Capítulo II : ¿Tienes miedo?

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Usualmente fuera del edificio se encuentran dos guardias (un poco incompetentes para su gusto, en especial el más delgado) que se encargan de vigilar el recinto entero durante las noches en las que los trabajadores más asiduos (o los más desafortunados) se quedan, no recordaba sus apellidos pero hace unos meses uno de ellos había tratado de coquetearle de manera muy poco hábil.

En varias ocasiones Eli es la única que mantiene noches enteras en vela dentro de su lugar de trabajo y cada vez vigila periódicamente por la rejilla de la ventana que da al pasillo que los guardias hagan su trabajo (la rejilla es producto de un mal ensamblamiento y es otra productiva cualidad del cuartito); pero esta vez era un poco diferente, su habitual y extraña pero imperturbable concentración se había quebrantado durante ese día por un ínfimo pero tajante detalle:

Luego de su descanso habitual de media tarde acompañado con café con leche tibio y una galleta de avena y aún con el sabor de lo que acaba de comer, va de regreso a la última jornada de su trabajo. Mientras atravesaba una de las zonas más concurridas en medida de lo posible, observaba sus pies y vio una ligera mancha blanca en sus zapatos cafés, al tiempo que la inunda la tentación de limpiarlos, la imagen de ella misma frotando frenéticamente su zapato en medio de la calle no dejaba de incomodarla, por lo que seguía caminando sin quitarles la vista de encima.

Con la vista de Eli ausente, el paisaje rural ejecuta su habitual desincronización; no existe rastro, por más insignificante que pueda llegar a ser, de sustancia influyente al caos periódico y al detalle, que no sea llamada casualidad. Bajo los incesantes pies de la multitud ignorante, las manos carrasposas y mugrientas de un amable empleado público, un obrero técnico en mantenimiento eléctrico más específicamente, realizaba el mantenimiento y reemplazo de cableado rutinario. Pero a unos kilómetros de ahí, en un hogar algo disfuncional y bien acomodado económicamente, se desliza una hoja por debajo de la puerta principal; en los ojos del inseguro padre se observa indignación al enterarse de que la hoja un poco arrugada y sucia colocada con tanto odio a su parecer en su puerta es un recibo, una cuenta que pagar por más de 4'000.000 de pesos colombianos (unos 1400 dólares en ese momento); no existe determinación mayor que la de un padre tratando de reafirmar su autoridad, de ocultar sus miedos, de significar grandeza, o dicho de una manera más noble, ser seguridad, ser protección a su familia. Decide ir a la empresa de energía, o a la de agua, o a la de gas domiciliario, o a todas si es necesario con tal de reflejarse imponente ante sus hijos reclamando semejante irreverencia:

—¡Saca el carro mujer!, ¡ayúdame en algo por dios!

La mujer lo ve con extrañeza pero va sin rechistar, sabe que una discusión forzada es mas que innecesaria.

—¡No voy a permitir esta falta de vergüenza en contra de mi hogar!, mueve los fusibles Raúl, que son capaces de seguir aumentando la "módica" cantidad.

El adolescente obedece a su padre pero los nervios y la presión del contexto producen una torpeza en su mano huesuda y al mover el switch con mucha fuerza, no puede evitar fundir el fusible y junto con la corriente del resto de la casa aun fluyendo, quema el circuito entero. Como es natural pensar, no dijo ni una sola palabra de lo ocurrido y dedico su joven mente durante el resto de camino a inventar algo para que parezca accidental.

El abrupto cambio de flujo de corriente en el sistema de electrificado del barrio altera el equilibrio de energía, generando en el otro extremo del cableado una carga el doble de intensidad, los adaptadores de los hogares repelen el aumentado choque eléctrico pero no lo eliminan, viajando así por media ciudad buscando una desafortunada apertura por donde liberarse de los claustrofóbicos cables de caucho, hasta encontrarla en las manos de un humilde trabajador.

A las 2 en sentido del reloj respecto a Eli retumba un estruendo, un humo espeso, delgado y negro a más no poder sale a borbotones por los hoyos de la tapa de una alcantarilla, sus ojos rápidamente regalan su atención a la situación, pero en sus oídos solo esta ese pitido sordo típico de cuando se está demasiado cerca de una explosión.

Vuelo al ritmo del instinto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora