Qué fácil, pensó Leti. ¿Qué se suponía que ella debería estar sintiendo?

     Se fue moviendo un poco más sugerentemente. No era ella, pensó, era el roce. En la oscuridad, podían ser mil y una mujeres y al muchacho le daría igual. Liberó el cuello del muchacho y le dio la espalda. Lo frotó. Eso ya no era bailar, era otra cosa. El muchacho, siguiéndole el juego, le apretó los senos. No, eso ya no era bailar, era otra cosa y Leti sabía que tenía que parar. El muchacho malinterpretó su prisa y le preguntó si quería irse a un lugar más privado. Leti deseó que Paula, Lorena o Sara aparecieran porque ella ya no sabía qué se suponía debía sentir o hacer. Si Camilo hubiera ido con ella habría sido más sencillo. Pero Camilo seguro estaba frente al televisor, viendo algún partido de fútbol en repetición, sin haber tocado ni el primer examen para evaluarlo.

     No puedes, Leti, no puedes, se dijo.

     La música no sonaba dentro de su cabeza pero igual no conseguía ponerle orden a sus ideas. ¿Qué tanto había bebido? Sólo una cerveza. Si se tomaba otras dos quizá podría construir una excusa. Al mundo le gustaban esas excusas, no por verdaderas sino porque sabían podían llegar a necesitarlas y desmeritándolas sólo le quitaban credibilidad. Leti había sido una de estas personas, el alcohol no es excusa. No lo era, y sin embargo, sintió deseos de emborracharse. Quizá, mañana, le serviría de algo.

     Eso le contestó al muchacho; quiero otro trago. El muchacho no se alejó sin ella. Le tomó la mano, la llevó a la barra y luego afuera.

     Leti no sintió el recorrido, sólo sintió ese afuera con olor a madrugada y cuchicheos. Los guardias del lugar la saludaron con un asentimiento. Dijeron algo sobre cómo no podían beber afuera, entonces el muchacho se la llevó todavía más lejos, en donde la madrugada sólo podía oler a secretismo.

     —Nos conocemos de antes, ¿no? —preguntó el muchacho. A la luz de las farolas Leti rehizo su cálculo, tendría unos veintidós por mucho, como ella.

     —¿De la universidad?

    —Sí, me parece. ¿Psicología?

     —Sociología, de hecho —respondió. Le dio un trago ligero a la bebida y luego dejó la botella en el suelo, a sus pies.

     —A Paula si la conozco. Hemos sido compañeros.

     —Ya.

      Camilo no es de este tipo de conversación, se dijo Leti mientras observaba el cielo nublado. La noche estaba demasiado oscura, y las farolas del alumbrado descansaban serenas demasiado lejos. Bajó la mirada y vio el reflejo en su botella. La luz amarilla le hacía parecer que la noche estaba más fría.

     El muchacho se acercó a ella, le rodeó la cintura y la apretó contra su cuerpo. Camilo debía estar dormido ahora. Y ella debía estar dormida ahora, a su lado, y no pensando en lo que estaba pensando. Tan fácil, se dijo. ¿Tan fácil para quién?

     El beso le supo a lodo, e igual de espeso se deslizó por sus labios y cuello. Las manos del muchacho, en su firmeza, comenzaron a antojársele opresoras, aunque no lo eran, era Camilo que había perdido esa fuerza, ya no la levantaba ni la empotraba contra la pared o los muebles de la cocina, ya no se hundía en ella con deseo, era el peso de la costumbre el que caía sobre ella esos días en los que él tenía ganas. Debió haber escuchado. Muchas cosas se dijeron y ella debió haber escuchado.

      El muchacho le metió la mano debajo del vestido y Leti gimió. El cuerpo se le erizó en terror, en vergüenza. No debía estar ahí, ni en esa fiesta, sino viendo estúpidos resúmenes deportivos mientras evaluaba exámenes.

Relatos de amores y amoresWhere stories live. Discover now