Desdicha del guerrero

91 1 0
                                    

La ciudad vitoreaba el nombre del guerrero que la liberó de sus enemigos. Los brazos de los aldeanos se levantaban para alabar al caballero en su corcel dorado que cruzaba la ciudad, custodiado por guerreros magullados, heridos y vendados. La victoria tuvo su costo y al parecer, fue grande.

El rey desciende desde su palacio para recibir en persona al gran general y salvador.

-No habría sido posible esta victoria sin usted, Sir Arthur IV, te doy las gracias por ayudarme y defenderme de esa manera- Dijo el rey mientras se tocaba la panza y soltaba una carcajada. Era el modelo de rey que poco le importa su pueblo, solo llenarse de gloria, comida y mujeres.

-No hago esto por usted, lo hago por el pueblo. Si usted muere, yo seguiré peleando porque el pueblo, seguirá vivo- Responde Arthur.

El silencio se apoderó del reino. Todos se miraban las caras y otros reían en silencio al ver la reacción despavorida del rey frente a tal confesión.

El pueblo siempre agradeció la sinceridad de su ídolo, sin pelos en la lengua ni vergüenza en afrontar la verdad tal y como es. Su actitud y seriedad era digna de imitar y amabilidad era un ejemplo para los jóvenes. Su apariencia tampoco se quedaba atrás, con una cabellera plateada y ojos dorados. Era común escuchar que era hijo de un dragón que se enamoró de una humana. Todas se peleaban por su amor. Todas querían ser la elegida.

-Ven hijo, pasemos al castillo para que puedas descansar. ¡¡¡ATIENDAN A LOS GUERREROS, CUREN SUS HERIDAS. QUE COMAN DE LA MEJOR CARNE Y BEBAN DEL MEJOR VINO!!!- Anuncia el rey a sus empleados.

-Ahora debemos estar el doble de alerta. Los del sur son conocidos por tomar venganza- Dice el consejero del rey.

-¿Y qué podrían hacernos?- Pregunta el rey, con una sonrisa como si se estuviera burlando o no cree que puedan hacer algo. Como si la victoria que tuvieron fuera eterna.

-Es común tomar represalias con pueblos cercanos, los que se encuentran fuera del reino, más allá de los muros. Pueblos con los que tenemos conexiones de comercio. Si un reino no come, no puede ganar guerras- Explica el delgado hombre que acompaña al rey.

Luego de esa explicación, el rostro de Arthur se deforma en preocupación. Lo que hizo podría ser peligroso. Haber ganado esa batalla daba pie a que sucediera exactamente lo que el hombre dijo y, para colmo, en el pueblo lejano con conexiones de comercio vivía la mujer que tanto amaba. Algo debía hacer.

-Lo siento señores, debo partir- Se disculpa Arthur y deja sala sin ninguna otra palabra.

El veloz galopar se escuchaba por todo el pueblo. La dirección era clara.

No podía sacarse de la cabeza las palabras de ese último hombre que murió por su espada. <más te vale que no duermas esta noche, joven amante>.

Sabía lo que debía hacer, sabía que debía estar con ella esa noche. Su intuición le gritaba que algo malo iba a suceder.

La noche ya comenzaba a caer y la luna se ocultaba tras una nube gris. Esa noche, sería muy oscura.

A lo lejos, se lograba distinguir una luz naranja, como si el mismo sol estuviera saliendo en medio de la noche. Las columnas de humo formaban grandes montañas en dirección al cielo. Y el aullido de los lobos fue acallado por los gritos de terror. Parecía como un canto de un coro del infierno. Pero el, solo escuchaba un grito. Un grito que decía su nombre una y otra vez. Y mientras más se acercaba, más débil se hacía, como si perdiera las esperanzas.

Un vistazo rápido a un árbol cercano advirtió de una silueta escondida tras de él. Lo estaban esperando. Era claramente una trampa y una venganza. Pero a él, no le importaba si lo atacaba. Su destino estaba fijado y nadie ni nada podría detenerlo.

Una lluvia de flechas cae alrededor de él, lastiman su hombro. Tenía la oportunidad de detenerse y pelear, quizá vencer a unos cuantos y huir. Pero sus ojos estaban puestos en su destino. No soportaba la idea de que la voz que escuchaba se apagara.

El pueblo se encontraba totalmente en llamas, los ladrones corrían por todos lados llevándose lo que pudieran. De pronto, todos desaparecen, no existía nadie más que él. Los gritos de guerra y los llantos de angustia se callaron.

Se sentía como su fuera el mismo infierno.

De pronto, todo comenzó a moverse más lento. Se podía distinguir el nacimiento de las llamas al caer los escombros. Podía contar las chispas que escapan de las casas. Innumerables figuras creadas por el humo denso y oscuro. Todo eso, al ver una imagen que petrificó al temible guerrero.

Un hombre de andar lento cargaba un cuerpo de una mujer, con su ropa desgarrada y rostro desfigurado. En su dedo, un anillo. No se pudo distinguir a simple vista pero Arthur estaba seguro que era el anillo de plata que le regaló a su amada.

Se supone que debían verse justamente hoy.

El tiempo se detiene de golpe. La respiración se corta al terminar un tenue exhalar.

-jejeje yo ya me violé a esta, pero gritaba mucho así que la tuve que callar- Suelta risa exagerada aquel personaje. Tal vez el humo y las cenizas no dejaron distinguir al ladrón que a quien le hablaba, no era su compañero.

Con paso apresurado, Arthur se acerca a aquel hombre.

-¿Qué quieres? ¿Acaso te gustan así, muertas?- decía mientras reía sin parar.

Un sonido limpio del acero cortando la carne hace volver a la realidad. El sonido vuelve. Los gritos y los ladridos inundan la cabeza de Arthur. No había tiempo para llorar, no había tiempo para culparse. Se posa sobra sus rodillas y toma en brazos a la mujer que yacía en el suelo. Un crujir estruendoso lo advierte del peligro sobre su cabeza. La madera que débilmente se sostenía, cedió ante la tortura del fuego. Un trozo considerable cae cerca de él. Era peligroso. Se acercaban más ladrones y sabía que esa batalla no la podría ganar ni el más hábil guerrero de los siete reinos. Fue lo más sensato subir a su caballo y huir para advertir al reino de los peligros futuros, pero en este mismo instante, no le importaba. Cierra los ojos y deja que su caballo lo dirija a su destino.

Fueron horas de viaje, el leal equino ya estaba cansado y pedía agua. El sol acariciaba el rostro de Arthur mientras el despertaba.

Se había desviado de su destino llegando a una casa en medio de una pradera. Como si su caballo hubiera leído su mente y entendía, que este era el lugar donde más quería estar. Era una casa donde el pasaba el tiempo a solas con su amada, provistos de agua limpia de un rio y una tierra abundante en vida.

Al diablo el reino, al diablo las guerras. Nada más importaba. Solo quería descansar del mundo, de la vida injusta. Había entregado todo por los suyos y ellos, no pudieron darle nada. Su Dios no era un Dios leal. Estaba totalmente desilusionado.

Un olor familia llena de recuerdos su mente. ¿Será una jugarreta de su memoria, jugando con su dolor? Siente su recuerdo como si fuera real.

El calor de su pecho.

Una caricia sentida. Al abrirse la puerta, las lágrimas brotan sin parar. Sus ojos agotados de aguantar.

Se siente como un niño cuando pierde a su madre. Vulnerable.

La mesa, estaba servida.

-Buen día querido. Creí que no llegarías, tardaste toda la noche-

-Fin-

Desdicha del guerrero.Where stories live. Discover now