Haley - Capítulo 1: La playa.

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Era el último día de mis vacaciones, el último día en aquel lugar que me había atrapado por completo con tan solo pasar un bello fin de semana ahí.

Ese fue el día que rompiste mi corazón, Josh. 

Por última vez.

Nuestra historia era algo más que sólo complicada, yo te amaba con locura, y tú jamás sentiste por mí nada más que simpatía, eso si algún día la sentiste, pero eso no te impidió en forma alguna participar en esto y crear un efímero nosotros. Jugaste a pesar de tener la partida asegurada desde el inicio, y a pesar de todo, yo disfrutaba los pequeños momentos que pasaba a tu lado, más que a nada en este mundo, mi amor, así de simple era la situación, tú me hacías feliz.

Me encantaba saludarte cada vez que te veía, tenía un pretexto de perfecta cortesía para besar tu mejilla, a pesar de que siempre estabas rodeado por tus amigos, un pretexto para abrazarte, sentirte aunque fuera por un momento entre mis brazos, o sentirme yo entre los tuyos, porque tú siempre fuiste más alto que yo. Me gustaba sentirme pequeña a tu lado, y llenarme de tu aroma.

Aquella madrugada desperté con un deseo irrefrenable de caminar por la playa más hermosa que había visto en mi vida. Mi presencia ahí era casi una grosería, y en un primer momento me sentí mal por romper aquella atmósfera de paz y belleza natural. 

Eran casi las seis de la mañana, el sol no tenía ninguna intención de aparecer aquel día, y el lugar estaba desierto, ¿cómo más podría estar un santuario así? Esperaba que pasara mucho tiempo antes de que las personas quisieran convertir aquella maravilla en algún centro turístico. La arena bajo mis pies era tan blanca que contrastaba con las azules olas que la golpeaban incesantemente, pero se confundía con la espuma que flotaba sobre su superficie. Caminaba inmersa en el romper de las olas contra las rocas, y fue entonces cuando paso lo inevitable, pensé en ti.

No era nada fuera de lo común, siempre lo hacía, pero aquella vez me inundó la idea de compartir todo eso contigo.

Sonreí, pensando en la última vez que había besado tus labios, aquel día tan falsamente perfecto. Respeté el acuerdo, aquel que dejaba muy en claro que entre nosotros no habría compromiso alguno.

Claro, no hubiera podido ser de otra manera. Y por supuesto que yo accedí a las condiciones, es decir, ¿qué importaba? Yo ya te amaba, no hubiera podido involucrar más sentimientos, de igual manera, tú no me amabas, y no hubiera podido cambiar eso, pero sí que podía estar a tu lado aunque aquello no significara lo mismo para los dos. Porque sin importar que tú, Josh Mckenna, uno de los chicos más populares de la ciudad, no fueras mío, no podías controlar lo que pensaba o sentía, y nada me impedía a mí imaginar que me amabas cuando acariciabas mi rostro de aquella manera, antes de besarme con pasión. Nada me impidió imaginar que cada beso, cada caricia, o cada suspiro, era una demostración de cariño. 

Fue tan fácil, incluso sabiendo que lo tuyo era sólo deseo.

Y aquello me hizo feliz. 

Muchos lo llamarían masoquismo, pero como te dije alguna vez, era como mantenerse a flote. 

El amar es como nadar en el mar, estar en la superficie, flotando y disfrutando de todo lo que las profundidades y el cielo pueden ofrecerte. En cambio, el amar y no ser correspondido es como hundirte en una pecera. Lo mío era una extraña combinación de ambos, porque me pusiste en la pecera, pero tus caricias y tus besos eran como un salvavidas que si bien no me llevaba a la superficie, no me dejaba tocar el fondo.

A pesar de todo, jamás te culpé por ello.

¿Cómo iba a culparte por no amarme? 

Era un pensamiento sumamente estúpido. Tú eres una persona maravillosa, tan gentil, tan cálido, y tan dulce. Eres la combinación de todas las cosas buenas que hubiera podido imaginar en un hombre, te paseas por la vida siempre tan apuesto y alegre, siempre tan brillante. Una persona como tú merece ser feliz a lado de la persona que quiera, porque nadie puede obligar a nadie a querer a una persona que no despierta ese sentimiento de querer entregarse totalmente. 

Así que no, mi amor, jamás hubiera tenido algún tipo de resentimiento hacia ti por no amarme.

Me senté en la arena, dejando que las olas siguieran su curso a mis pies. Me hubiera gustado que estuvieras ahí, en ese momento, con el cielo tan turquesa como el agua, con el rugir de la marea como un suave fondo musical, con los cangrejos en las rocas, con mi corazón en tus manos. 

Suspiré, cerré los ojos, y llevé una mano a mi largo cabello castaño. Una oleada de amor me atrapó, amor hacia ti, hacia el lugar, hacia la vida, hacia todo. Una sonrisa inundó mi rostro, y me imaginé haciéndote el amor en aquel mágico lugar. Llámame cursi, siempre lo he sido, pero pensé que no habría nada más perfecto que besarte, tocarte, sentirte y amarte sin limitaciones sin mayor espectador que el océano. Me juré que debía hacerlo, que iba a regresar contigo, sin importar cuánto tiempo tomara.

Me levanté con una enorme sonrisa en el rostro. Había tenido días bastante malos, y ésta pequeña escapada era lo que necesitaba para motivarme. No podía esperar un minuto para contarte mis planes, tomé un taxi y regresé al hotel en el que me hospedaba. Corrí hacía mi celular, y busqué tu numero, siempre lo hacía, nosotros hablábamos con mucha frecuencia, a causa mía, claro está. Tú nunca me buscaste, salvo una vez, sólo una vez, aquella en que comenzaría nuestro juego. No te preocupes, cariño, sé que no lo recuerdas porque para ti no fue relevante, y tampoco te culpo por eso, pero yo lo recuerdo muy bien.

No me importaba mucho, me gustaba hablar contigo, eramos amigos, y me encantaba contarte mis cosas, deposité toda mi confianza en ti, y tú lo sabías todo de mí, o al menos tuviste la oportunidad de saberlo, porque yo te lo contaba todo, pero siempre tuviste muy mala memoria...

Esa es la excusa que uso todo el tiempo para esconder que en realidad no te interesaba mi vida.

Wicked GameWhere stories live. Discover now