Prefacio

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Canción: A Esto le Llamas Amor - Malú.

No podía dejar de mirarla. El pelo le caía liso hasta la espalda, de un intenso color cobrizo. Dos enormes ojos azules recorrían el lugar con aire exhaustivo. Eran cálidos, pero se mostraban abatidos, casi tristes. Sus facciones eran preciosas, piel blanca y tersa, nariz pequeña.

Aspiró su aroma, una mezcla de sudor, colonia (la que nunca abandonaba) y un olor único, que nunca había conocido hasta que estuvo cerca de ella. Todas las mañanas, Philipp se despertaba en su acogedora habitación de color blanco, observaba el techo por unos segundos y luego, antes de que ella despertara, solía admirarle por unos minutos.

En la mesa de noche contigua a su cama, el reloj marcaba las once y media de la noche. ¿El tiempo que restaba sería igual de quejoso? Creía pensar que no. El intenso olor a flores que desprendía una mañana tan húmeda, impregnada de aquel climax tan ensordecedor que le erizaba la piel. De pronto, ella a su costado se veía igual de atraída por el resplandor de los rayos del sol, sonriendo a la par en que veía los penetrantes ojos azules de su hombre, quién no despegaba la vista de los suyos.

Apartó sus ojos de la cerradura. No se percibía nada, solo el frágil quiebre de sus esperanzas le volvía loca. Con sus manos, tomó el picaporte y se llevó los dedos a los lados de su cabeza. No podía tolerar su falta de estimación por mucho tiempo, y simplemente jaló de la puerta como podría haberlo hecho esa noche con el gatillo.

Escaló por la cama y se hundió en las sábanas, cubriéndose hasta la cabeza. Cerró sus ojos y dejó que el aroma de Philipp impregnara todo su ser. Visualizó su sonrisa, sus ojos alegres, sus cálidos abrazos y sus dulces besos. Extrañaba tanto a su hombre, lo añoraba como nunca antes lo había hecho.

Y mientras ella se encontraba en su habitación, sumida en su vida y en la posibilidad de escapar para no volver nunca más, los leves pasos llegaron desde el otro lado, vacilantes, y entonces, cada terminación nerviosa de la chica se abrió paso en la corta distancia que mantenían, exponiéndola ridículamente al mirar los labios fruncidos y las dulces mejillas de Minerva al reemplazar su sonrisa agraciada por una estremecedora expresión.

Philipp, mirándose ansioso, dejó ver tras de sí una fusta de igual material que las ataduras. Sus ojos parecían bolas de fuego capaces de derretir cualquier glaciar que se presentase ante él. Podía vislumbrar en ellos lo que sucedería después; tenía ante sí unos ojos grandes y atrayentes, parecían bolas de cristal con las que adivinar un futuro inmediato y que se apagan con cada segundo que pasaba al lado de su amante.

Ni Minerva, ni Eleanor comprendían la situación tan descabellada, mientras él, tendido en la cama, cubierto solo con una delgada tela y la tormenta avecinándose: elevó sus pestañas, revelando unos ojos tan azules y brillantes que no podían ser reales. Eran de un intenso color esmeralda que destacaban en contraste con su piel perfectamente bronceada. Permanecía con el rostro inescrutable, sentado junto a una bella morena en su posición más seria y a la defensiva, en la cama de un bonito hotel. Podía sentir sus respiraciones desembocadas, así como también podía oír los latidos de su corazón experimentando un ataque de nervios si se concentraba un poco. Posó sus dedos fríos y pálidos en sus nudillos apretados su prometida y le dio un apretón suave.

Los gritos, el llanto y la histeria en que la habitación fue ahogándose; produjo un monumental cataclismo. Abordados por la rabia, mientras prometida y amante lanzaban fuego por la boca, él se limitaba a ofuscar entre sus mil y un máscaras, y dispuesto a lanzar una bomba letal. Sonrió con la misma malicia que lo condenaba a ser el hombre que era, en la sequedad de una noche intensa y con fines ocultos, aguardaba en la entrada, practicando repetidas veces su clásica sonrisa de seducción, apoyando el brazo en el umbral resbaladizo de la puerta, se mofó:

— No discutáis, que por eso os amo a las dos. 

Bésame y no me sueltesWhere stories live. Discover now