Remembranza

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Y todos reían, porque era el día del festival.

Entre las hojas y las fuentes de agua, entre las pláticas y cantos, danzaban en contacto con la naturaleza sintiéndose más libres que nunca. El viento se impregnaba del olor a vida, conmemorando el instante de gloria en el que supieron tomar las medidas que se requerían. Se felicitaban a sí mismos por su inteligencia, enviando sonrisas que plantaban en los rostros enrojecidos de emoción.

Los árboles, verdes, les prodigaban sombras; las flores, hermosas, llenaban la estancia de múltiples olores; y la tierra, bajo los pies descalzos, podía pasar fácilmente como la verdadera.

Festejaban porque, bajo aquella cúpula de cristal, se habían logrado salvar de la decadencia.

¿Importaba acaso si el verde era pigmento fabricado? ¿Si los frutos eran producto de ciencia? ¿Si los animales eran sintéticos? ¿O si el viento que les pegaba en el rostro era aire rancio purificado? No, no lo hacía, pues se habían salvado, y esa era su naturaleza, habían conseguido inventarla.

Ellos no formaban parte de los infelices que pegaban manos, rostros y todo el cuerpo purulento al vidrio, siendo azotados por la lluvia ácida, para intentar entrar al paraíso. Se regocijaban viéndolos morir, leyendo sus resecos labios pidiendo agua; y se regocijaban porque veían sus deformaciones y no las compartían; y se regocijaban porque solo sobrevivía el más fuerte, y eso era una ley inmutable incluso en la falsa naturaleza. Entonces todo ese regocijo lo expresaban en cada festival de Remembranza que, a pesar de su nombre, lo que les permitía era olvidar el origen de la desgracia sembrada con sus manos.

En el festival de la Remembranza nadie pensaba en cómo habían acaparado el poco de agua que quedaba, ni en cómo la muerte reinaba sobre la Tierra, producto todo de la inconsciencia. Nadie pensaba en cómo usaban, en la guerra por comida, cadáveres de enfermos por armas y cómo, al final, solo se salvaron los que pudieron pagar la entrada al jardín de Edén; no los más fuertes, ni los más listos, ni los más justos.

Se hacían sordos con la música a los golpes en el cristal, ya fuese por manos deformes o por las gotas corrosivas. Ellos no tenían la culpa de haber sido capaces, de ser ellos los elegidos que evitarían la desaparición de la humanidad. Al fin y al cabo, tenían que seguir viviendo, ¿no? Si no, ¿quién salvaría al planeta? Porque se les permitía olvidar, también, que la desgracia tenía lugar gracias a ellos.

Mientras afuera morían los marginados, mientras afuera la decadencia seguía avanzando, mientras afuera el mundo seguía mutando, mientras afuera toda la vida se consumía... Continuaban bailando, aullando de alegría y elevando el júbilo a sus ensueños, ideales y propósitos para solucionar el desastre.

Pero no sería hoy, tendría que esperar, ya que todos reían porque era el día del festival.

La válvula de UraniaWhere stories live. Discover now