El tío pelón pego una carcajada.

—Vamos dentro, no has probado bocado y no puedes solo jugar.

Me bajó y tomó mi mano, me guío hasta el interior de la casa, donde lo único que se veía eran los cabellos negros de mamá correr de un lado a otro buscándome.
Por instinto me escondi tras las piernas gordas de mi tío.

—¿Qué haces? — Pregunto Alfred a mamá.

Mi madre volteó a verlo y después a mí, parecía muy enfadada.

—Niña del demonio ven acá— Casi corría en mi dirección. — Te he dicho mil veces que mis cosas no son un juguete.

Me tomó de un brazo y me jaloneo hasta donde estaba ella, mi cuerpo era tan pequeño y delgado que de un tirón sentía que me jalaba la vida, además dolía mucho. Mis ojos se llenaron de lágrimas casi al instante.

— Vane deja ya a la niña — Dijo mi tío tomándome de mi otro brazo para quitarme de encima a mi histérica madre.— Los niños son así, es más, tú eras así de pequeña.

—¡Yo nunca le di tantos dolores de cabeza a mamá como Raquel a mí! — Respondió jalandome más.

—Claro que no, eras peor. — respondió él.

— No empieces con sermones Alfred.

De alguna manera me solté del agarre de mi madre y me escondí lo más rápido que pude, tras mi tío. Para entonces, mis mejillas estaban bañadas en lágrimas.

— Raquel ven acá. — Ordenó muy molesta y en un tono muy firme.

— Vas a pegarme — respondí entre sollozos.

— Mira mocosa...

— ¿Porqué tanto grito? — Su voz era gruesa, las más gruesa de todos los hombres que vivían aquí, siempre sonaba de la misma manera sin importar su estado de ánimo, tenía un vibrato muy peculiar en ella, me encantaba. — ¿Porqué la niña esta llorando?

— ¡Papi! — Salí corriendo a encontrar a mi padre a la puerta de la casa, sin pensarlo me lancé en el aire a sus brazos llorando mucho más que antes.

— Aquí vamos de nuevo — Comento el tío Alfred levantando los hombros ligeramente.

Papá o Alfred siempre eran mi salvación ante la descarriada furia de mi madre, aunque eso implicara una pelea segura entre cualquiera de ellos.

[...]

Estaba jugando en el suelo de la sala mientras papá y Ezequiel veían fútbol en el televisor. Ellos parecían gemelos; cabellos de un cobrizo precioso, brillante y rizado, tenían un precio color intenso y bastante llamativo, color que papá me había heredado a mí también. Incluso yo misma me parecía a ellos, los tres teníamos la misma piel blanca llena de pecas, pero a diferencia de los ojos negros que ellos tenían, mi madre me habría heredado el tono verde que portaba ella y Alfred.

Mientras ellos estaban viendo el televisor, yo solo estaba ahí cortando el poco cabello que les quedaba a mis muñecas. —¿Vas a salir hoy? — escuché que papá pregunto a Ezequiel.

— No, vendrá Lorena a pasar la tarde conmigo, no hay ningún problema ¿o si hermano?

— Solo te recuerdo que aquí no es motel Ezequiel. — advirtió mi papá.

Ezequiel estaba en toda la edad de querer experimentar todo lo que existía en el mundo y era bastante comprensible. Era joven, de 15 años para ser exactos, no era alguien feo si no todo lo contrario; un chico carismático y risueño que siempre cae de maravilla, con un carácter muy moldeable o eso hacia creer a todo mundo.
Él y yo sosteniamos una relación bastante tensa, siempre me hacía a un lado y aprovechaba cualquier oportunidad para ignorarme o provocarme, siempre hacía que mamá me regañara y mamá siempre era muy buena con él, en ese entonces era pequeña para comprender el porqué.
En ocasiones parecía agradarle, cuando no podía dormir se sentaba conmigo a ver películas pero tal vez lo hacía para traumarme porque vamos, ¿quién en su sano juicio le muestra películas de terror a una niña de cinco años? Después no podía dormir toda la noche hasta que papá venía hacerme compañía.

Mientras el Lobo No Está© [L1]Where stories live. Discover now