Breve ensayo sobre el sudor ajeno

77 3 20
                                    


Lograr una autoconsciencia es conseguir dar cuenta de lo que es uno mismo. Esto es, dar fe de todo aquello que lo construye a uno. Hablo de una construcción constante, interminable, que abarca desde los rincones más lejanos del alma hasta la corporeidad del ser. Implica también el creer ser y el querer ser. Me detendré un poco para aclarar esto último, pues, aunque pareciera obvio, es en realidad algo muy profundo.

Mientras el creer ser se ubica en un espectro de fantasía, de autoengaño y perversión inconsciente, en tanto que al vivirnos envueltos con un velo de autoimagen prefabricada artificialmente con todos aquellos elementos internos que exaltamos y proyectamos al exterior como una pequeña imagen que multiplica su tamaño, tratamos de (engañar) hacer creer al Otro que somos lo que nosotros mismos nos hemos hecho creer que somos. Por otro lado, el querer ser, aunque muy ligado al creer ser, se instala en el profundo deseo de poder autoatribuirse aquellas cualidades que a uno le perecen geniales del Otro. El querer ser también es una fantasía, pero es una fantasía consciente.

Volviendo a la autoconsciencia, dar cuenta de nuestro ser es reconocer los atributos socioculturales que han logrado configurarse de una manera única y específica dentro de nuestra alma para lograr dar forma a lo que en realidad somos. El ser no es una fantasía, sino aquel dibujo del alma que más se acerca a la forma corpórea.

La autoconsciencia implica también saber dónde estoy y cuándo estoy. Tener consciencia de uno mismo es tener consciencia del mundo que te rodea. Las cuatro paredes de tu habitación son una consciencia que podríamos llamar inmediata, pero la consciencia del mundo no termina aquí. La puerta está cerrada y la ventana también, no puedes ver más allá ni escuchar más que tu respiración, pero sabes que al otro lado de la puerta está el pasillo y que en él hay más puertas que van hacia otras habitaciones y que dentro de ellas hay ciertos objetos que sabes están ahí, incluso puedes visualizar la posición en la que los dejaste. Si nos alejamos más y salimos de la casa, sabemos que afuera está la calle, que hay personas caminando, coches pasando, árboles, viento, un perro cagando. La consciencia del mundo no es inmediata, pero es, de alguna forma, más extendida que la consciencia inmediata. Lo mismo sucede con la consciencia del tiempo. Sé que estoy aquí ahora y que hace unas cuantas horas estaba en otro lugar.

La autoconsciencia es, hasta aquí, entonces, aquello que nos capacita para dar fe de lo que somos, de dónde estamos y de cuándo estamos. No obstante, y repitiendo todo aquello que diría Husserl, debo suponer que todo éste proceso de la autoconsciencia le sucede de forma igual o muy similar que a mí, al Otro.

Yo soy para el Otro una persona que está haciendo algo en una casa de una ciudad en algún lado del mundo, justo como yo imagino que el Otro debe estar haciendo algo más en otro lugar. Pero, ¿qué sucede cuando me encuentro frente a frente con el Otro? En ese momento, el Otro se interna en mi aquí y ahora, formando parte de mi consciencia inmediata y yo de la suya. Puede darse el caso en el que simplemente compartamos el tiempo y el espacio, así como se comparte con todas las personas que van caminando lado a lado por las calles. Soy tan consciente de que esas personas están allí y como ellas lo están de mí. Sin embargo, no sé lo que piensan y sólo puedo hacerme una idea, que puede ser certera o no, acerca de lo que están haciendo o pretendiendo hacer. Por otro lado, en el caso en el que el exista una interacción con el Otro, mi autoconsciencia y la suya se encuentran la una a la otra en un espacio que va más allá de la realidad objetiva. Hablo de una dimensión desconocida, intocable, invisible, inimaginable, de intersubjetividad.

La intersubjetividad puede observarse en muchas situaciones muy diferentes unas de las otras. Imaginemos, por ejemplo, la complicidad entre dos amigos que ante una situación voltean a verse a los ojos e inmediatamente comienzan a reír. No hubo intercambio de palabras, ni siquiera señalaron a ninguna parte, tan sólo con mirarse se dijeron todo lo que se tenían que decir y se comprendieron el uno al otro. De igual manera, cuando una persona observa una injusticia y decide tomar acción, entra en una conexión intersubjetiva con el injusto y con la víctima. En ésta triada, el enjuiciador comprende a la víctima sin haber entablado conversación con ella y por eso es que decide acercarse (lo que algunos llamarían empatía), al mismo tiempo que "recibe información" del injusto y reprocha su actitud. Un ejemplo muy sencillo que nos servirá para comprender mejor la intersubjetividad es la de aquellos casos en las que un desconocido se acerca a otro para preguntarle qué hora es y la otra persona se limita a responderle de manera cordial. Común, sencillo, cotidiano. Sin embargo y, a diferencia de los primeros dos ejemplos, en este caso se dio otro tipo de interacción: el habla. El lenguaje es el amo en el reino de la intersubjetividad. En realidad, el lenguaje es la intersubjetividad. Todo lo que conocemos es lenguaje y sólo por medio de éste es que podemos seguir conociendo y lograr que otros conozcan. Con el lenguaje nos comunicamos, nombramos, conceptualizamos, construimos ideas, pensamos.

IntimidadesWhere stories live. Discover now