Prólogo

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Se dice que el tiempo no vuelve, no se detiene. El tiempo nos mantiene en constante cambio, aprendemos de él y sin embargo, éste marca el final escapando de nuestras manos, haciéndonos conscientes de lo corto que la vida puede llegar a ser.

Soñamos con vivir para siempre, pero ¿qué pasa cuando eres la única con el "don" de hacerlo? Es duro aceptar quedarse mientras los demás se van.

Después de tantos años, cada nuevo año lo percibo como una eternidad.

Los primeros 25 años los pasé blasfemando, deseando poder reunirme con aquellos que se fueron, deshacerme de esta maldición que me mantiene presa en una edad y en una vida que no ha hecho mella alguna en mi apariencia, ni en mi salud.

Cambiar de identidad me ha obligado a mentir, pero explicar es más tedioso que formar una nueva vida. ¡Cuántos nombres he usado para cubrirme la espalda! Pocas veces alguien se ha dado cuenta, haciéndome sentir un animal que huye y se oculta. ¿Qué explicación puedo dar? Solo mi hija, Clare y su esposo, saben la verdad, solo ella me ha sobrevivido de toda mi familia.

Odio el sentimiento de pérdida, odio no poder estar donde los seres que amo están, odio resignarme a estar sola. No obstante, no puedo permitirme enamorarme de nuevo, no si el dolor de la despedida me desgarrara una vez más.

Y entonces lo reconozco en la calle y me quedo sin habla. Frente a mi esta Richard Granchester, tranquilo, soberbio, su cabello blanco está perfectamente recortado, al igual que su bigote, su mirada azul, su nariz recta, su mandíbula cuadrada, a los 50 años aún luce su porte aristocráticamente elegante, de su brazo cuelga su hermosa esposa, ella es unos 10 años más joven que él, Eleanor Baker, poseedora de una belleza singular y un talento innato en las artes histriónicas.

No sé si me ha visto y peor aún, si me ha reconocido, no puedo evitar que un escalofrío me recorra la espalda, pero él como buen inglés, conserva la compostura.

- Cariño, ¿pasa algo? Te quedaste mudo – Eleanor vio el rostro desconcertado de su esposo.

- Sí, Eli, pensé haber visto a alguien del pasado, aunque no creo que eso pueda ser posible...

- Debes estar cansado, ayer no pudiste dormir de la emoción, nuestro Terruce vuelve a casa – continuó ella, su hijo se fue de Londres con tan solo 15 años para hacerse un nombre por sus propios medios, regresaba 5 años después con reconocimiento y fama mundial como uno de los mejores actores shakespearianos, invitado por Peter Hall a formar parte de la Royal Shakespeare Company que estaría subvencionada con fondos públicos, con un repertorio de autores clásicos y autores modernos, y como una compañía estable regida por criterios de excelencia y no de comercialidad, con sede en el Memorial Theatre de Stratfor-upon-Avon. Terruce se uniría a otros actores que establecerían la pauta para llevar a dicha compañía a una época de auge y esplendor.

Los padres del muchacho no podían estar más orgullosos.

- Ahí viene el barco – anunció una voz no muy lejos de la pareja.

- Ethan no llega – declaró Richard, a diferencia de su primogénito, su segundo hijo no tenía sentido de la puntualidad.

- Aún debe estar en clase – dijo tranquilamente Eleanor, con una sonrisa que podía calmar siempre el mal humor de su esposo.

El estruendo de las olas que chocan contra el muelle en un vaivén suave y rítmico, me despiertan de mis recuerdos extraviados en los rincones más recónditos de mi mente. A mis veinte años el corazón aún logra doblegar mi mente llevándome a lugares lejanos para revivir emociones y sentimientos de esperanza, ansiedad, amor, abandono, soledad y odio. Solo para recordarme que a pesar de todos mis triunfos, aún me encuentro solo, total e irremediablemente solo.

El barco esta por tocar el puerto, ansió ver a mi Clare, me muevo entre la gente, acercándome a la plataforma de descenso de pasajeros, comienza a bajar gente que se detiene un segundo en lo alto de la plataforma para tratar de reconocer un rostro entre la multitud de personas que espera ansiosas poder reunirse con sus seres queridos, detrás de un joven viene mi hija, ella con su paso lento y su bastón como apoyo levanta la mirada y me reconoce al instante, su sonrisa es cálida e inunda mi corazón de gozo.

En el camino para abrazarla, chocó de frente con el joven, mi emoción es tanta que no pude contenerme para tenerla en mis brazos.

- Disculpe – le miró a los ojos y él a mí, por un momento siento el impulso de lanzarme a sus brazos, sin entender por qué, es obvio que ninguno de los dos nos habíamos visto nunca en toda nuestra vida.

- No se preocupe – esa chica delgada, con el pelo rubio y rizado y asombrosamente hermosa me mira con sus ojos verdes y al verme reflejado en ellos me abraza la sensación de que entre ella y yo hay una historia sorprendentemente hermosa, una que aún no ha sido contada. Y sin embargo, yo desconozco todo de ella. Continúa su camino hacia una señora de edad avanzada que la mira con ternura, seguro es su abuela, pienso y desvió mi mirada, mientras avanzo lejos de ella un escalofrío se cuela por mi columna y me invade un sentimiento de pérdida que no logro comprender.

- Mamá – me susurra cuando por fin nos fundimos en un abrazo.

- Hijita, mi hija – ella es mi tesoro, la única familia que me queda.

Nos dirigimos a mi casa, cerca de lago Támesis, es un bungalow, en el patio hay un estudio que guarda mis recuerdos y también hay una pequeña terraza. Recuerdo el día que me mude, los hombres encargados del traslado seguramente sonrieron al pensar que una solterona se mudaba de un mini departamento y que terminarían el trabajo antes de la hora del almuerzo, pero con pesar vieron mis 100 cajas con libros y la bodega llena de mi mobiliario victoriano, algunos muebles estaban gastados por el tiempo y lucían un tapiz diferente a cuando los compre en compañía de mi esposo. ¡Oh, Albert! ¿Recuerdas cuánto disfrutamos amueblar nuestra casa en Lakewood? Aún conservo esa parte de mí, así como aún llevo el pequeño joyero cubierto de piedras que Richard me regalará, ahí están sus cartas y mis dos anillos de compromiso, pero eso es algo que les contaré en otro momento.

Volviendo a la mudanza, recuerdo que cuando por fin descargaron la última caja me tome la libertad de recorrer mi casa con pies descalzos que crujían en el piso, tocando las paredes, los alféizares de madera. Reconociendo mi cocina y su estufa con grandes quemadores, la tina del baño con sus patas de garra. La luz se coló por la calle a través de las ventanas desnudas. Una figura fantasmal, así es como un observador me hubiera descrito de haberse asomado a espiar. Y quizá sí lo soy, un ente que no debería estar ya sobre la tierra que pisa y sin embargo, mi temor a la muerte no me deja actuar en contra de mi don.

- ¡Es hermosa, mamá! – Clare me saca de mis pensamientos y yo le sonrió. Hemos comprando una tarta, salimos a la terraza con el servicio de té y Clare me sorprende con un presente - ¡Feliz cumpleaños!

No lo había olvidado, solo que cuando ves transcurrir 100 años de tu vida, simplemente sientes ese instante encerrado en muchos más.

Continuará...

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