Al'Camín. La voz del Agua

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Como cada atardecer, Calió vigilaba en silencio el horizonte; un horizonte de ocres que se apagaba con el ocaso. Ese día observó algo que, en su corta vida, nunca había presenciado. Era la Señal: la estrella fugaz que anunciaba la llegada de Al'Camín a aquel paraje desértico; ahora el cometa resbalaba a lo largo del firmamento y precipitaba su caída hacia el océano de arena. Corrió hacia la aldea, cerca del lugar, para dar noticia de su descubrimiento. Cuando llegó, la anciana de la tribu se detuvo frente al niño y lo miró con tristeza. Él no dijo nada, solo fijó sus ojos en aquella mujer y afirmó con la cabeza. Ella, que sabía perfectamente qué había visto el chico, se derrumbó en el suelo gritando de alegría y llamando la atención de toda la tribu, una veintena, quizá treintena, de personas que salieron de sus hogares y corrieron al encuentro vitoreando su suerte. Calió no dijo nada, el niño miró fijamente al suelo donde clamaba la vieja aldeana. Esa noche habría una gran fiesta.

Dicen que cuando viene Al'Camín este da y quita por igual; es motivo para alegrarse en aldeas como la de Calió, pero también para preocuparse por el gran vendaval que pueda causar. Pese a todo, prendieron una hoguera y bailaron alegremente aquella noche. Aun así, la fiesta no duraría muchas horas... Un frente de nubes, motivo de la celebración, obligó a los aldeanos a adentrarse en sus casas y protegerse de la lluvia: Al'Camín ya llegaba. Las primeras gotas empezaban a manchar la blanca arena y la tormenta crecía más y más. Calió decidió quedarse despierto contemplando aquel curioso espectáculo de la naturaleza.

De pronto, un inmenso torrente, como una ola colosal, se precipitó sobre la aldea y debido a la desatada tempestad, la humilde casa de Calió se convirtió en escombros que la arrastraron como una balsa por aquel mar tormentoso. El niño navegó durante horas a la deriva y sumergiendo y emergiendo del agua, no aguantó más y quedó inconsciente.

Sin saber cómo, despertó en medio de un verde prado; jamás había visto nada similar. Y ante él, una silla de plata sobre la que se posaba un enorme halcón que, firme, miraba fijamente al chico. Calió se levantó y notó que la tierra comenzaba a temblar, miró a lo lejos y observó cómo, entre los árboles, una enorme masa de agua, como la que había anegado su aldea, se cernía sobre él.

De nuevo, despertó. Había sido un sueño, se encontraba en una playa, en medio de los restos de su aldea. Con gran esfuerzo se levantó y, sin reparar demasiado en lo que estaba haciendo, caminó hacia el norte. Caminó durante horas y horas, sin descanso, bajo la luz del sol y el calor, con el único resguardo de su capa: el último recuerdo de su tribu.

Caminaba sin rumbo, siguiendo los pasos de su instinto... Siguiendo los pasos de Al'Camín. Ahora se encontraba en una llanura extraña, cubierta de grandes obeliscos que recordaban a una civilización pasada y, viendo que daban sombra, decidió descansar bajo uno de ellos. Estaba a punto de cerrar los ojos por el cansancio cuando escuchó el batir de unas grandes alas y, mirando al cielo, contempló cómo un halcón sobrevolaba aquella zona. Traía en su pico unas bayas, descendió y se las entregó a Calió. Finalmente, el pájaro salió volando y, sin pensarlo, el chico lo siguió.

Después de andar varios días por el desierto siguiendo el rumbo marcado por aquella ave que no solo le guiaba, sino que le proveía de más bayas y alimento, consiguió llegar a un valle verde y frondoso con una alta torre plateada en su centro. Llegó a los pies de la extraña construcción y entró por un gran portón que se abrió a su paso. Subió las interminables escaleras de caracol: pisos y pisos donde solo veía piedra y puertas cerradas. Y, al fin, llegó a lo más alto: un observatorio lleno de cachivaches y objetos maravillosos. Todo parecía tener un propósito y una razón de ser que el niño no llegaba a entender.

De improviso, el sonido familiar de un batir de alas llenó la estancia. Era el halcón quien se posó en una silla de plata del centro de la sala: era como en el sueño. El halcón comenzó a brillar y se formó la figura de un hombre que miró a Calió con seriedad.

—Sé quién eres, Calió, hijo del desierto —dijo—. Ahora puedo marchar en silencio.

Se acercó al niño y, quitándose el brazalete de plata que llevaba consigo, tomó su mano y se lo entregó. Después de esto volvió a transformarse en halcón, voló hacia uno de los ventanales de la estancia y desapareció en el horizonte. Calió quedó solo y confundido.

Ya en silencio, el chico se acercó la joya para contemplarla. Se la puso, y al hacerlo, descubrió que su verdadero cometido era convertirse en Al'Camín. Y mientras todas estas sensaciones daban vueltas a su alrededor, unas palabras se escucharon en el viento que silbaba con la voz de Al'Camín:

—Recuerda —decía—: si vuelves, no volverás y cuando vuelvas te sentirás solo...

Al escuchar aquello, sin saber por qué, deseó regresar a su aldea, estar con los suyos, ver a su madre... Y, súbitamente, se halló de pie ante un montón de escombros en medio del desierto: era su aldea, pero todo estaba derruido. Del interior de una de las casas que aún quedaban en pie, salió su madre, con quien mantuvo un dulce intercambio de miradas.

Pero la dulce mirada se convirtió en una mirada de ira y desprecio: de rechazo a Calió, pues ahora era Al'Camín y solo veían a Al'Camín y Al'Camín fue expulsado de la aldea llevando consigo el odio de quienes habían perdido todo; de quienes habían perdido a Calió.

Calió corrió, se apartó del lugar todo lo que pudo y, cuando creyó que ya no le seguían, se derrumbó en medio del desierto llorando por su maldición. Ahora comprendía aquella frase: había vuelto, pero Calió no había vuelto y, al volver, se sentía solo. Lloró, lloró como Al'Camín por la pérdida del niño que llevaba en su interior y las lágrimas de Al'Camín regaron el blanco desierto.

FIN.

Al'Camín. La voz del AguaWhere stories live. Discover now