Capítulo 9

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Ramiro observaba como Micaela seguía hablando con su familia, como si nunca se hubiese ido.

Su propio papá simplemente sonría y le daba palmaditas en la mano de ella, como si ella fuese un tipo de cachorrito.

Su mamá todavía era peor. En un cierto punto, él estaba convencido de que ella iba a dar una fiesta en homenaje al regreso de Micaela. En un ataque de p pura alegría, su mamá seleccionó todas las fotos de la infancia y las sobre la mesa.

Por supuesto que Nacho estaba en todas las fotos.
Y naturalmente, Ramiro estaba al fondo de todo, con cara fea.

Nacho siempre había sido el centro de atención. Micaela había sido de él y nunca de Ramiro.

Con un gruñido que infelizmente salió en voz alta, Ramiro entró a la cocina y agarró una cerveza bien fria. Sus papás, anticipando la llegada de ellos, habían guardado todos los aperitivos—y alcohol suficiente como para emborracharse por un año.

Y eso parecía una buena idea, al final de cuentas. Él estaba encerrado en una casa abandonada hasta que toda la historia terminara. Y, de la forma en que las cosas estaban, Nacho no iba a quedarse mucho tiempo por allá, con todo lo que estaba pasando en el trabajo.

Ramiro, siendo el más responsable de los dos, le había dado un bonus a los funcionarios para que contrataran a estudiantes durante el verano y así él podría tener más tiempo con sus papás y con la abuela, que en ese preciso momento estaba en el auge de su salud.

— Abuela, ¿todo bien? — Ramiro la miró. Afortunadamente, el color ya había vuelto en su rostro, y ella parecía ya estar lista para ir a jugar golf.
Según los medicos, ella debía mantenerse tranquila. Al final, un miniderrame seguía siendo un derrame.

— ¿Dónde está ella? ¿Dónde está mi dulce chica? — La abuela Pilar aplaudió y suspiró. Un labial rojo brillante coloreaba sus labios, y una cantidad inmoral de sombra estaba lindamente esparcida sobre sus parpados. La abuela siempre fue deslumbrante y, a los 85 años, todavía rompía corazones.

Su última conquista era, nada más ni nada menos, que el vecino de al lado, el señor Juan. El pobre hombre paseaba con su perro por la propiedad de ellos por lo menos tres veces al día. Ramiro solía preocuparse de que el hombre sufriera una insolación y tuviera un derrame en la entrada de autos, pero él era incanzable y nunca interrumpía su peregrinación para decirle "chau" a la abuela.

— ¡Ramiro, te voy a matar! ¡Dame eso! — Micaela entró enfurencida y arrancó la cerveza de la mano de él, bebiendo toda la lata antes de tirarla accidentalmente al balcón. Ella llevó las manos a su boca y su rostro estaba rojo.

En ese instante, Ramiro se enamoró más de ella, si es que eso era posible.

La abuela Pilar soltó una carcajada sincera.

— ¡Dios mio! ¿Todavía seguis devorando cervezas en la cocina, lejos de los ojos de los papás de los chicos? — La abuela extendió las manos y le dio un abrazo fuerte a Micaela. — No voy a decir nada. Creo que lo que necesitas es una margarita. Rama, ¿por qué no se escapan y van a tomar unos tragos al balcón? Yo me encargo de todo.— La abuela se sacó el abrigo y entró a la sala de estar.

Micaela, que estaba detrás de ella, tragó en seco.

— Yo juro que ella podría haber sido el primer presidente de sexo femenino.

Ramiro no creía que era el momento más adecuado para que Micaela supiera uno de los secretos de la familia. En realidad, la abuela tuvo algo con uno de los presidentes.

En vez de eso, él gruñó y agarró el tequila.

— Agarra un poco de hielo y yo agarró lo demás. Creo que esto va a alcanzar para que te emborraches antes de que mi mamá empiece a planear tu casamiento. — Ramiro suspiró e ignoró el dolor que sintió en su pecho cuando pensó en Micaela con un vestido de novia y de pie en el altar con el hermano de él.

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