Capítulo 23

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Doménica Lucerni estaba sentada en el sofá con la mirada clavada en el umbral por el que Adam hizo su aparición. Sonrió radiantemente cuando su nieto se acercó y la estrechó en un fuerte abrazo. Cada día se parecía más a su hijo, Alex, y por tanto a su propio esposo, Sebastien.

–Mi pequeño Adam –musitó tomándole la mano e indicando que se sentara a su lado–. ¿Estás bien?

–Sí, lo estoy, abue –le brindó una brillante sonrisa–. ¿Tú estás bien?

–Sí, bastante bien –apretó los labios, indecisa–. ¿Es cierto que estás comprometido con Francesca?

–Es cierto –confirmó encogiéndose de hombros–. La cena de esta noche es para introducirla formalmente a la familia.

–Ah –su réplica fue suave. Adam elevó sus ojos azules clarísimos hacia ella, de inmediato–. ¿Algo que quieras añadir?

–No.

–Pareces muy seguro de tu decisión.

–Lo estoy.

–Sebastien no lo aprueba.

–No le pedí que lo aprobara.

–Es el patriarca de la familia Lucerni. Siempre pensará que le piden que apruebe cada decisión nuestra –dijo, negando lentamente– aunque yo sé que no es necesario contigo.

–¿Tú si la apruebas? –inquirió con ansiedad mal disimulada. Dome le acarició la mejilla, tal como hacía cuando era un niño–. Abuela –instó.

–Si te hace feliz, si la amas, si ella te ama... la respuesta es sí.

–Hum... –soltó dubitativo, frunció el ceño un instante y la miró–. ¿Qué quieres que te diga?

–La verdad.

Adam puso un gesto enfurruñado y cruzó sus brazos, intentando lucir feroz. Lo que causó, naturalmente, que Dome largara una carcajada.

–No pretendía lucir gracioso.

–Si buscabas intimidarme, cariño, debes saber que te faltan años y años de práctica. Ni siquiera tu abuelo puede lograrlo.

–¡Escuché eso! –exclamó Sebastien desde un extremo de la habitación. Como los había escuchado, era un misterio.

–¿Y por qué no lo harías, querido? Estaba dirigido a que lo escucharas –replicó Dome con una risita.

Adam ocultó una sonrisa cuando su abuelo se dirigió hacia ellos con un formidable ceño adornando su rostro. Se paró frente a los dos, mirándolos alternativamente y evaluando la situación. Tras unos minutos, pareció sentirse satisfecho y se colocó junto al sofá, tomando la mano de Dome entre las suyas. Una sonrisa no tardó en aparecer en su rostro.

–La vida es lo suficientemente dura por sí misma para que nosotros creemos dificultades por nuestra cuenta con elecciones equivocadas –Dome giró hacia Adam con una cálida sonrisa–. Piénsalo.

El alivio que sintió al no tener que contestar por la oportuna llegada de Francesca, Adam no podía definirlo. Se incorporó y fue hacia su prometida, le brindó una sonrisa y tomó su mano para colocarla en su brazo. Francesca arqueó una ceja pero lo dejó hacer. Era hora de presentarla oficialmente a los miembros de la familia Lucerni.

–Estás muy solícito hoy, Adam –murmuró Francesca durante la cena. Él dejó el cubierto que estaba llevándose a la boca, confuso–. ¿Qué? Admite que no es una situación normal.

–¿Qué situación no es normal? –replicó tomando un sorbo de su vino.

–Esta. Adam, déjalo ya.

–¿De qué hablas?

–Estás actuando. ¿No lo notas? –ahora era Francesca quien lucía confusa.

–No es cierto –contradijo entre dientes.

–Sí, lo es. Me gusta cuando eres tú, Adam. ¿Sí? Solo tú.

Él cerró los ojos ante sus palabras, como si le hubiera dado un golpe inesperado. ¿Qué se suponía que debía contestar? ¿Tú también me gustas? ¿No pensé que fuera tan malo actuando como si estuviera feliz? ¿Qué se supone que haga si cada fibra de mi ser se rebela contra la idea de hacerte mi esposa? ¡Maldición!

–No es necesario que te enfades, Adam –Francesca suspiró–. Creo que no está funcionando.

–No.

–Pero...

–No lo digas –cortó con terquedad y voz firme–. No lo admito.

–No es cuestión de admitirlo o no, Adam. Es evidente.

–No nos das una oportunidad, Francesca.

–¿Estás seguro que soy yo quien la está obstaculizando?

Adam giró su rostro completamente hacia ella, ignorando a los demás comensales. ¿Cómo podía no responder a eso? Empezó a negar, lo intentó pero sus palabras se quedaron atoradas en su garganta. Apretó la mandíbula, enfadado por su propia estupidez e incapacidad de mentir descaradamente.

–Vamos a disfrutar de la cena –murmuró Adam y clavó su mirada en el plato. Francesca le tocó el brazo levemente–. Por favor, Francesca.

–No podemos dejarlo así... –dijo en voz baja.

–No lo haremos. Vamos a hablar, pero no aquí.

–Adam...

–No aquí –repitió con dureza.

–Como quieras, Lucerni –bufó irritada y compuso una sonrisa lo mejor que pudo para presentarla ante la familia Lucerni.

Adam miró a su alrededor, furtivamente, intentando determinar si habían notada la discusión con Francesca. Sus padres conversaban entre ellos, sin ser conscientes de las personas a su alrededor. Su abuelo hablaba animadamente con Ariadne. La única persona que lo estaba mirando era su abuela, Doménica. Y lo que contenían sus ojos dorados no le gustó ni un poco.

Tristeza. Quizás, un poco de compasión también.

Maldijo por lo bajo, determinado a demostrarles a todos que estaban equivocados. Él sabía lo que hacía. Creía en las decisiones que había tomado. Y por Dios que llegaría hasta las últimas consecuencias, sin importarle quién se opusiera.

Inolvidable (Sforza #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora