Una noche en cama

Start from the beginning
                                    

     Ofelia enterró los dedos en el cabello claro de Edvard, besó la punta de su nariz y luego se quedó ida en sus ojos, también claros. Edvard levantó una mano para, a su vez, acariciar el cabello de Ofelia, que era casi igual de liso que el suyo pero un poco más indomable, de un castaño tan oscuro que parecía negro. Ofelia tenía una cicatriz en la frente, otra en la espalda y la última en el codo izquierdo. A Edvard no le gustaban, pero no porque la hicieran ver fea, nada podría hacerla ver fea a sus ojos, sino porque tenían su historia, una que a veces no podía ver con el misma determinación y valentía que Ofelia.

     —Pero si llegamos a casarnos, ¿quieres hijos?

     —¿Como que, «si llegamos a casarnos»?

     —Es una situación hipotética.

     —No, esta vez no la es —dijo Edvard, no estaba enfadado, ni de cerca. Su rostro se mostraba apacible mientras recibía los besos de Ofelia—. Nos casaremos cuando queramos. No es un si nos casamos, es un nos casaremos.

     —De acuerdo —sonrió ella.

     —¿Preguntas porque no quieres hijos?

     —Eso pensaba antes.

      —¿Y ahora?

      —Ahora ya no sé. Creo que no.

     —No hay prisas.

     —Eso sí lo sé, es sólo que... —suspiró.

     Edvard se levantó, volvieron a reacomodarse sobre la cama, esta vez ella sobre él, en una postura en la que parecían compartir medio cuerpo.

     —Es que creo que no puedo tenerlos —confesó. Temió que el cuerpo de Edvard debajo del suyo se tensara, cosa que no sucedió, en su lugar, recibió una tierna caricia en la espalda. La respiración de Edvard era acompasada.

     —¿Te ha visto un especialista?

     —No... es que... —titubeó, pero tomó un gran suspiro, y continuó—. Con él nunca usé anticonceptivos porque no me lo permitía y...

     —Tal vez él era estéril, de ahí tanta... —se contuvo. No iba a perder su tranquilidad por una tontería. Además, Ofelia ya comenzaba a mostrarse alicaída. Sucedía a veces. El maltrato corta demasiado profundo.

     Ofelia intentó hundirse en el cuerpo de Edvard, siempre tan abierto a recibirla. Edvard la abrazó con mucha fuerza, y le dijo cosas que sólo ella podía escuchar. Cuando al fin le vio el rostro, descubrió que no lloraba, hacía mucho había dejado de hacerlo así que no le sorprendió. La besó y se reacomodó, esta vez para arroparla con su cuerpo. Volvió a besarla, besos suaves acompañados de caricias tiernas. A Edvard le gustaba tranquilizarla a besos, ser delicado. Su voz incluso era más suave en esos momentos, y cuando al fin sentía que ella comenzaba a relajarse, experimentaba una paz tremenda. Aunque a veces también sentía miedo. No dejaba de ser una sensación vaga, de una naturaleza aparentemente abstracta. Se molestaba consigo mismo al no poder darle forma. Aunque nunca en su vida había lastimado a nadie, tenía miedo de lastimarla a ella. No había razón. Sólo se sentía así cuando la veía vulnerable. Tenía que saber que Ofelia ya había atravesado su proceso. A veces era él el que parecía haberse quedado estancado.

     —Cuando decidas ir al medico, puedo ir contigo, si eso quieres —dijo Edvard en voz baja.

     —Y si no puedo tener hijos, ¿cómo te sentirías tú?

     —¿De qué hablas? Si en verdad llegamos a un punto en el que ambos queremos hijos, bien podríamos recurrir a la adopción. O a otros métodos. No es imposible.

Relatos de amores y amoresWhere stories live. Discover now