Tercer tiempo: ¡Benditas hormonas!

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No al plagio

Febrero, sexto mes...

Había pasado un mes desde que Effie y yo tuvimos esa conversación reveladora; las cosas cambiaron mucho para bien desde ese día. Sin embargo, todavía quedaban cosas por cambiar.

Recuerdo la primera noche que se quedó a dormir en mi recamara, tres después de haberme confesado. Durante esos tres días de tortura, donde ella me ignoraba por completo, me sentí un completo patético. Grande fue la sorpresa que tuve cuando en la madrugada di vuelta en mi cama y me topé con la cara angelical de la capitolina.

¡Casi me desmayo pensando que era un ente, por lo pálida que se veía! Luego, al observarla con atención, caí en la cuenta de que era ella: el alma me regresó al cuerpo. ¿Qué tenía esta mujer con meterme sustos de ese tipo?

En fin. No volví a dormir en esa noche, me quedé admirando su suave silueta. Me encantaba verla con esas batas que dejaban ver con precisión el tamaño de su vientre…

¡Qué excelente hubiera sido que esa tranquilidad durara!

Claro que amaba dormir con ella, pero estaba pensando con seriedad cambiar la cama por una más grande. ¡Es una loca en la cama! ¡Mi despertar es en el piso, gracias a sus patadas! Bufo con fastidio al verla tendida con los brazos y piernas abiertas a toda su extensión.

—Estás cómoda, ¿verdad? —murmuré, recargando mi espalda en la orilla de la cama—. Comparo mi situación con la de otros hombres en la veta y no entiendo cómo pueden tener tantos hijos… ¿O es que tú eres un caso especial? —Un escalofrío recorrió mi espina dorsal ante el pensamiento de más hijos con la pajarraco—. Espero que no sea así, porque dudo pode aguantar otro embarazo tan raro como este. ¿Desde cuándo la saliva hace que los síntomas también los sientan los hombres?...

—¿Con quién hablas, Haymitch? —se dejó oír la voz de mi tormentos, sacándome de mis cavilaciones audibles.

—Se suponía que o hacía conmigo mismo. Pero con la intensión de que los escucharas —me burlé; un almohadazo fue mi contestación—. Tranquila, preciosa. ¿Tan temprano y ya andas de agresiva? Si sigues así nuestro hijo va a salir con tus instintos psicópatas, eh.

—Ya cállate, grosero. Irrespetuoso. —Giré la cabeza para mirarla a los ojos—. Deberías de estar contento por no tener una esposa normal como las demás. Soy única —dijo con un toque de altanería—. Que te quede muy claro ese punto.

Oh. La señora Abernathy estaba sacando su lado capitolino, una vez más. Se iba a poner divertida la mañana.

—¿Por qué lo dices? —pregunté con interés disimulado.

—Por la simple razón de que si yo no te soportara nadie más lo haría y anduvieras vagando por la vida como alma en pena en busca de amor —dijo muy segura de sus palabras. Era cierto, mas no le daría la razón.

—Pues no te preocupes tanto que, si no eras tú, ya tenía en mis planes de conquista a alguien más para que hiciera lo que tú tan molesta haces. —Me estaba metiendo en terreno peligroso, pero quería que me demostrara si de verdad le importaba. Por mi parte, fui sincero; le tocaba a ella hablar con veracidad—. Obviamente, las cosas contigo salieron mejor de lo esperado, mas sin embargo, creo que tienes mucho ego en ese pequeño cuerpo.

Decir que se estaba poniendo morada era poco: apretaba los puños sobre las sabanas y rechinaba los dientes con fuerza. Se levantó de la cama con la almohada con la que me había pegado antes en las manos, le dio la vuelta a la cama para verme de frente.

Se veía amenazadora… bueno, todo lo amenazadora que pueda parecer una pequeña mujer con una gran barriga de por medio.

Sonreí con deleite ante la vista de sus bragas que, gracias a que estaba sentado en el piso, me quedaban a la altura perfecta de mis ojos.

—Así que ya tenías otra opción, ¿no? —dijo con suavidad fingida—. ¿Te parece prudente tocar este tema? —Le iba contestar que sí, pero se me adelantó—. ¡Eres un ser tan sorprendentemente insensible! —Empezó a gritar, remarcando cada silaba con un almohadazo—. ¡Es injusto que me digas que me quieres y que luego me digas que tenías otra opción!

Aguantaba la risa lo más que podía, ya que me costaba trabajo tomarla con seriedad si seguía dando brinquitos de esa forma: la panza le rebotaba como una pelota. Su cabello despeinado tampoco la ayudaba mucho que digamos. Cuando supe que no duraría más sin soltar la carcajada la tomé de la cintura y la hice sentar en mi regazo. Agarré su rostro entre mis manos y le di un beso en la frente antes de decirle:

—Eres realmente bella cuando te pones celosa, preciosa. —Pasé mis manos por su espalda y la atraje más hacia mí—. Tal vez, debería recordarte que soy completamente tuyo, ¿cierto?

Pregunté con los labios cerca de su lóbulo, la sentí temblar ante mi toque sensual. ¡Benditas las hormonas que me favorecían en el sexo!

—Haymitch… —dijo extasiada por las caricias que recibía de mis manos y boca.

—Tengamos un buen desayuno esta mañana, querida.

No había nada mejor con el sexo mañanero con una mujer embarazada, dispuesta saciar su hambre de cualquier forma.

Era lo único que había acertado en bastardo que me dijo que el embarazo era algo fácil de sobrellevar.

Embarazo a la CapitolinaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum