Capítulo I

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>10 de Abril de 1753/Lewis, Virginia<

Como un dulce y suave repiqueteo de lluvia sobre una ventana, así sonaban las botas de Cristian que, despacio, subían las escaleras para visitar a su preciosa y amada esposa Valeria Wittrock tras un duro día de viajes y travesías por la superficie marina. Era de madrugada, Cristian podía pasarse perfectamente un par de semanas viajando debido a su trabajo, aquel que había conseguido con empeño y esfuerzo pese a sus veintiséis años de vida, aunque, ¿qué son veintiséis años para el trabajo y la sociedad?. Prácticamente una simple cifra más.

Sus ojos verdosos miraban al frente y sus pasos procuraban ser silenciosos para no despertar a Valeria, suponiendo que estaría dormida sobre la cama. Tras colocarse frente a la puerta del dormitorio, Cristian colocó la mano sobre el pomo de la misma y lo giró despacio, frunciendo las cejas al escuchar ese molesto chirrido que siempre sonaba en cuanto movía una pizca el pomo.

En la habitación, tenuemente iluminada por un par de velas sobre una mesita de madera y, sobre una cama, yacía el cuerpo de Valeria cuyo pelo pelirrojo le tapaba el rostro, ese bello y peculiar rostro que su marido jamás se cansaría de contemplar aunque pasaran cientos y cientos de siglos.

Valeria dormía de lado con un camisón blanco cubriendo su esbelta figura, dejando relucir ese voluminoso vientre que lucía con tan sólo veintidós años. Sí, estaba embarazada y pronto daría a luz a un hermoso bebé que juntos cuidarían para el resto de la eternidad.

Cristian se detuvo antes de avanzar, esbozando una amplia sonrisa al verla tan plácida y tranquila descansando entre las sábanas blancas que le daban calor cuando el frío quería hacer de las suyas con tal de molestar. Después, él avanzó hasta ponerse de cuclillas en el suelo, retirándole los mechones de fuego de su blanca tez, colocando una palma de sus manos sobre la barriga, acariciando cada pequeño contorno mientras que, con la mirada, se perdía en sus pecas marrones bien marcadas al sur de los ojos y parte de sus mejillas sonrojadas. Fue entonces cuando la palma de su mano fue bendecida por una pequeña patada proveniente de su primer hijo como si él también quisiera corresponder las caricias de su padre de alguna manera. Cristian ni siquiera tuvo fuerzas para tragar saliva, había quedado completamente ilusionado con ese diminuto golpe que sin querer queriendo, le pellizcó el corazón de la forma más prodigiosa.

Suspiró y retiró la mano mientras notaba que sus ojos se volvían acuosos muy lentamente debido a la emoción. Si hace tres años le hubieran dicho que esa noche sentiría a su hijo a través de una patada durante el noveno mes de embarazo de Valeria, jamás lo habría creído.

Cristian y Valeria eran dos libertos que, para evitar de nuevo la esclavitud, tuvieron que sustituir sus nombres por: William y Helen Raleigh, yéndose a la ciudad de Nueva York durante el año de 1751 donde, únicamente y en contra de su voluntad, se vieron obligados a robar y estafar a los más ricos con tal de ganarse el sustento y unos ahorros para comenzar una nueva vida. Cierto era que se arriesgaron a perderlo todo si alguien los descubría, pero por suerte lograron salir adelante y regresaron a Lewis, Virginia, ese mismo año donde se hicieron con una bonita casa que consiguieron pagar gracias a los negocios que establecieron en la ciudad: ella como bibliotecaria y él como comerciante de vinos.

Los nombres de Helen y William Raleigh se hicieron famosos en la zona y los ciudadanos depositaron su confianza en el matrimonio: la librería se llenó de gente a pesar de que había personas que no estaban de acuerdo con que fuera una mujer la que estuviera al cargo de dicho trabajo por culpa de la presión social y del machismo de la época.

Para Valeria, sustituir su nombre por el de Helen Raleigh fue más que un simple significado importante para ella, pues Helen era el nombre de la nodriza que la crio tras ser vendida por sus propios padres para ser esclava, una nodriza a la que jamás había vuelto a ver desde que ambos caminos se separaron cuando, tras la muerte de Derek Raven, fueron nuevamente puestas en venta. Por suerte y durante tres años desde que Cristian y Valeria salieron con vida de la mansión de Shirley Milton, la vida les había sonreído, y con o sin sus nombres verdaderos, habían conseguido dejar ese oscuro pasado atrás, dejando que las sombras y el viento lo arrastraran hasta el olvido más profundo.

Kielhalen: Dulce Venganza (La Esclava blanca 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora