Prólogo

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Las personas que toman clases por la noche normalmente tienen una razón para hacerlo. Algunos tienen un empleo de día y por eso no tienen otra opción; otros, por otro lado, tienen una familia que deben cuidar; algunos casos son menos serios, como los de las personas que disfrutan de la fiesta y por ello amanecen hasta el medio día y con una gran resaca; por último están las personas que sienten que aprenden mejor cuando el sol ya no ilumina todo lo que está en el cielo y en la tierra. Yo, por mi parte, las tomo por dos simples razones: la vista, y la luz.

Hay algo mágico en la noche. Hay algo mágico en el cielo oscuro, la carretera vacía, el concreto húmedo, las luces de los últimos autos que van a toda velocidad... Cuando la vida no es lo suficientemente buena como para que uno tenga algunos lujos, como por ejemplo un auto, y se debe caminar hasta la universidad, estas cosas se aprecian aún más. Cuando el día está terminando y con la oscuridad el cielo comienza a indicar a las criaturas del mundo que vayan a dormir, es porque está apunto de revelar sus secretos, y quienes se quedan despiertos son quienes los descubren.

Todas las noches, con sus pequeñas cualidades singulares, son perfectas, pero la noche que me estaba rodeando aquella vez, y abrazando como una madre que ya no recordaba, era especialmente perfecta. Era simplemente una hermosa noche. La carretera estaba mojada por la lluvia que había reinado en el pueblo aquella tarde, lo suficiente para que brillara bajo la luz natural y artificial pero no lo suficiente para que cuando los autos pasaran a mi lado me salpicaran. Los autos era otra de mis cosas favoritas sobre la noche. Pasaban a mi lado rápidamente, con la luces encendidas y ventanas cerradas, idos en su cabeza mientras un maravilloso mundo estrellado reinaba en el cielo despejado pero muy oscuro. El viento era fresco, como todas las noches, y lo sentían tanto mis mejillas enrojecidas como las plantas y árboles que se movían al son de la canción que componía.

Nadie me notaba. En ese momento era completamente invisible, pero invisible para el resto porque para mí misma era tan clara como la luz de la luna llena que hacía su actuación en el cielo. Clara para mí porque mientras menos personas me vieran, más podía verme a mí misma.

La belleza de poder sentir cada parte de mi cuerpo y a la vez poder separarlo todo de lo que me hace yo fue pronto interrumpida por un horrible sonido, que no mucho más tarde identifiqué como una llamada en mi móvil. Rápidamente, como si el ruido estuviese arruinando la totalidad de la noche perfecta, contesté:

–¿Maggie? –dijo alguien antes de que yo pudiese hablar.

–Tía Reina –contesté–. Acá estoy. Te escucho.

Mi tía dudó un momento.

–Necesito que traigas comida –continuó rápidamente–. Comida india.

Suspiré.

–Tía Reina, tengo clases. No puedo irme para llevarle comida ahora...

–Niña estúpida –la escuché balbucear–. ¡Cuando salgas! Cuando salgas de clases, pasas por comida india, y me la traes. Es fácil. ¿Me entiendes, o necesitas que repite por octava vez?

Suspiré de nuevo.

–Sí, tía Reina, entiendo –respondí–. Salgo a las diez, entonces cuando salgo llamo a...

Pero mi tía ya había cortado la llamada, así que con un tercer suspiro guardé mi móvil en el bolsillo de mi chaqueta y continué caminando.

Llevaba viviendo con mi tía más de diez años, y más de diez años ella llevaba siendo poco amable conmigo, pero aún así cuando la recordaba, la recordaba amable. Durante la parte de mi infancia en que yo no había vivido con ella, había sido mi tía favorita, trayéndome regalos y contándome historias muy graciosas sobre su vida. Las cosas comenzaron a empeorar poco a poco cuando su ex esposo y padre de sus hijos comenzó a pelear por ellos. Sus tres hijos, que ya estaban saliendo de la infancia en esos tiempos, decidieron abandonarla para irse con su padre, y justo al mismo tiempo comenzó la enfermedad. Por lo mismo mi tía había quedado sola y enferma, con un dolor constante y la vejez sobre los hombros. Yo era su única compañía, así que me tenía que encargar de todo.

SecuestradaOnde histórias criam vida. Descubra agora