Bajo la ventana

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Miró por la ventana como cada día y allí estaba él otra vez, clavando los ojos en su ventana.

Empezaba a sentirse muy incómoda con la situación. Tener un acechador es algo que pone muy nervioso a cualquiera y, desde luego, estaba dispuesto a seguir en la misma situación más tiempo.

Se separó de la ventana y tomó aire, era el momento de irse de allí, tenía que enfrentarse a aquella situación pero el miedo le obligaba a quedarse. Había querido ir a decirle algo tras la primera semana de acoso pero nunca se le ocurría cómo empezar la frase, porque, a ver, igual no la estaba acosando a ella aunque sus miradas se habían cruzado desde la ventana a diario desde hacía tres meses, pero la cosa se estaba tornando un poco siniestra.

Al principio estaba allí por las tardes, cuando ella estudiaba, pero el último mes ya estaba allí por la mañana y por la tarde, clavando sus ojos en ella. Incluso estudiando sentía cómo sus ojos atravesaban el muro mirándola. Y, lo peor, desde hacía dos noches también pasaba ahí la noche hasta que ella se iba a dormir.

No estaba segura de si seguía ahí por la noche pues con la oscuridad no lo había distinguido y eso que, como era lógico, había echado un vistazo por la ventana para asegurarse.

Lo más curioso de todo es que cuando ella salía de casa, ya fuera para ir a clase, a algún recado o a alguna cita nunca se le veía.

Empezó a preguntarse por él incluso cuando no estaba en casa. ¿Dónde estaría?¿Qué haría cuando ella no estaba? Y la pregunta que la inquietaba por encima de todas era ¿por qué me observa? No tenía ni idea de quien era, por qué la miraba, ni que quería de ella pero cada día la sensación la ahogaba más.

Por fin se armó de valor. Agarró el pomo de la puerta y bajó a la calle para encarar a su fiel mirón. Le diría cuatro cosas, le pediría explicaciones. Estaba segura.

Bajó y no le vio. Estaba harta, nunca le cogía a tiempo pero decidió dar un vuelta por los alrededores, desde luego no podía ir muy lejos porque no le había llevado más de cinco minutos llegar al portal. Miró en la calle, a ambos lados y nada, tras los setos y arbustos del jardín tampoco hubo suerte y, desde luego, en el lateral del edificio, junto a la salida de emergencia tampoco. ¿Cómo podía irse tan rápido?

Subió furiosa a su habitación y al mirar por la ventana se quedó atónita, no podía ser cierto, no podía estar pasándole a ella. Estaba harta. Aquello tenía que acabar. El tipo estaba allí otra vez. ¿Cómo podía él saber cuándo iba a salir a la calle?

De pronto, un escalofrío la sacudió, una idea horrible se le vino a la cabeza. ¿Y si la estaba espiando? Esa tenía que ser la explicación, el muy loco y pervertido había instalado una cámara. 

Empezó a revolver su cuarto buscando cámaras de espía, miró en el techo, en los armarios, en los jarrones, dentro de sus muñecos, en todos los rincones en los que había visto en el cine que se podía esconder una cámara o un micrófono pero todo fue en vano. Allí no había nada.

Se asomó de nuevo y allí estaba él, con sus vaqueros negros, sus zapatillas "all star" y su estúpida sudadera negra. El muy tonto siempre llevaba la maldita capucha puesta de forma que nunca sabía cómo era del todo. No se le veía el pelo, sólo se distinguían aquellos ojos azules y curiosos.

Abrió la ventana y se asomó.

—¡Eh, tú!

El espía de su intimidad dio un respingo y miró hacia ella. Luego miró a los lados y se señaló con un extraño arqueo de ojos.

—Sí, tú, no te hagas el estúpido. Espérame ahí, tengo que hablar contigo. Esto tiene que acabar.

Ella bajó a habar con él muy decidida. Esta vez el estaba abajo, esperándola. No se había movido y parecía extrañamente sorprendido.

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⏰ Última actualización: Aug 25, 2017 ⏰

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