-No pierdas la esperanza, a pesar de lo que te hayan dicho los médicos. Por muy difícil que sea todo, ten fe -me dijo mientras, me secaba la lágrima que no pude retener.

La mayoría del personal de aquel hospital se limitaba a hacer su trabajo, apenas sentían empatía, o esa era la conclusión a la que yo había llegado. Tras observarlos durante mucho tiempo, creí comprender que los que no estaban ya insensibilizados, preferían ocultar sus pensamientos tras una máscara de cortesía y profesionalidad. Pero esta chica era especial. No ocultaba sus emociones. Hacía que por unos segundos sintiese que todo podría mejorar. Al marcharse se llevó consigo la alegría, y volví a caer en la telaraña de culpabilidad que inundaba mi mente hasta quedarme dormido.

Veía un montón de mariposas revolotear en mi habitación, sus alas refulgían con luces multicolores, dejando estelas de neón en el aire. En medio de ellas, la joven del kimono azul alzaba su mano para que uno de los insectos se posara sobre su palma. Yo la contemplaba, absorto por el bello espectáculo, los hermosos destellos no tenían nada que envidiar a la deslumbrante noche de Tokio. Algunas se colocaron alrededor de sus hombros y su pelo. Ella me miró y me sonrió, una intensa emoción palpitó en mi pecho. No comprendía de dónde brotaba aquel manantial de sensaciones. No sabía quién era, y sin embargo, percibía que la conocía. Volvió a sonreír, pero atisbé que la tristeza empañaba sus pupilas. Intenté preguntarle qué le ocurría, pero mi cuerpo seguía sin reaccionar.

Abrí los ojos. Mis padres estaban presentes, probablemente me habían estado esperando con paciencia hasta que despertara. Después del incidente, me sorprendió lo mucho que se habían volcado en ayudarme. Mi madre se acercó y me acarició, vi que su rostro reflejaba cansancio. Mi padre me dedicó una media sonrisa, no era fácil para ellos. Intuía que debían sentirse culpables, esta experiencia ampliaba mi limitada perspectiva. A pesar de que nunca lo había hablado con ellos, interiormente les había culpado por haberme obligado a estudiar algo que no quería. Qué equivocado estaba... era más fácil echarles la culpa que aceptar que fui un cobarde por no contarles lo que realmente anhelaba. Mi estupidez me había salido cara, no solo para mí, sino para ellos. «Lo siento tanto...». Confesé desde mis pensamientos lo que nunca me atreví a decirles y procuré que mis emociones se reflejaran en mis ojos. Cada uno de ellos me sostuvo una mano. ¿Por qué había tenido que esperar a esta catástrofe para sentirme tan unido a las personas que amo?

Hacía rato que mis progenitores se habían marchado. Volví a fijarme en la ventana y me conmovió contemplar las nubes teñidas por el arrebol. Jamás había añorado tanto algo tan sencillo como pasear bajo aquel cielo rosado.

Cuando la noche llegó vino acompañada por un intenso dolor de cabeza, noté que me iba a estallar. Las enfermeras se alarmaron. Decían que debían llevarme inmediatamente al quirófano, mi vida corría peligro. Empujaban la cama por los pasillos con urgencia, los pinchazos eran tan fuertes que apenas pude ver los rostros de las personas que deseaban salvarme con tanto fervor. Mi consciencia se diluyó en la negrura.

Algo extraño me ocurrió sentí como una parte de mí se liberaba, como una mariposa cuando se deshace de la crisálida y expande sus alas. Intuía que dejaba mi cuerpo y mi alma se desplegaba en todo su esplendor. Atónito, vi a las mariposas danzando a mi alrededor. Ya no había dolor, podía moverme de manera natural. Frente a mí, en medio del torbellino de alas luminosas, se encontraba la misteriosa joven del kimono. Esta vez me miraba con amor. Se acercó a mí y cogió mis manos. Me transmitió suavidad y calidez.

-Te quiero tanto, Ren -me susurró con lágrimas en los ojos-. No quise que cometieras los mismos errores que yo.

Verla tan triste me rompía el corazón. No supe el motivo, pero me sentía mal. No quería que aquella muchacha se decepcionara por mi culpa.

-Lamento haber sido tan estúpido y materialista. Me arrepiento de haber dejado que mi vida girara en torno de tantas cosas superfluas, y haberle dado la espalda a lo que importa en realidad -me disculpé.

Ella me observó comprensiva y sonrió aliviada.

-Eres una buena persona, eso es lo importante. Me alegro de haberte podido conocer. -Sus palabras sonaron a despedida, su figura se desvaneció junto a las mariposas de neón.

La nostalgia se oprimió en mi pecho, necesitaba volver a verla, pero algo me arrastró cómo si fuera absorbido.

Las blancas luces del quirófano me golpearon en el rostro, me percibí de nuevo atrapado en mi físico. Había sido una experiencia tan hiperrealista que me aturdió.

Contemplé cómo mi enfermera favorita me estrechaba la mano, e inconscientemente respondí con un ligero apretón. Fue suave pero sus ojos casi se abrieron igual que platos. Me miró sorprendida, yo tampoco entendía lo ocurrido; pero al ver su rostro alegre, la euforia me envolvió. No podía negarlo, pero la misteriosa joven había tenido algo que ver.

Tiempo después, gracias a la rehabilitación, a mis esfuerzos y al apoyo de mis seres queridos, pude recuperar parte de mi movilidad. Fue un milagro poder volver a hablar y hasta poder comer. Aún me quedaba mucho por mejorar, aunque comprendía que mi cuerpo jamás volvería a ser el de antes, y mi alma tampoco. Me prometí a mí mismo que me esforzaría en valorar cada detalle de la vida, sería más altruista con los demás y aceptaría mis emociones.

Habían trascurrido unos meses. Leía sentado en la silla de ruedas un libro de título: La escafandra y la mariposa, de Jean-Dominique Bauby; era una persona que había pasado por lo mismo que yo. No pude evitar conmoverme con su testimonio, me inspiró para seguir adelante y hacer que mi experiencia también ayudara a los demás. Para mi sorpresa, mientras pasaba las páginas, una foto cayó al suelo. Mi madre que estaba cerca, me ayudó a cogerla del suelo. Pero al ver su imagen su rostro se conmocionó, yo no entendí lo ocurrido. Preocupado le quité la imagen de las manos, y sorprendido vi a una sonriente joven vestida con un delicado kimono azul. Mi vello se erizó. ¿Cómo había llegado hasta aquí? Le pregunté a mi madre quién era.

-Es tu madre biológica -murmuró emocionada.

Hacía tiempo que me contaron que era adoptado, pero descubrir que la muchacha que había velado por mí se trataba de mi verdadera madre, me chocó bastante. Por lo que supe murió cuando me dio a luz, había tenido una mala vida y se quedó embarazada bastante joven. Pero aún así se esforzó por buscarme una buena familia. Los dos habíamos cometido terribles errores, pero le debía la vida por dos. Más que nunca reafirmé mis deseos y le agradecí profundamente todo lo que había hecho por mí. La existencia me regalaba otro inexplicable milagro, y con certeza supe que, pasara lo que pasara, jamás dudaría del potencial que habitaba en mí.



La semana que viene subiré el tercero y el último que compartiré en esta muestra. Recordad que en Amazon podéis encontrar la antología completa. Un fuerte abrazo y gracias por leerme =)

¡Levántate y vuela! (Muestra)जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें