— No te preocupes Cassie, lo superaremos juntos— dice con ternura. Sus ojos verdosos me observan con una expresión cálida y reconfortante. —Y recuerda que la mejor inspiración de un escritor...

— Es su miedo— digo rememorando esa frase que tantas veces me han repetido, y que tanto me gusta. No puedo evitar sonreír, y él lo hace conmigo soltando mi mano. Al hacerlo siento frio, pero también fuerza.

Mi padre es policía, y una de las cosas que me ha enseñado es que alguien valiente no es el que no tiene miedo a nada. El miedo es algo primario.Todos tienen miedo a algo. Pero lo verdaderamente valiente es dar un paso adelante y afrontar ese miedo, hasta que solo sea un recuerdo confuso.

Miro hacia el retrovisor y me encuentro el asiento vacío donde Cole, mi hermano un año menor que yo, se sienta mientras volvemos a casa. Hoy había vuelto corriendo para mantener la forma física, como él dice, con la mala suerte de que le habría pillado parte de la tormenta.

Decido relajarme un rato hasta llegar a casa, será una tarde de estudios tranquila ya que no tengo nada mejor que hacer.

La niebla nos impide ver con precisión que tenemos delante, cada vez más densa y difícil de ver en ella, solamente dejando entrever las vagas luces de tráfico que decoran la carretera. Esta tan oscuro que las luces de las casas a lo lejos se podrían confundir con estrellas intermitentes. Solo son las seis de la tarde, pero parece mucho más tarde. La carretera por la que circulamos es tranquila y apenas circulan coches, por no decir ninguno. Es un camino boscoso y solitario por el cual tardamos un poco más en llegar a casa, pero con menos tráfico que el camino original.

Las gotas cada vez golpean el suelo con más fuerza, con más furia. De repente las escasas farolas que iluminan la carretera empiezan a parpadear y apagarse alternativamente. Mi padre maldice por lo bajo. No veo nada enfrente nuestro más que oscuridad. El incesante ruidito de las gotas golpeando el cristal continúa.

Estoy casi sin aliento, apenas me puedo mover. La sensación de miedo vuelve a estar presente en mi. Es como si algo tirara de mi cuerpo y lo pusiera en una tensión constante, asfixiante. El coche sigue en marcha y mi padre trata de ver más haya de la oscuridad y la niebla. Los faros del coche, aunque iluminan, no nos permiten ver más haya de dos metros. Las farolas están creando un juego de luz y oscuridad nada divertido.

—Malditas farolas...—Empieza a maldecir mi padre frustrado, pero de nuevo las luces parpadean llenando de una tenue luz la vacía carretera. Como si hubiéramos salido de una cueva hacia la cruda realidad.

Las luces siguen parpadeando y mientras trato de divisar el frente me parece ver una sombra a lo lejos. Los cristales están un poco empañados, me froto los ojos para observar bien el exterior. Intento concentrarme en la supuesta sombra, pero esa visión fugaz desaparece al volverse a apagar las luces. Cuando se vuelven a encender unos segundos después, esa sombra ya no está a lo lejos, sino a unos metros del coche que no se detiene circulando sobre el asfaltado y empapado suelo.

Todo parece suceder a cámara lenta.

— ¡Para el coche! ¡Papa! ¡Para!— grito abalanzándome hacia el volante. El coche se mueve de un modo brusco hacia los lados hasta volver a circular recto. Siento algo raro al tocar el volante y aparto las manos con brusquedad.  Max, mi padre, estira la mano, lo estabiliza y lo para en seco.

Silencio. Oscuridad. Adrenalina.

—Joder...

El cristal esta empañado y apenas vemos nada. Las luces vuelven a iluminar la carretera y la sombra fugaz está a unos centímetros de nosotros. Pero ahora ya no es una simple sombra, es de carne y hueso.

Monstruos de Tinta  Where stories live. Discover now