esa carta no es mía? Mejor démela y yo...

—¡OH! Parece que tiene una cita~

—Una... ¿cita?

. . .

—¡Listo! Realmente espero que le guste... —habló entusiasmado nuestro ex pirata favorito junto a una pose triunfadora haciendo juego con sus guantes de cocina— Aunque todo el mundo esté en contra de mis scones, estoy casi seguro a Japón le gustará. Él no se deja guiar por los comentarios de los otros países...

Sabía que oriental era absolutamente diferente a las demás naciones; empezando por su forma de ser, pasando por su físico y terminando a su cultura. Todo en él era hermoso y nadie podía comparársele. ¿Cómo fue que no se dio cuenta de lo enamorado que estaba de esa pequeña y fuerte nación? Los sonrojos súbitos y los tartamudeos debieron darle alguna señal.

Diez pasos para conquistar a un japonésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora